José Martí y la tradición ética de la Revolución Cubana

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La figura de José Martí trasciende el mero ámbito histórico para convertirse en el eje moral y ético que nutrió no solo la independencia de Cuba, sino también los principios que sostuvieron la Revolución Cubana de 1959. Su pensamiento, arraigado en una profunda concepción humanista y antiimperialista, fusionó la ética con la acción política, creando un legado que sigue siendo piedra angular de la identidad cubana.

Martí concebía la ética no como un conjunto abstracto de normas, sino como un compromiso vital con la justicia y la dignidad humana. Para él, educar era “dirigir los sentimientos” y formar ciudadanos íntegros, capaces de alinear su palabra con sus actos. Este principio se reflejó en su lucha contra el colonialismo español y en su rechazo al imperialismo estadounidense, advirtiendo que la independencia de Cuba era esencial para evitar la expansión de poderes opresores en América Latina. La Revolución Cubana, bajo el liderazgo de Fidel Castro, retomó esta premisa, vinculando el socialismo con la tradición ética martiana. Como afirmó nuestro Comandante en Jefe: “Quien traiciona al pobre, traiciona a Cristo”, un eco directo del llamado de Martí a “echar su suerte con los pobres”.

El más universal de todos los cubanos insistió en que la verdadera revolución debía ser una obra de “pensamiento y machete”. Su ética no era pasiva: exigía acción coherente, disciplina y sacrificio. Esto se materializó en la Guerra Necesaria de 1895, donde combinó estrategia militar con un proyecto político inclusivo, representado en el Partido Revolucionario Cubano. La Revolución de 1959 heredó este enfoque, priorizando la unidad nacional y la resistencia ante adversidades, principios que Martí resumió en frases como “Vence el que insiste”.

En Nuestra América, Martí articuló una visión continental basada en la autodeterminación y el rechazo a la dominación extranjera. Su crítica al capitalismo depredador y su defensa de los “pueblos naturales” anticiparon el antiimperialismo que luego caracterizaría a la Revolución Cubana. Para Martí, la justicia social era inseparable de la ética, idea que Fidel Castro reinterpretó al fusionar el marxismo con las ideas martianas, creando un socialismo arraigado en la identidad cubana.

Nuestro Apóstol sigue siendo un faro en debates contemporáneos. Su llamado a la autocrítica (“Las palabras deshonran cuando no llevan un corazón limpio”) y su énfasis en la honestidad política son apremiantes en un mundo marcado por la corrupción y la desigualdad. Como señaló el destacado historiador y ensayista, Dr. C. Eduardo Torres Cuevas, director de la Oficina del Programa Martiano, la cubanía se define por la voluntad de “defender lo que somos”, un principio que Martí encarnó al morir en Dos Ríos, no por romanticismo, sino por coherencia con su deber.

El Maestro no fue solo un prócer, sino el arquitecto de una ética revolucionaria que trasciende épocas. Su ideal de una república “con todos y para el bien de todos” sigue desafiando al mundo a construir sociedades más justas. En un contexto global donde el individualismo y la opresión persisten, su legado ético —fundado en el decoro, la solidaridad y la lucha por la dignidad— mantiene una vigencia incuestionable. Como él mismo advirtió: “La libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado”, un principio que la Revolución Cubana ha procurado honrar, como fieles continuadores del legado martiano.

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Barbara M. Cortellan Conesa

Máster en Ciencias de la Comunicación. Ingeniera Química por la Universidad de Camagüey. Periodista-Editora del diario 5 de Septiembre. Miembro de la Unión de Periodistas de Cuba.

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