El audaz método de los antiguos romanos para aprovechar al máximo la luz del día en todas las épocas del año
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Al principio parecía un simple bloque de piedra tallada.
El pedazo de piedra caliza se encontraba boca abajo en el barro, en el lugar de una antigua ciudad romana en el centro de Italia, y estaba completamente atascado.
Se cree que el bloque fue robado en la época medieval: arrancado de los restos antiguos de la metrópoli y arrastrado, posiblemente, con la intención de utilizarlo como material de construcción.
Pero el barro había frustrado este intento y allí estaba, todavía en la misma posición, cientos de años después.
Fue necesario un equipo de tres personas para sacar la piedra. Y mientras lo hacían, Alessandro Launaro gritó de alegría. “Lo primero que recuerdo haber dicho es ‘¡Guau! ¡Una inscripción!'”, dice.
El bloque había dejado una huella de letras latinas y líneas misteriosas, marcada en su tumba fangosa como un sello. “Y eso me pareció realmente desconcertante”, dice Launaro, profesor de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido.
Una vez que se extrajo la roca de forma segura del suelo, su propósito quedó claro: se trataba de un antiguo reloj de sol romano, uno de los muchos cientos que se han descubierto en todo el mundo.
Estaba excepcionalmente bien conservado: con líneas que demarcaban cada hora que pasaba y una inscripción que acreditaba al funcionario que lo pagó.
Pero quizás la parte más emocionante fue la forma en que demostró la antigua solución romana a un dilema perenne: cómo aprovechar al máximo la luz del día disponible en diferentes épocas del año.
Horas flexibles
Dos veces al año, alrededor de un tercio de los países del mundo realizan un ritual muy debatido: entrometerse con el tiempo para crear tardes de verano más largas y mañanas de invierno más brillantes. Estados Unidos, Reino Unido y la mayor parte de Europa implementan el horario de verano (DST, por sus siglas en inglés), que implica adelantar los relojes una hora durante la primavera y luego retrasarlos una hora al horario estándar habitual en el otoño.
Los antiguos romanos no tenían tal sistema; en cambio, practicaban el arte olvidado hace mucho tiempo de alargar las horas estacionales.
Al igual que lo hacemos hoy, los antiguos romanos dividían cada día en 24 unidades, pero durante gran parte del año no tenían la misma duración.
Todas las horas de luz se dividieron entre 12, durante todo el año. Esto significaba que en pleno verano, cuando el sol está alto durante más tiempo, una hora ocupaba 75 minutos durante el día y sólo 45 minutos durante la noche.
Mientras tanto, en pleno invierno, cuando la luz del día era escasa, el patrón se invertía y durante el día una hora se extendía sólo por 45 minutos.
“Y luego, gradualmente, entre el solsticio de verano y el solsticio de invierno, la duración de esas horas cambiaría día a día, sólo un poco cada día”, dice James Ker, profesor de estudios clásicos de la Universidad de Pensilvania.
En el equinoccio (un momento que ocurre dos veces al año, cuando el Sol está directamente sobre el ecuador y los días y las noches tienen aproximadamente la misma duración), una hora eran los habituales 60 minutos.
Con este audaz sistema de control del tiempo, los antiguos romanos nunca desperdiciaban un solo momento de luz del día: si el sol salía, era oficialmente de día y a menudo estaban trabajando. Si bajaba, se declaraba que era la noche y era hora de descansar o dormir.
Concepto cambiante
El reloj de sol de Launaro, que fue descubierto en el lugar de la antigua ciudad romana de Interamna Lirenas en 2017, no se parece en nada a los relojes de sol modernos.
En lugar de ser plano y circular, tiene la forma de medio cuenco partido por la mitad, con líneas que se irradian desde el centro hasta el borde y lo dividen en 12 porciones para las horas.
La esfera del reloj de sol está subdividida por líneas que se cruzan en la parte superior, inferior y media del cuenco, que indican la estación: el solsticio de invierno, los equinoccios y el solsticio de verano.
En su momento, una aguja de plomo, conocida como gnomon, habría proyectado una sombra de diferentes longitudes dependiendo de la altura del Sol, aunque esta se rompió hace mucho tiempo.
Para leer el reloj de sol, simplemente tendrías que verificar en qué segmento cae la sombra del gnomon, como lo harías con cualquier versión moderna.
En la tarde del 24 de agosto del año 79 d.C., cuando el Monte Vesubio comenzó a hacer erupción en la ciudad de Pompeya, los 36 relojes de sol descubiertos entre los restos se habrían leído utilizando el anillo exterior de líneas.
Y con intervalos más largos entre las demarcaciones horarias más alejadas del centro del reloj de sol, cada hora habría tardado más en transcurrir. En esta época del año, una hora habría durado unos 70 minutos.
“Por eso, el concepto de hora para los romanos varía según la época del año“, afirma Launaro. “Incluso algo tan fundamental como el cronometraje era para ellos bastante diferente de la forma en que lo conceptualizamos ahora”, afirma.
Ubicuos
Aunque la inclinación de los antiguos romanos por alargar y contraer la duración de una hora pueda parecernos complicada o incluso desconcertante, implementarla fue más fácil de lo que parece.
Esto se debe a que, la mayor parte del tiempo, la gente no intentaba llevar la cuenta de la hora en su cabeza: los relojes de sol estaban por todas partes.
Estos impresionantes objetos estaban hechos generalmente de enormes y pesados bloques de piedra que permanecían en el mismo lugar durante toda su vida.
Podrían ser de estilos extravagantes, como el famoso “reloj de cerdo”, un reloj de sol con forma de jamón curado, y con una cola de cerdo rizada en lugar de una aguja para generar las sombras del sol e indicar la hora.
Hoy día se conservan hasta 600 antiguos relojes de sol griegos y romanos, el 99% de los cuales se adhirieron a este sistema estacional de cronometraje, que fue inventado por los antiguos egipcios y posteriormente adoptado por otras civilizaciones tempranas.
“Estaban en todas partes, en espacios privados, como jardines y en lugares públicos. A cualquier lugar al que fueras [en el mundo romano], particularmente en la época del Imperio Romano, te los encontrarías”, dice Alexander Jones, profesor de historia de las ciencias exactas en la antigüedad en la Universidad de Nueva York.
Cómo usarlos
Como muchos relojes de sol antiguos, se cree que el de Interamna Lirenas se encontraba originalmente sobre una columna o pilar alto en el Foro, una especie de plaza que formaba el corazón de la vida pública en cualquier ciudad romana.
Colocar los relojes en altura les permitía captar la luz incluso en presencia de edificios altos, de modo que la gente siempre tuviera una visión clara de la hora, dependiendo de la calidad de su visión.
“Habría que intentar leer la hora en el reloj de sol desde el nivel del suelo, mirando hacia algo que esté quizás a 6 metros de altura”, dice Jones. Esto también puede explicar por qué tantos relojes de sol que se conservaron quedaron sin sus marcas hace mucho tiempo, después de haber pasado años a la intemperie, maltratados por los elementos.
Si bien los primeros relojes de sol solían tener inscripciones con instrucciones sobre cómo leerlos, Jones explica que al final, en el apogeo del Imperio Romano, todos habrían sabido cómo hacerlo.
“Los de épocas más tardías sólo tienen las líneas y, por lo general, ni siquiera tienen números escritos. Así que la gente debe haber aprendido a leerlos”, dice. Los hogares que no tenían su propio reloj de sol enviaban regularmente esclavos para buscar el reloj público más cercano y comunicarles luego la hora.
Y, de todos modos, todos tenían una actitud más relajada en ese momento, dice Jones. “Ahora hacemos citas para un cuarto de hora después de la hora, algo así; eso no sucedía en la antigüedad. Una cita la hacías para una hora concreta. Eso era lo más preciso que se podía ser”, dice Jones.
Rara vez era necesario intentar calcular la duración de una hora estacional.
Sin embargo, la duración en constante cambio de una hora romana atrajo algunos comentarios.
Ker da el ejemplo de un poeta romano que se jactaba de que su libro podía leerse en tan solo una hora y luego especificaba que no se refería a cualquier hora, sino a una hora de invierno, que podía durar solo 45 minutos.
“Había una manera de hablar de las horas que captaba su elasticidad“, dice.
La cara menos amable de los días largos y las noches cortas
Por supuesto, la contracara de tener días largos de verano y cortos de invierno, eran las noches. Todavía había sólo 1.440 minutos en cada rotación de la Tierra sobre su eje con respecto al Sol, por lo que cada minuto asignado al día era esencialmente robado a la noche.
Esto significaba que en pleno verano, mientras un día duraba 900 minutos, una noche solo ocupaba 540, el equivalente a sólo nueve horas en la época moderna para cenar, socializar y dormir.
Estas noches de verano truncadas podían suponer un problema, porque, al igual que hoy en día, los antiguos romanos estaban obsesionados con dormir lo suficiente.
Aquí entra en escena un truco iniciado por el emperador Marco Aurelio, que permitió a su corte descansar por más tiempo y proporcionó un raro ejemplo de rebelión contra la fluctuación estacional en la cantidad de luz del día.
“Durante el verano, en lugar de esperar hasta el atardecer para dejar ir a sus asistentes [como era típico], se iba, creo, alrededor de la décima hora del día. Y lo que esto significaba es que tenían tiempo suficiente para volver a casa, tal vez hacer ejercicio, quizás cenar y luego dormir ocho horas”, dice Ker.
Seguir el paso de estas horas nocturnas en constante cambio podría resultar complicado. Esto se debe a que, naturalmente, los relojes de sol no funcionaban después del atardecer. La única alternativa era el reloj de agua, que funcionaba como un reloj de arena: la cantidad de agua que había pasado indicaba la cantidad de tiempo transcurrido.
Sin embargo, muy pocos relojes de agua de la época romana han sobrevivido, dice Jones. Una razón podría ser que tenían muchas partes móviles, a diferencia de los relojes de sol, que solían estar hechos de un solo gran bloque de piedra.
Pero también cree que nunca fueron tan comunes como los relojes de sol: eran artículos caros y de un alto estatus.
“Lo realmente increíble es que hicieron relojes de agua que fueran ajustables, de modo que también pudieran registrar horas que variaban según las estaciones”, dice Ker.
“Estaban tan comprometidos con el sistema [de alargamiento y contracción de horas], que incluso de noche utilizaban un dispositivo diferente que se correspondería con lo que seguía el reloj de sol”, dice.
De hecho, los únicos que cumplían con la duración moderna de una hora en la antigua Roma eran los médicos y los astrónomos, que necesitaban mayor precisión para sus pacientes y sus cálculos. En su lugar, utilizaban la hora equinoccial, llamada así por los dos momentos del año en los que la cantidad de luz y oscuridad es exactamente igual, y una hora habría durado 60 minutos.
Pero ya fuera que una civilización utilizara el método antiguo de ampliar las horas o la técnica moderna del horario de verano, por supuesto que no podemos aumentar la cantidad de luz natural disponible, sólo modificar los límites de cómo la usamos.
“No se puede manipular la naturaleza, no se puede cambiar el tiempo disponible para realizar un trabajo productivo [al aire libre]”, señala Jones. Eso es algo con lo que la gente tiene que vivir”. (BBC Mundo)
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