Música y compromiso vs. bombas

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Siempre he creído, y espero coincidir con la mayoría, que la Música, más allá del entretenimiento en sí, resulta del compromiso social y del respeto y fidelidad a los públicos para los cuales se escribe y ejecuta. No soy una crítico de arte, y no me atrevería a igualar a mi querida colega Sandra Busto, columnista de esta página sobre los temas de marras; pero cuando hace unos días me atreví a escribir sobre Bob Dylan, el Bob de los primeros años de la década de los 60 y su compromiso social, demasiado breve para mi gusto, en sus canciones, recibí críticas de buenos amigos que me escribieron por in box.

El haber nacido a mediados de los 60 del pasado siglo y pasar una adolescencia rebelde entre la explosión del Folk, el Rock, Metal y otros ritmos, en inglés, una lengua casi prohibida para los muchachos de entonces, atrajo la atención de muchos de mi generación, incluso anteriores y posteriores, que nos pasábamos en gastadas libretas las letras de las canciones, y escuchábamos en las azoteas los listados de posiciones de fin de año por frecuencias radiales casi secretas.

Pero esta vez fue el compromiso social, la canción política, el repudio desde la música al genocidio que deviene del conflicto Israel-Palestina y del que esperábamos más melodías y letras de protesta, quizá el arma que precisa el mundo para atraer la atención contra la muerte y la destrucción, el tema que me animó a traer a Dylan y Joan Báez a colación, como un pretexto, desde mi compromiso personal.

Pero también somos expectadores de otras guerras, como la que tiene lugar en Europa, la culta Europa de siglo XXI, luego que el régimen títere pronazi de Ucrania sirviese de instrumento a los planes expansionistas de Estados Unidos y sus países subordinados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan).

La Otan, creada poco después de culminada la Segunda Guerra Mundial, supuestamente debería controlar y defender la paz, según sus bases fundacionales;  sin embargo, deviene en azuzadora principal en los conflictos bélicos, con el consabido balance de pérdidas de vidas, inocentes la inmensa mayoría, destrucción, y una consecuente crisis económica mundial.

No tengo que explicitar que estoy CONTRA todo tipo de guerra, sea donde sea, sin depender de la latitud geográfica en la que se ubique el conflicto; no importa si esta contienda es fría, caliente o tibia, o se hace desde un ordenador o un teléfono, repudio la guerra TODA y amo demasiado la paz, pero este comentario no va de mí, aunque esta sea una opinión personal.

Pero también estoy en contra de la falta de compromiso de personas que pueden hacer la diferencia, como los artistas, que mediante una simple ilustración, una obra performática o instalativa, o al arrancar una melodía a la guitarra, piano, batería o cualquier instrumento, podrían atraer la atención de muchos y hacer la diferencia. Tal como aquellos 40 músicos que hace casi 40 años, qué coincidencia en números, a través de Somos el mundo, recolectaron fondos para la hambruna en África, un continente expoliado hasta la saciedad.

Somos el mundo reunió a 40 artistas norteamericanos y pasó a ser un símbolo a la paz. / Foto: Tomada de Internet
Somos el mundo reunió a 40 artistas norteamericanos y pasó a ser un símbolo a la paz. / Foto: Tomada de Internet

La guerra es un mercado, y esa es una verdad de perogrullo, dolorosa y cierta, que tras un conflicto bélico muchas arcas se agrandan; sin contar los recursos que cuesta fabricar armamentos para matar, de países con medios que los regalan para que otros se maten entre ellos, para extinguir a la humanidad y sembrar el odio y el dolor. Entonces, bien valdría la pena más música, juntarse y protestar, como aquel proyecto de Somos el mundo, aun cuando Bob Dylan (y me duele reconocerlo porque como músico es excepcional) mostrara en los vídeos de la grabación, cara de indiferencia.

Palestina precisa más canciones, treguas de música de reconocidos cultores de TODOS los géneros, atraer los reflectores de sus shows, ya sean rockeros, trovadores, raperos, reguetoneros…, que conminen a sus fans y los hagan pensar sobre lo innecesario de morir por la expansión territorial, los recursos que enriquecen a los que ya tienen demasiado, o la prepotencia imperial de mostrarse fuertes y ostentar la más mortifera arma como si fuera una joya.

Y no es solo Palestina, también cuentan muchos países que sufren el impacto atroz de las políticas de los Estados Unidos y sus acólitos; sean de la Otan o sean los Milei, Noboa, Boluarte, et al, en América Latina.

Cuentan todos, porque la Tierra no es un país sino un planeta, que más que riquezas naturales en manos de pocos, precisa compromiso a favor de la vida, y ello bien vale ser expresado en la música y en todas las manifestaciones del Arte, porque las armas, las armas sobran.

 

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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