Una cienfueguera apasionada
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Pierre Marie Benet llevaba tiempo acarreando agua desde el manantial del callejón de El Piojo cuando en 1831, en la parroquia de la jovencísima villa de Cienfuegos el cura de almas Loreto Sánchez unió para siempre su vida con la de Anne Louisse Texier. Antes, sin saberlo, las había unido el Océano Atlántico, sobre cuyas olas viajaron a bordo de la fragata francesa Adeline, que procedente de Burdeos tocó en un primitivo atracadero de la recién estrenada colonia Fernandina de Jagua, el 15 de diciembre de 1819.
Al momento de la travesía trasatlántica él era un hombre maduro, natural de Limoges, la de las famosas porcelanas, y ella había cumplido once en su natal Saint-Denis, en el contorno de París.
Cuando una mañana cualquiera, en el sitio exacto de la fundación narra a foráneos y lugareños la historia vieja de la ciudad donde nació en la Nochebuena de 1946, María Dolores Benet León, quizá repare a veces que un día con ella desparecerá de Cienfuegos el apellido del aguador Pierre Marie.
En el pequeño ambiente de su sala, ante la presencia callada de Nelson, su compañero de seis décadas, y la revoltosa y lanuda del minino siamés Valentino y el can mestizo Casey, el verbo fácil y filoso de Mary Loli desgrana para el cosechero de historias las viñetas de una vida dedicada al magisterio y la conservación del patrimonio del lugar que acogió hace más de dos siglos a sus ancestros franceses.
Nació en un hogar de clase media. Su abuelo paterno, Carlos, administraba el periódico La Correspondencia, y el materno, Francisco, era el mayoral de la colonia Dolores, propiedad de los gringos Atkins, dueños y señores del central Soledad; en tanto su padre, Antonio, fue corrector de pruebas en el mismo vespertino y secretario del director del Instituto de Segunda Enseñanza.
Tal ambiente socioeconómico le permitió con tres años y medio matricular en el kindergarten del colegio de las Dominicas Americanas, donde hizo toda la enseñanza primaria y a continuación secretariado en inglés y taquimeca bilingüe, “en Gregg, no en Pitman”.
Su paso de la niñez a la adolescencia coincidió con la vuelta de timón de la historia nacional y un buen día la vio marchar, farol chino en mano, en la primera fila del ejército de alfabetizadores
“Tuve el honor de haber desfilado el primero de mayo de 1961 en la Plaza de la Revolución justo detrás del águila imperial (descabalgada del monumento a las víctimas del Maine). Nunca lo olvidaré, una rastra enorme con un cable del cual colgaba el ave rapaz”.
Los días precedentes se rebobinan ahora en su memoria en modo vértigo. La salida desde Cienfuegos para el campamento de preparación en Varadero estaba prevista para el lunes 17 de abril, pero el desembarco de la brigada invasora por la bahía de Cochinos pospuso el viaje por nueve días.
En la Playa Azul la ubicaron en la casa que había sido de Sarrá, el de la famosa farmacia. Fueron siete días de adiestramiento en el empleo de la cartilla Alfabeticemos y el manual Venceremos, más reglas básicas de la enseñanza a adultos iletrados, así como medidas sanitarias e higiene ambiental.
En un grupo de diez muchachitas capitaneadas por la recordada pedagoga cienfueguera Olga Hernández Guevara, llegó a bordo de una “chispa” a la colonia Belmonte, del rebautizado central Pepito Tey, donde en las tardes tendría de alumnos al matrimonio de Manuel (Chelé) y Modesta, en cuyo hogar convivía. Por las noches en la escuela del batel atendía a Robustiano, un campesino que aún trabajaba.
Como padecía de una hernia, para sus desplazamientos por aquella campiña aledaña a la ribera oriental del río Caunao, le buscaron un caballo de marcha, porque uno de trote la podía dañar.
El colofón de la Campaña, el 22 de diciembre otra vez en la Plaza, fue su peculiar regalo de los quince, que cumpliría dos días después.
La inoportuna hernia la privó de la posibilidad de tomar una de las diez mil becas concedidas por Fidel a los alfabetizadores. Entonces aprovechó la reapertura del Instituto, ahora preuniversitario, como lo demuestra el título de bachiller expedido el 10 de agosto de 1965 a nombre de María Dolores del Carmen Ada Benet León.
La faceta de educadora se consolida después en las aulas de las secundarias 5 de Septiembre y Raúl Suárez, más la Escuela de Comercio, donde por tres lustros se empeñó en enseñar la legua materna.
Hasta que en 1980 reorientó el ámbito laboral al sumarse al naciente Equipo de Patrimonio, fundado por la entrañable Inés Suao Bonet, en el cual compartió desvelos por dos años con Teresita Chepe e Irán Millán.
La siguiente escala sería el Museo Provincial, de cuyo equipo fundador; Orlando García, Nani Boán, Marcos Rodríguez y Florentino Morales; una lección de bonhomía, entre otros, formó parte hasta 1997 cuando pasó al Equipo de Monumentos, génesis de la actual Oficina del Conservador de la Ciudad, y en el cual participó de la verdadera aventura que representó la conformación del expediente para la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad de la ciudad nacida a la vera de los muelles por donde desembarcaron sus tatarabuelos cuando el año fundacional estaba a punto de deshojar las últimas fechas.
-¿Cómo quisieras ser recordada, Lola?
La voz se le quiebra por unos segundos antes de responder: -Como una cienfueguera apasionada, por encima de todo. Yo pude ser una niña Peter Pan y aquí me quedé.
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Mi prima MaryLoly, un ser en constante oficia de cultura y en reverencia a un pasado excelso y un encanto de mujer.
Mi respeto para Mary Loly, siempre recuerdo con mucho cariño a mi vecina y maestra, cuando escuchaba narrar las leyendas cienfuegueras, era como vivir esos momentos a través, de sus palabras hacíamos un viaje en el tiempo. Muchas felicidades.