Sentirse seducido con las golosinas

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Fue por oro y lo halló. Jerry Senfield debutó como director en Unfrosted (2024), asumiendo también el papel protagónico a partir de un guión propio y de su equipo.

Las galletas Pop-Tarts, (unfrosted “sin glasear”), destinadas al desayuno infantil, son el resultado de una intensa competencia entre las poderosas compañías para cereales Kellog’s y Post durante el año 1963. Tales imperios económicos se entremezclaban con otros: los de la leche y el azúcar.

Edsel Kellog III y Marjorie Post pugnaron por ganar la preferencia del público infantil y, según Senfield, no escatimaron gastos ni ardides en el empeño: desde comprar toda la producción azucarera a un magnate latinoamericano (él), hasta negociar con Nikita Krushev (ella) para acceder a los centrales cubanos.

La ambiciosa comedia incluye todo tipo de escenas comunes a los filmes de espionaje, guerra fría, gánsteres, campañas políticas y revueltas sociales; pero más que nada, los parodia con habilidad y se completa incorporando situaciones humorísticas, personajes caricaturescos y diálogos bien elaborados y divertidos. Con tal contraste se consigue el equilibrio preciso para el desarrollo de una particular ironía sostenida durante 90 minutos.

En verdad, “una auténtica locura” con elenco de lujo: el propio Senfiel, Hugh Grant, Melissa McCarty, Christian Slater, entre otros adultos (pues la intervención de los tres niños manejando sus parlamentos y gestos es tan disfrutable como la de los grandes profesionales).

Es obvio que se pone en primer plano a un producto estrella de la compañía Kellog (las galletas Pop-Tarts), pero también se destacan —sobre todo a través de imágenes muy sugestivas y deliciosos diálogos anticlimáticos— el estado de prosperidad de una época que muchos recuerdan como una edad dorada de la cultura pop.

La magia de los cereales es comer y beber a la vez con una mano.

La presencia de genios inventores, Andy Warhol, la expectativa del viaje a la luna, los autos clásicos y la constancia del sueño americano de clase media, con su chalet de césped y el carro de la leche a domicilio, tocan el lado nostálgico y familiar de un momento que ha sido recreado en otras películas recientes como Fly me to the moon y Barbie.

El regreso a la memoria emotiva de una vida más sencilla y más plena se configura en plenitud escénica a través de los vestidos y peinados, algunos de los ritmos que marcaron la historia musical, así como las hipérboles visuales con que Senfield y su equipo bombardean humorísticamente los sentidos, al entreverar momentos políticos álgidos con la sencilla práctica de consumir las confituras cotidianas para desayuno.

No es una película para niños, claro está; pero después de saborear con los ojos y reír tanto y tan a menudo, te asaltan los deseos de correr al supermercado, como esos niños de las últimas escenas. Te dan deseos de sentirte seducido.

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Ernesto Peña

Narrador y crítico. Premio Alejo Carpentier de Novela.

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