Una mirada crítica al Salón 5 de Septiembre

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El Salón de Artes Plásticas 5 de Septiembre es un hecho. Ciertamente, se han logrado cubrir con las obras concursantes (y otras por invitación) nuestras mejores galerías, la del bulevar y la de Santa Isabel. Empero, ¿El número de textos visualesaceptados responde a un progreso en las calidades? Por supuesto que no. Prima un antiquísimo principio de la masividad, como si más fuese mejor. El viejo fantasma de la “falsa democracia” revive y el rasero del jurado de recepción no superó la media. Este acto de contentar a todos, lejos de enriquecer el evento lo ha debilitado. Que no quepan dudas. La labor de admisión es más ardua que la de premiación, toda vez que ella comete los primeros distingos de las obras menores de las más eficaces y emocionantes. ¿No es suficiente el anchuroso espacio de la Galería de Santa Isabel luego de una atractiva selección? Podía haberse logrado una propuesta más halagüeña concentrando los mejores ruteros en este espacio, como estaba diseñado desde un principio. Igual, destinar finalmente el recinto del bulevar para alguna muestra local fuera de concurso, sea personal o colectiva.

Una mirada crítica en torno a este Salón, que regresa luego de los azotes de la Covid-19, nos remonta a la década de 1990, a solvencias que hoy se deshacen ante nuevos entornos e interpelaciones. Yerros que pudieron evitarse de haberse contado con un grupo consultivo de artistas y teóricos (no un cuerpo burocrático, sino con experticias y cotejos modernos sobre la organización de este tipo de eventos, que no puede ser concebido con viejas recetas. El salón rebasa el hacer de una nómina de trabajadores nominados y exige otras presencias del gremio e instituciones a fines). El CPAP debiera ser más liberal en esta dirección para que los fallos no sean tan tornadizos y se comprometa a todo el sistema de la cultura. Los tiempos reclaman de una precisión grupal o heterogenia, sustentada en los talentos y los conceptos, en las demostrabilidades.

Hace algún tiempo teóricos y críticos, como Rufo Caballero, compartían que un Salón no solo procura otorgar un premio, sino también consumar un relato de identidad. A todas luces, el propio Rufo proponía otras estrategias para preservar y reconstruir justas de esta naturaleza. Entre otras, hablaba de los cotos proyectuales, en los que los especialistas se insertan dentro de los procesos creativos casi sin dejar margen a la sorpresa, garantizando un mínimo de calidades y jerarquías, de multiplicidades. Ello no se opone a la idea de las mediaciones potestativas, sino a las cruzadas de última hora (visitas a casa de las artistas, incluidas). Elocuentemente, no existen sorpresas en los relatos de los 38 artífices (solo unos pocos de la vanguardia sureña), conformes con apostar por lo que saben hacer bien, sin renunciar a sus zonas de confort. Escasamente consiguen sobresaltarnos algunas piezas u obras que despuntan por su telúrica, no siempre rotundas, al modo de Saturación hexa-decimal #FFOOOO, del abstractivista e instalacionista Raúl Cué Echemendía; Desatino, del impecable Néstor Vega Negrón; La forma de mi corazón, de Alfredo Sánchez Iglesias; Salto al vacío, de Alexander Cárdenas Pérez; el video arte Bucle para un escape absurdo, porque estoy contigo en la distancia, de Daniel H. Antón Morera; Lenguaje inclusivo, de Antonio Santiago García; La danza de los ilusos, de Rafael Cáceres Valladares; Extractor, de Edgar González Era; Doble triunfo, de Alejandro Munilla Madruga; y Un batallador quijotesco en busca de Blancanieves, comedia musical, de Eduardo Puebla Peñate.

Desde la citada década y hasta los tiempos actuales nos hemos interrogado ¿por qué la mayoría de los artistas con trayectoria encomiable o probada han dejado de sumarse a los salones de artes visuales? Es cierto que estos tienen otras aspiraciones o sus ambiciones se transmutan, igual que los premios ni siquiera cubren los gastos de las obras; empero, la causa es más raigal: hay una ausencia de motivación, que es hijata de la pérdida de estrategias institucionales. ¿Cuál es el premio ideal para estos hacedores? ¿Los dineros? ¿Por qué no se indagan nuevas iniciativas enfocadas hacia la real promoción de los artistas, en circuitos menos ociosos y de mayores alcances? Este planteo no es para nada inédito. Es cierto que es difícil lograr espacios en la capital o el más allá; pero no es un imposible. Requiere de voluntad, sistematicidad e inteligencia. Muchos creadores lo han logrado por sí solos. Tenemos que abandonar las zonas de confort.

No podemos menos que agradecer que se reanude la sustancia del Salón; pero cuidémonos de los triunfalismos. Los salones necesitan de sentidos, de lo contrario se autodestruyen. Por supuesto, explosionar una idea dependerá de aquellos que consumen la curaduría del evento, de la inteligencia y la sensibilidad de quienes lo organicen. No se prefigura un Salón en reuniones ordinarias, de turno o “democráticas”, sino en junta de versados (con un director(a) de evento que aporte las mejores estrategias para connotar el hecho cultural. Dentro de esta suerte de comisión igual debiera insertarse el grupo consultivo, no para obstaculizar el proceso, sino para proveerlo de experiencias. Solo de este modo se puede evitar (como ha sucedido) que la museografía sea promovida por la intuición (aunque responda a principios curatoriales en el montaje y a ciertas dictaduras del espacio) y no por un concepto base que le proporcione coherencia y obligue a los creadores a renovarse cada año y evitar el chantaje de los estilos.

Se trata de defender la existencia de un evento teórico. Aplaudible. Pero no es suficiente que asista un artista (miembro del jurado) para hablar de su obra o un teórico para referirse a creadores capitalinos. El sentido primero es el socializar los cursos del arte local, las novedades de los cienfuegueros, que los visitantes conozcan quienes son nuestras figuras (No por vivir cercanos conocemos mejor al vecino). El evento teórico no puede ser un acto de colonización, sino de reciprocidad cultural. Por supuesto, ello requiere de otra curaduría, para que el programa no dependa de las partes del jurado, de los que “pudimos traer”. Baste que a veces el jurado sea propuesto por artistas amigos del patio y no por una comisión o como queramos llamarle, sin ningún adeudo con uno u otro. El evento teórico no es un relleno, también es capital. Igual ocurre con las exposiciones colaterales. No es aconsejable que se repitan los expositores cada vez que sucede el Salón. El Consejo no es para las élites o privilegiados, sino para aquellos que por sus méritos y titulaciones académicas merezcan sus espacios. Por demás, una conferencia no hace un evento teórico.

Agradezcamos la permanencia del Salón, que tributa a unas de las gestas vitales de la historia de Cienfuegos, y radiquemos de una vez los viejos estigmas. Es un proceso espinoso, pero en las rocas también pueden crecer huertos.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

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