Responso por el alma atormentada de Denís

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Como si desconfiara de los cortes previos en la muñeca, empuñó de nuevo la hoja de Gillette y se tajó en el cuello. Por donde debía pasar la yugular.

Era el amanecer del jueves 10 de enero de 1924 en una habitación del edificio Cuba, de la calle Empedrado No. 42, en La Habana Vieja.

El hombre que yacía ensangrentado dejó escrito como última voluntad: “Ruego que me den mucha morfina si me encuentran vivo. Que no me dejen hacer autopsia. Tápenme todo”.

Tenía 41 años de edad y casi cuatro décadas de tormentos. Ya se había ganado un lugar en la historia de la literatura y el periodismo de Cienfuegos, su patria en miniatura.

En la iglesia de la Purísima Concepción fue inscripto como Andrés Alcalá-Galiano y Entenza. Pero la posteridad lo recordaría mejor como Denís o Doctor Pepper, seudónimos bajo los cuales labró una brillante carrera en periódicos de la Perla del Sur y la villa de San Cristóbal de La Habana.

Su nombre forma un trío de honor de las letras cienfuegueras, con los de Miguel Ángel de la Torre y Ruy de Lugo-Viña, en una placa de bronce empotrada en la fachada del Palacio de Gobierno de la antigua Fernandina de Jagua.

Alcalá-Galiano fue un apellido de prosapia en la madre España. Madrileño y culto era el padre, don Antonio. Cienfueguera doña Rafaela, que soportó el dolor de sobrevivir al hijo atormentado y ni siquiera la salud le permitió ir a velarlo en la redacción de El Heraldo, última tribuna periodística de Denís.

Nació el futuro hombre de letras el 11 de abril de 1882. Pero vino al mundo con el lastre de la enfermedad. En el folleto Dos Palabras, publicado en 1953 en Camagüey, su hermano Rafael recordó que, “…su desarrollo era lento y penoso, pero era vivaz e inteligente. El párvulo endeble sobresalía en los estudios y demostraba valentía y viril acometividad en las discordias escolares”.

La muerte de don Antonio en 1898, último año de la guerra, dejó a la familia en total desamparo. El adolescente Andrés se empleó en una oficina bancaria y entregaba su paga de manera íntegra a la madre. Su tío materno Juan, alma caritativa, acudió en auxilio de la hermana y su prole.

Decidió buscar alivio para la salud quebrantada del sobrino y lo llevó a Nueva York en busca de los mejores especialistas.

Una desviación de la columna vertebral le deformaba el cuerpo y ahogaba sus pulmones. De la Gran Manzana regresó con un corset de yeso que le oprimía el pecho, y al parecer muy poca mejoría.

A partir de entonces se refugia en el trabajo como único antídoto a las flaquezas del alma derivadas de la fragilidad del cuerpo. En las páginas de La Correspondencia, de las cuales fue casi fundador, pulió el brillo de su pluma. El diario de Cándido Díaz y Florencio Velis asistió al nacimiento de los seudónimos inmortales y de la columna Dos Palabras.

Mediada la segunda década del siglo anterior conoce al editor de periódicos Aldo Baroni. La amistad los une y Denís emprende el camino de la capital en busca de mejores horizontes económicos. Con él se lleva la sección nacida en la redacción de la calle de San Carlos, números 129-131.

Trabajó en El Heraldo de Cuba, donde le recordaban como traductor de cables de la Guerra del 14. Cerca del final de su existencia se produce el rompimiento de un grupo de periodistas con el caudillo ítalo-cubano Orestes Ferrara, propietario de la publicación, y Alcalá-Galiano sigue a Baroni a El Heraldo (llegaría a ser conocido como Heraldo Negro).

En su última voluntad les pide a los colegas que rebauticen el rotativo como El Heraldo Nuevo, “que así vivirá más brioso”. Y para que le recuerden siempre le deja como único legado material su typewriter marca Melissa en la cual había acabado de teclear su adiós a la vida.

“Hace 20 años que estoy muriendo. Ahora me asalta una aflicción que no es soportable. Siento una gran paz de espíritu y creo debo acabar como de buena raza. Domino la angustia de morir. Creo que me liberto”, explicó la decisión final.

Miguel Ángel de la Torre, colega y coterráneo que seis años más tarde esgrimiría la Gillete con idéntico fin, reafirmó la razón definitiva del amigo: “Ante la muerte de Denís resulta casi cruel lamentarse. Hay muertes respecto a las cuales parece como si no existiera el derecho egoísta al dolor, porque esas muertes son en realidad liberaciones”.

La necrológica de La Correspondencia fechada al día siguiente del suceso lo recordó como “sufridísimo amigo de alma blanca, caballero de otras edades”. Y en la propia página daba cabida a la última entrega de su corresponsal capitalino –De La Habana y de fuera- fechado el 8 y llegada con retraso a la redacción.

Nunca se dejó fotografiar. Dicen que alguien le hizo una caricatura.

Las palabras de quienes le conocieron constituyen el único retrato de Andrés Alcalá-Galiano.

Sirvan estas de responso por el alma atormentada del Doctor Pepper.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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