Animación en Latinoamérica, más de un siglo de aportes

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Contrario a lo que algunos suponen, la historia de la animación en América Latina supera el arco de un siglo. Arranca solo un poco después de los albores del séptimo arte, mediante obras cronológicamente casi pegadas a los seminales cortometrajes del francés Émile Cohl, considerado el padre del género.

A partir de 58 mil dibujos de su autoría, en fecha tan temprana como 1917, el argentino Quirino Cristiani presenta la sátira política de sesenta minutos El Apóstol, primer largometraje de animación de la historia del cine. Pongámoslo en perspectiva: eso sucedía nueve años antes de la mismísima fundación de la compañía Disney.

Al margen de que a Argentina le cabe el honor de ser la precursora, también en otras naciones de la región los adentramientos en el género acontecen en fechas tempranas.

En semejante comarca de la pantalla, América Latina ha aportado relatos y personajes muy queridos en cada uno de estos países. En Cuba, el caso máximo es Elpidio Valdés.

Desafortunadamente, el género –nada barato por sus costos productivos– no ha podido alcanzar el desarrollo industrial del cine animado de Japón, Estados Unidos y Europa, los tres escenarios fundamentales de dicha creación hoy día.

Han faltado tanto recursos como voluntades, en determinadas naciones aún a la zaga. También constituyó un duro golpe para el desarrollo de la expresión en nuestro espacio geográfico el éxodo de muchos técnicos y realizadores hacia los estudios estadounidenses.

No obstante, otros permanecieron y, aunque el nivel cualitativo de la animación regional no alcance el rango, por ejemplo, de las maravillas artísticas surgidas de la escuela japonesa, se realiza de forma sistemática –y loable– una labor que rinde sus frutos.

Tal cosecha fílmica pudo corroborarse a través de las obras en concurso, largo y cortometrajes, en el 45 Festival.

En la cita continental compitieron títulos de disímiles credos estilísticos, elocuentes del potencial creativo de los cultores regionales. Dibujos animados del corte del argentino Gigantes (Gonzalo Gutiérrez, 2024), el brasileño Aba y su banda (Héctor Avelar, 2024), el colombiano Luthier (Carlos González Penago, 2023) o el mexicano Humo (Rita Basulto, 2023) refrendan tal valoración.

Sobre Gigantes, el crítico argentino Ezequiel Boetti escribió, a propósito de su estreno en agosto, que “adquiere un significado particular en un contexto donde nuestro cine es señalado por el gobierno nacional como uno de los grandes males del país. Más, si se trata de una película de animación, un género que, abordado desde este lado del mundo, requiere mano de obra con talento suficiente como para suplir con ideas la falta de recursos. En ese sentido, su calidad visual y narrativa son dignos de los estándares internacionales.

“No es, desde ya, una de Pixar, pero tiene algo de lo que adolece buena parte de este tipo de producciones provenientes de Hollywood: corazón, preocupación por sus personajes, creencia en lo que cuenta y plena conciencia de que su público son los menores. De allí, entonces, la ausencia de guiños o referencias para saciar a los adultos. Gigantes es una película transparente”.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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