La muerte viaja de polizón en la Juana Mercedes
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El ajetreo característico de las horas previas al desatraque invadía la cubierta de la goleta de cabotaje Juana Mercedes, surta en el puerto de Cienfuegos. Su consignatario, el señor Jesús Incera, ya tenía lista la documentación para despacharla esa misma noche del 30 de octubre de 1922.
La tripulación había terminado de colocar en bodegas las mercaderías a transportar hasta Tunas de Zaza, carga blanca, 26 cajas de gasolina y varios garrafones de agua de Isla de Pinos, todo consignado al administrador del central Natividad.
A las cuatro de la tarde, cumplida la faena de la jornada, el patrón Juan Bautista Silveira dio la orden para comer. A última hora hubo un invitado. El marinero jamaiquino Evans Rivers trajo a bordo a un compatriota. El hombre alto, fornido, de facciones irregulares y tocado con una gorra se presentó como Thomas y al finalizar el rancho le pidió al capitán que lo llevara hasta el puerto de destino.
Silveira, un mestizo de 46 años con familia en Cienfuegos, se negó a darle el aventón marítimo. Conocía que días atrás el individuo había desembarcado sin desenrolarse de un barco caimanero.
El patrón dio por zanjado el asunto y descansó un rato mientras aguardaba la hora de zarpar, señalada para las nueve de la noche por la Capitanía del Puerto de Cienfuegos. Desde el día 22 las condiciones para la navegación costera resultaban inmejorables en el Caribe y la Juana Mercedes, una goleta de 58 toneladas con matrícula en la Perla del Sur, tenía fama de ser bien marinera. Sobre cubierta la comidilla del día seguía siendo el crimen de la playa del Patao (*).
Quien sí tomó pasaje a bordo fue Cristóbal Gual. Español de 30 años y vecino del remolcador Esperanza se había tomado tan pecho la recién adquirida ciudadanía cubana (como cambian los tiempos, Venancio) que viajaba para votar en las elecciones municipales del primero de noviembre en Tunas de Zaza, donde estaba afiliado al Partido Conservador. Contaba con llegar a tiempo al sufragio, pues la Juana Mercedes debía fondear la noche anterior a la cita con las urnas.
El roll de la goleta propiedad de la Barbeite y Compañía, de Batabanó, lo integraban los marineros Ángel Pérez, cienfueguero de 30 años, y otro que aparecerá indistintamente como Pablo Koning, Kong o Conig . A ciencia cierta nadie sabe si es venezolano, colombiano o español. De grumetes navegan los menores de edad José Monzón y Alberto Martínez, ambos hijos adoptivos del patrón Silveira.
Extrañado de la demora en el arribo de la goleta, Ramón Fernández, socio de Barbeite y encargado de recibir la carga de la Juana Mercedes, telegrafió el primero de noviembre a la naviera en Batabanó, y a Incera en Cienfuegos, al tiempo que embarcaba para la Perla del Sur. Desde el puerto madre el cañonero Diez de Octubre y el caza submarino número 1 zarparon a pesquisar la costa Sur.
En su edición del miércoles 8 de noviembre el diario El Comercio dio la primera señal de alarma. De comprobarse el supuesto acto de piratería se habría reeditado el horrendo crimen cometido a bordo de la “Murgados” (**), anticipaba.
A mediados del propio mes la prensa habanera reportaba la presencia de la Juana Mercedes en Caimán Grande, donde había recalado el día primero. Las autoridades de la isla, dependencia inglesa bajo la jurisdicción de Jamaica, tenían retenidos a dos naturales de la ínsula, Evans Rivers –también conocido como Antonio Rivas-, y Thomas Bank (alias Gideon Evans), además de Pablo, el de las varios apellidos y nacionalidades.
Al ser interrogados declararon que el resto de la tripulación había muerto a causa de una epidemia desatada a bordo y sus cuerpos lanzados al mar.
El 16 de julio de 1923 la Sala de Vacaciones de la Audiencia Provincial en Santa Clara condenó a cadena perpetua por el quíntuple asesinato de la Juana Mercedes –delito de piratería- a Antonio Rivas o Evans Rivers: hijo de Guillermo, de raza blanca, 25 años, soltero, natural de Caimán Grande, marinero, con instrucción, sin bienes ni antecedentes penales y en prisión provisional. Pablo y Bank fueron procesados en rebeldía.
Casi 15 años después, en su edición del 28 de mayo de 1937 El Comercio anunciaba el hallazgo en Great Sounds, sitio pantanoso en las inmediaciones de Kingston, Jamaica, del cuerpo sin vida de Gideon Evans, quien había sido buscado por todas las autoridades de las Antillas.
(*) Será objeto de otra crónica en esta propia columna.
(**) Hasta el momento las pesquisas del cronista no han sido fructíferas en cuanto al episodio de marras. Habrá que insistir.
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