Papá, dulce palabra; amor infinito

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A mis 53 años todavía le digo papi o papá y es que no encuentro otra manera de nombrarlo. Desde que tengo memoria ha sido así, por respeto; pero sobre todo por el amor que le profeso y que me reciproca cada uno de mis días, aunque no nos veamos físicamente con la frecuencia que quisiera.

Los kilómetros que separan a Cienfuegos y Camagüey no impiden estar al tanto el uno del otro: la salud, la familia, el trabajo; sí porque, con 83 años a punto de cumplir, mi papá todavía trabaja, se siente útil y aportando. ¿Con semejante ejemplo, van a vencerme las adversidades? ¡Por supuesto que no!

Él ha sido mi héroe, el de mis hermanos y el de mis sobrinos, sus nietos. Presto al consejo más que al regaño, a acompañar en momentos cruciales; capaz de sobreponerse a los zarpazos de la vida, con sus veleidades: eso y más es mi papá que ya no muestra la lozanía de antaño, pero sigue erguido para suerte nuestra.

Las cosas que hace un padre por sus hijos. Cuando lo visito en Camagüey no me pierde pie ni pisada: que si el baño ya está listo, que, si ya me preparó la comida para el viaje, que me cuide mucho, que no me preocupe que él está bien…

A mis 53 años no me da pena llamarlo papi o papá. Ni toda la vida me alcanza para multiplicar su amor y cariño.

Sé que no es el único progenitor biológico o afectivo cuya relación con sus descendientes está marcada por el amor, mas quiero sean estas palabras escritas desde el corazón mi mensaje en día tan especial porque Papá es una dulce palabra y más que eso, amor infinito.

 

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Tay Beatriz Toscano Jerez

Periodista.

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