Si asimilas a los verdugos, hay cabezas trocadas (Otra vez Guerra civil y Pobres cosas)
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Es común culpar a otros sin advertir al verdugo que llevamos dentro. “La cosa está mala”, decimos, y no movemos un dedo para cambiar al mundo o cambiarnos a nosotros mismos. Vemos la paja en el ojo ajeno sin percibir el tronco que empaña nuestra propia visión. Es una actitud muy humana y habitual de la que apenas escapamos, no sin gran coste emocional
Es como si quisiéramos ignorar ESO que por dentro nos castiga.
Sintiendo al verdugo
Castigo 1: Mostrar el horror exterior para defender la patria (‘Guerra civil’).
El filme de Netflix muestra a una famosa fotorreportera de guerra (Lee Smith), torturada por la devastación de su más preciada creencia personal: ha fotografiado muchos horrores de guerras civiles internacionales a fin de mostrar a sus coterráneos lo que no debería ocurrir sobre el suelo patrio. Sin embargo, es lo que está sufriendo en carne propia (y fotorreportando).
Su “contraparte”, la jovencita colega novicia (Jessie), se siente al principio desbordada por los acontecimientos pero…
Castigo 2: Sacudir la inocencia (‘Pobres cosas’).
La protagonista de este filme (Bella Baxter) combina en un solo cuerpo físico las conductas en apariencia antagónicas de las heroínas de ‘Civil war’. Se trata del cuerpo resucitado de una madre suicida (que fue atormentada por el esposo abusivo), a la que han trasplantado el cerebro de su bebé nonato. En consecuencia, padece una sed insaciable por conocer al mundo, un fuerte impulso por sacudir su inocencia, aún a costa de su propia integridad física y moral. En ella la curiosidad resulta más poderosa que el horror y la violencia con que está estructurada la sociedad en que vive.
Mostrar el horror a otros para evitarlo; y experimentar el dolor por curiosidad científica no evitan que las protagonistas de ambas películas choquen de frente con sus propios verdugos o miedos más íntimos:
1. La guerra civil puede llegar a tu tierra.
2. El esposo abusivo puede presentarse en tu boda y cancelarla.
Asimilando al castigador
Lee Smith entra en pánico pero se sobrepone al advertir que Jessie (la nueva generación), ha superado su peor miedo y se adapta a la inesperada situación de guerra. De hecho, la jovencita confiesa: “Estos últimos días…nunca antes había tenido tanto miedo. Y nunca me había sentido más viva”. Más que decirlo con palabras, lo muestra en acciones. Se arriesga más de lo aconsejable y acepta las bajas y los muertos como lo normal dentro de la anormalidad, como gajes del oficio.
Por su parte, Bella Baxter no se arredra ante la irrupción de su esposo en la boda, quien reclama sus derechos conyugales. Antes bien acepta el nuevo desafío y se dispone a encarar, incluso a psicoanalizar el fenómeno de la violencia de género, de la violencia doméstica hasta que…
…entonces, las cabezas trocadas.
Ya sin temor alguno, la joven Jessie sustituye a experta Lee. No importa si la guerra ocurre dentro o fuera de la patria; no importa si matan a emigrantes chinos o a los propios amigos; ni siquiera la detiene el magnicidio contra el propio presidente. Ella continuará realizando su oficio, porque lo importante es el oficio, para reconciliarse con el verdugo interior.
Del mismo modo se comporta Bella. Haciendo honor al oficio de cirujano que practicara su padre, trasplanta el cerebro de una chiva al cráneo de su violento marido. De este modo, en ambos largometrajes quedan trocadas las cabezas, metafórica y literalmente.
¿Pero cuál es la actitud del Poder supremo?
En las dos obras hay una reconciliación con el castigador interior y una suerte de recalibración de la realidad o metamorfosis de las relaciones sociales. En este último fenómeno, los derrotados resultan ser figuras representativas del arquetipo del Padre (el presidente en ‘Civil war’, y el esposo en ‘Pobres cosas’). No parece haber un juez supremo que dicte una sentencia sobre lo acontecido, salvo lo que pueda pensar el espectador que se erige como tal.
Hay otra película donde sí aparece un dictamen del todopoderoso: ’47 Ronin’.
El emperador (shogún), ha prohibido expresamente a los 47 samuráis tomar venganza contra el señor feudal que los ha despojado de su dignidad. Ellos desobedecen creando una suerte de guerra civil para derrocar al tirano.
El emperador, como juez supremo, los condena a muerte por desobedecer su propia orden. Sin embargo, en el último minuto, exime del castigo al hijo del jefe de los samuráis: “Oishi, no le negaré a nuestro país tu linaje. Tu hijo vivirá para servir a Ako, como tú y tus samuráis lo han servido”.
Tal parece ser la moraleja de estas piezas cinematográficas: si asimilas a los verdugos, hay cabezas trocadas.
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