La intransigencia de lo real
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Leer Cuarentena, drama en tiempo de pandemia, que Ulises Rodríguez Febles escribiera mientras corrían los primeros días de la crisis epidemiológica en Cuba, 2020, significa acercarse a un atrevido e iluminador intento por imitar o duplicar la realidad insular durante el complejo proceso de convivencia con el virus SARS-CoV-2. Cuando digo imitar la realidad me refiero a la osadía con que el dramaturgo fue capaz de convertir la pequeña y desastrosa fábula en que un desconocido virus, nuevo para las ciencias e invisible a los ojos, como debe ser, aparece de manera inesperada en la Tierra, y hace que comience a gobernar la muerte, cobrando —sin distinción de raza, sexo o género, posición economía o política— la vida de miles de personas, mientras amenaza, al mismo tiempo, con desaparecer a la Humanidad, despoblándola para extinguirla y hacer de ella un lugar vacío.
Rodríguez Febles, como dramaturgo, comprende la teatralidad implícita en esta peligrosa fábula, o mejor dicho, las diversas teatralidades presentes en ese conflicto que también es múltiple, y se arriesga a escribir. Lo hace al comienzo de la crisis, cuando él mismo es presa del desconocimiento, y vulnerable, no sabe qué hacer; los científicos ni siquiera han soñado la primera vacuna, o reimaginado las funciones de las gotas homeopáticas. Escribe en medio del huracán, y esta elección hace que sin buscarlo, se asemeje a un héroe de la escritura dramática que en Cuba utiliza, como averías sociales, los devastadores efectos que la presencia del virus y su corrosivo accionar causan en los once millones de personas que habitan la Isla, como extensión del mundo, para producir sentido desde el Teatro.
No es, sin embargo, cualquier teatro el que le urge y precisa escribir. Si me lo permiten le llamaré Teatro de sanación. Todo teatro comprometido con la condición humana lo es. Todo arte legítimo debe serlo. Aquí, no obstante, me refiero a la curación en el sentido médico. No miento si digo que mientras leo la obra, siento que el autor desea o necesita igualar sus palabras a los efectos de un medicamento o a las acciones benéficas que forman parte de los protocolos que los médicos utilizan para atender a los pacientes. En este caso, los pacientes somos nosotros, víctimas directas e indirectas del virus.
Cuarentena es, sin duda alguna, y más allá de su condición estética y su conversión en texto dramático, en literatura, uno de los gestos humanos más hermosos que desde la profilaxis ética que debe practicar cualquier artista, Ulises produjo para acompañar a la masa de gente que se llama el pueblo cubano y con la llegada del virus asistió a la profundización y el crecimiento de las crisis socio económica que signa su destino desde hace más de treinta años, sin encontrar soluciones. Frente a esta pieza, como gesto o acción purificadora, y en medio de la pandemia, debemos repensar las funciones del arte y del teatro.
Compuesta por quince escenas, y seis pausas, coreografías, remedios, chistes, y performance, la acción transcurre en el hostal Amalia, (metáfora de ciertas casas cubanas que, cuando en el pasado más reciente el gobierno permitió a los ciudadanos acogerse al cuentapropismo, fue puesta en función del negocio que posibilita alquilar para extranjeros, con el objetivo de sostener la economía familiar). Allí, un matrimonio formado por Marcelo, chef y dueño del hostal; Fernanda, enfermera; y el fruto de su amor, Amalia, hija de ambos, y estudiante de danza, conviven con Francesco, turista italiano quien se ha ganado la amistad de la familia, y por lo mismo elige el hostal como residencia cada vez que regresa a Cuba. (Suerte de simbiosis entre la Isla y el mundo, el turista representa el más allá de Cuba y lo cubano —el exterior del archipiélago— la otra cara de su realidad). Casa y circunstancias son un fresco de la sociedad donde vivimos, incluyendo la presencia de Francesco; el hostal, una reducida fotografía de la actual sociedad que habitamos, y cada uno de estos personajes no solo representan la sobrevivencia: Marcelo; la salud y el altruismo: Fernanda; el futuro: Amalia; y el afuera, lo desconocido: Francesco, sino rasgos específicos de nuestra identidad que deben enlazarse con el mundo de hoy para comprender mejor su utilidad dentro y alrededor de las fronteras Insulares, así como su sentido real en el panorama internacional al que asistimos.
El conflicto central es sencillamente contundente: consiste en la necesidad humana y la obligación profesional de que Fernanda, contra la voluntad de su esposo, debe cumplir, durante quince días, con las funciones pertinentes que le corresponden como enfermera en la línea roja del hospital al que pertenece; y después, una vez que resulte negativa —algo que podría ser improbable— pasar al necesario aislamiento durante quince días más; y si continúa sin contagiarse, quedar a la espera de que vuelvan a llamarla. La práctica, así como la idea de este ciclo infernal tensan al máximo el argumento de la pieza y nos invita a repensar la condición humana (a la que correspondemos). ¿Qué y quiénes somos? ¿Con qué materiales hicieron nuestro ser; y para qué misiones fuimos concebidos? ¿Qué hacemos en la Tierra; y bajo qué predicados debemos cumplir con la existencia? Y más: ¿Qué es la vida si alguien está enfermo y no podemos ayudarlo, pues nos contagiaría con su enfermedad y acabaríamos muriendo con él, o ella?
Si la pregunta necesaria de Cuarentena es, ¿qué debemos hacer frente al peligro de ayudar a personas que a su vez pueden enfermarnos? ¿Cuidar de ellos, o quedarnos en casa, inmóviles, resguardados, a salvo de cualquier riesgo y de la muerte misma?, la sabiduría teatral de Ulises construye, alrededor de semejante tirantez, un ambiente de rara normalidad cotidiana, abandono, dejadez, como si más allá de la presencia del virus, y su devastadora acción, no estuviera ocurriendo nada. Allí, en el no suceder, en el no acontecimiento, debemos encontrar la obra (su sentido más agudo, específico, el nudo a desenrollar propuesto). Esa extraña e incómoda paz, el aburrimiento y la constante nadería que de un día a otro superan la incertidumbre, gobernando la casa durante las veinticuatro horas, son la sustancia del drama; y me recuerdan, por alguna razón, a Chejov. El dramaturgo ruso afirmó, en más de una ocasión, que la aparente falta de conflicto de sus piezas, así como la inacción de sus personajes, respondían, como contrapartida y de manera representativa, a la decadencia del régimen zarista; eran una invitación a pensar la situación rusa de aquellos días, como contraposición.
Sin ánimo o intensión de comparar, y guardando las distancias prudenciales, se puede leer, más de un siglo después, en el Caribe, El jardín de los cerezos o El tío Vania en Cuarentena; dicho de otro modo: la aparente inactividad que determina las páginas de Cuarentena simboliza o equivale a lo mismo que la inmovilidad reinante en El tío Vania, en El jardín de los cerezos. Esa supuesta normalidad —donde simbólicamente no ocurre nada— aparece como raíz o soporte ideo-temático en la elaboración de cada escena. Ulises propone dos niveles. La rigidez dramática por una parte y por la otra la anodina paz hogareña del hostal que cargada de perplejidades, miedos, dilemas e inseguridades, convierte la casa en cárcel o espacio inhóspito donde el vacío y el nada qué hacer dejan mucho qué decir.
Cuarentena se distingue, durante el tiempo teatralizado, y de cualquier obra que se pueda acercar al mismo tema, por la destreza dramatúrgica, así como por la precisión literaria y escénica con que el autor arma una pieza necesaria y digna de estos tiempos; que a partir de la situación epidemiológica se apropia del horror, la inesperada sorpresa de lo absurdo, el dolor y el miedo a la muerte, en franca controversia con la esperanza, el amor y la voluntad de vivir que aparecen como reacciones frente a ésta y la contrarrestan, convirtiendo la incertidumbre en materia artística y sostén de un Teatro Documental que plantea, en quince escenas, un fresco de la condición humana frente al peligro; y con profundo conocimiento del drama sabe duplicar la realidad (cubana) inmediata, reproduciendo las inesperadas trasformaciones que comienza a padecer —de la noche a la mañana— una familia desde el momento en que llega el virus SAR-CoV-2 a la Isla, insistiendo en la importancia del teatro como instrumento eficaz ante la necesidad de practicar cualquier exorcismo social.
Rodríguez Febles, y ésta es una de las características de su dramaturgia, es experto en unir la vida —como acontecimiento natural, pero signada a la vez por la inminente especificidad de la cultura cubana— al teatro, convirtiendo el hálito vital, así como las estructuras sociales dentro de las cuales se encuentra establecido, con la necesidad de teatralizar la existencia humana, y hacer de ambos (accidentes o saberes) puentes que se intercomunican en un ejercicio imaginativo en el que no sabemos dónde empieza uno y finaliza la otra. En este sentido su trabajo como dramaturgo se iguala a los procesos de un sociólogo que explora las relaciones entre cultura, (en el sentido de producción simbólica) y vida, como realidad fija o establecida por sistemas políticos e ideologías. Sumémosle a esto algo mucho más particular e incluso espeluznante, o fuera de lo común: Ulises se ha dedicado —concentrándose en ello con los años—en desartistizar el arte y desteatralizar el teatro en la medida que lo desteoriza y lo pone a dialogar directamente con las circunstancias sociales inmediatas (el entorno que acaece sobre los individuos y los hace). En El concierto, por ejemplo, lo hace a través del arte, y específicamente de la música; en Baseball del deporte; en Huevo de la política, (en el sentido tradicional de la palabra); mientras que en Cuarentena se arriesga a hacerlo a través de la medicina. Esta pieza es, en gran medida, el resultado de la imposibilidad que representa el hecho de que el dramaturgo no sea médico y por lo mismo no pueda, durante la pandemia, dedicarse a salvar vidas humanas; o dicho de otra manera: el reflejo literario de lo que él, en persona, hubiera hecho en medio de la pandemia, de haber sido médico, o cualquier trabajador de la salud, instruido para salvar vidas.
La pieza, que se alzara en el año 2000 con el premio Fundación de la Ciudad de Matanzas, y fue publicada por la editorial homónima, cuenta con una cuidada edición de Maylan Álvarez, y el objetivo e inteligente diseño de Johan E. Trujillo, quien en esta ocasión propone, como primera imagen, un estuche de cartulina que lleva los colores de la tierra, donde encontramos el rostro del autor, con nasobuco y de perfil, repetido cuarenta veces; mientras la nota de Vivian Martínez Tabares ocupa el reverso de la estructura. El libro, blanco y con la cara del autor sin repetición, mirándonos directamente a los ojos y ataviada por un nasobuco negro, se encuentra dentro del estuche y me ha hecho pensar que, como documento de este tiempo, también está protegido por su nasobuco de cartulina, imágenes y colores que recuerdan la tierra que pisamos.
Dramaturgia, Libro, y Puesta en escena forman un signo halagüeño, de esperanza viva, en la realidad cubana de estos días; un abrazo de ideas, palabras y cuerpos humanos que necesitan subir a escena.
Leonardo Padura dijo, en algún momento, mientras lo entrevistaban por su candidatura al Premio Nobel de Literatura, que consideraba irresponsable escribir sobre la pandemia mientras esta existiera. Afirmaba que no se podrá tener una visión asentada del fenómeno, una idea real de la crisis epidemiológica que permita evaluarla con objetividad, hasta que el virus no sea eliminado o al menos contralado. Ulises eligió escribir mientras sucedía la pandemia, dentro del huracán e igualarse al problema; ser él mismo la crisis y la solución de ella; o al menos, proponer alternativas, algunas salidas. Convirtiendo en materia de su escritura esa irresponsabilidad de la que habla Padura, Rodríguez Febles asumió los riesgos que encarna el acto de escribir en medio del torbellino y nos lega, nadie lo dude, un gesto teatral de sobrado humanismo, que debido a su identificación con la tragedia, nos convida, desde un noble y eficaz altruismo, a contrarrestarla incertidumbre y la persistencia del dolor; y lo más importante, a enfrentar la muerte; y por qué no, soñar con que podemos derrotarla, cuando aún parecía imposible.
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