La efímera Torre del Villuendas
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Menos mal que esta publicación no es la del 28 de diciembre, porque entonces quien la leyera la tomaría como una inocentada. Pero, ¿cuántos cienfuegueros recuerdan la torre del parque Villuendas? Seguro que muy pocos. Para eso es necesario transitar por lo menos por la décima década de la vida y además, tener buena memoria.
Sin embargo, como muestra la imagen que le acompaña, hubo una atalaya más alta que los postes del tendido eléctrico, en la esquina noreste de la que originalmente fue la Plaza de Labra.
En su edición del 11 de mayo de 1940 La Correspondencia refería la
iniciativa del alcalde cienfueguero, Ángel López Corugedo, de instalar en el parque Villuendas un reloj público que diera la hora exacta y con ello la bienvenida a todo viajero que entrara a la ciudad por carretera.
Para sostener en lugar bien visible aquel carillón de beneficio social hacía falta la torre, que a todas luces ya estaba edificada al inicio del año siguiente.
Valgan dos acotaciones. El único reloj público de la Perla del Sur era entonces y sigue siendo hoy el de la Catedral de la Purísima Concepción. Y a la ciudad sólo se accedía por tierra a través de la Calzada de Dolores, de Máximo Gómez por aquel tiempo, cuya desembocadura coincide con la esquina de marras. La de la torre efímera.
El caso fue que en su sesión nocturna del 21 de abril de 1941 en lugar de inventar una serenata para esperar el aniversario 122 de fundación de La Fernandina de Jagua, el Ayuntamiento votó a favor de un acuerdo para demoler la torre del Villuendas.
Por fea, justificaba el consistorio el voto destructor de sus concejales.
La reacción no se hizo esperar mucho. El 29 del propio mes La Correspondencia publicó la airada protesta de los vecinos del Villuendas en contra de la decisión salomónica de los ediles. Clemente Acosta, redactor de la carta firmada por una legión de habitantes del entorno, más que justicia reclamaba sentido común.
El siguiente párrafo de la misiva popular es una joyita del arte de la ironía: “Te significo que es opinión de ciertos arquitectos que el Palacio Municipal es un adefesio. Dado el precedente que ahora se sienta esperamos que cualquier día nuestra ilustre Cámara Municipal tome el acuerdo de ordenar su derribo”.
También tomó cartas en el desaguisado el Comité Local de Turismo (CLT). El último día de abril su presidente, Serafín de Mazarredo, firmó en La Correspondencia un artículo titulado El reloj de la torre.
En febrero había visitado la ciudad Mr. Carlos Zoehrer, fotógrafo oficial de la Corporación Nacional de Turismo, a quien Mazarredo le solicitó su autorizada opinión sobre la recién erigida torre que comenzaba a ser el objeto de la discordia.
El publicista sugirió que colocaran una buena enredadera a cubrir toda la armazón vertical. “Hiedra si se quiere, y verá que entonces resulta una cosa original y bella con el transcurso del tiempo. Ahora no luce por estar totalmente descubierta, luego se verá muy bonita”.
Con fecha 29 de abril Mazarredo y Ramón Berrayarza, secretario del CLT, se dirigieron al alcalde Manuel Quirós Macías a fin de exponerles los puntos de vista de la institución. Entre ellos la práctica internacional de que las urbes contaran con servicio de relojes públicos.
Para levantar la torre comerciantes e industriales de la ciudad habían aportado los materiales de construcción, y la Alcaldía sufragado los gastos de peonaje, recordaba el documento.
“Ahora estamos empeñados en adquirir el reloj, contando para ello con el ofrecimiento del Gobernador Provincial y de los comerciantes del área del Villuendas”, exponían los remitentes.
El 9 de mayo corría la noticia de que Quirós Macías había vetado el acuerdo demoledor del Ayuntamiento. A pesar de que la Constitución del 40 establecía que los alcaldes sólo estaban facultados para impugnar las resoluciones capitulares ante los tribunales correspondientes.
Clemente Acosta volvió a escribir. Esta vez para felicitar a la primera autoridad municipal por el veto, en carta hecha pública el 15 de mayo. Y dado el elevado costo del reloj el líder vecinal le sugirió la posibilidad de negociar con los propietarios de dos de las grandes cerveceras nacionales: La Tropical o La Polar. Si costeaban el medidor del tiempo y saludador de viajeros, a cambio podrían colocar un anuncio comercial en tan privilegiada valla.
El asunto fue que un día la mandarria entró en acción y la torre del reloj cantó el manisero. La fecha del desguace se las debo. Parece que la noticia se diluyó entre los partes de guerra. Porque los civilizados europeos se habían vuelto a caer a bombazos.
Nota: El autor agradece la colaboración gráfica del colega Omar George.
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Como siempre, muy interesante su escrito además de sustentado. Gracias.