Límites que no se ven

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A menudo en las novelas de Pratchett aparecen dos ideas. La primera: “no existen reglas, solo pautas generales”; y la otra, expresada por el personaje de El Segador (La Muerte). “No hay justicia, solo estoy yo”.

Lo interpreto como que el estilo de vida que asume cada persona  determina su función dentro de la sociedad, así como su andar en relación con la muerte.

Pero ¿cómo se definiría un ser humano cuando las mutaciones rápidas (físicas y psicológicas) se convierten en costumbres? ¿Es este el punto de partida y, si se quiere, la conexión que comparten dos películas recientes: Poor things (2024), y Annihilation (2018), basadas en obras literarias?

En la primera, una suerte de doctor-monstruo Frankenstein (God), transplanta el cerebro de un bebé al cráneo de su madre, una suicida embarazada que se había lanzado desde un puente. La nueva criatura híbrida (Bella Baxter), salta con celeridad etapas evolutivas en el desarrollo de la conciencia personal, al tiempo que va en busca de aventuras (en espacio y sexo), movida por la curiosidad científica relacionada con las sensaciones corporales y la percepción de las relaciones sociales. Su ansia experimental en ocasiones transgrede normas y conductas “aceptables”; y está justificada por una constante inocencia, paralela a cierta crueldad innata, que desafían su propio sentido de conservación, tanto de su cuerpo como de su imagen social.

En consecuencia, es “infiel” a todos los hombres: padre, prometido, amante, ex esposo; y lo prueba todo, incluída la prostitución. Nuevas formas, nuevos modos de ver las cosas, reclama su actitud existencial ante la propia vida y la de otros.

Con igual curiosidad científica pero diferente motivación (pretende rescatar a su perdido esposo), la bióloga Lena, de ‘Annihilation‘, se adentra en la Área X, donde intentará entender las mutaciones transgénicas y espacio-temporales de esa zona alienígena ubicada en una costa sur.

El asunto de la transformación constante, ya convertida en costumbre, conforma el impulso vital de ambas heroínas. ¿Pero dónde están los límites? ¿A qué paradigmas o patrones se aferran? No los tienen. No pueden tenerlos. Bella Baxter, por causa de su desbordada y ardiente curiosidad donde todos los modelos se queman; Lena, debido a la mutación total de la escenografía y de su propio organismo. El camino (do), de la religión oriental, establecido mediante prácticas tradicionales, es sustituido en estas situaciones dramáticas por el imperativo poético de Occidente: “Caminante no hay camino/ se hace camino al andar”.

Nos encontramos ante las veloces ética y estética de la era tecnológica. ¿Se apunta hacia un movimiento futurista dónde la velocidad en las decisiones de cambio (interior y exterior) determinarán la supervivencia?Sería prematuro afirmarlo. Lo constatable es que ambos filmes, basados en sendas novelas de ficción especulativa, indican actitudes existenciales muy parecidas ante el flow que se avecina; o ante los límites sociales psicológicos y biológicos que cada día se desdibujan más, de cara a un futuro donde lo más onírico e imposible puede tornarse probable, e incluso, exigir habilidades afines para poder adaptarse a tales porvenires.

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Ernesto Peña

Narrador y crítico. Premio Alejo Carpentier de Novela.

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