El antimperialismo de Mella resuena en la historia

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“¡Muero por la Revolución!” Contundente, llena de simbolismo fue la frase. Con ella se despedía de la vida el líder revolucionario cubano Julio Antonio Mella. Corría el 10 de enero de 1929 y los esbirros del dictador Gerardo Machado lo alcanzaron en México para asesinarlo. En la capital azteca ocurrió el crimen: dos tiros de revólver 38 lo ultimaron mientras caminaba tomado del brazo de su gran amor Tina Modotti.

Aquellas últimas palabras ilustraban el sentido de vivir del joven, la pasión y el profundo pensamiento que guiaron sus días junto a una inquebrantable fe en la lucha revolucionaria y las ideas de emancipación.

Convirtió a la Universidad de La Habana en su primer escenario de batalla. Desde esa institución académica emprendió un itinerario político que cimentó su inclinación a la doctrina Marxista. Allí inició el “atleta olímpico de la Revolución” -tal lo nombrara Raúl Roa- la labor de dirigente estudiantil, aunque no fue este el único terreno donde dejó su impronta de organizador y conductor de masas.

De carácter profundamente antimperialista, Mella tuvo una vida intensa, prolífera. Irrumpió en la historia de Cuba como un vendaval, con energías renovadoras y cautivantes. En el corto período de seis años (1923-1929) fue partícipe de hechos relevantes de la vida nacional. A él se deben la fundación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), la cual presidió desde sus comienzos, la Liga Antimperialista de Cuba, el primer Partido Comunista en el país, la organización del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, en noviembre de 1923, y la creación de la Universidad Popular José Martí.

También resulta memorable e inspirador el vínculo de este intelectual con la clase obrera y los lazos de amistad que tejió con hombres como el marxista Carlos Baliño y Alfredo López, máximo dirigente de la Federación Obrera de La Habana, por quien Mella sintió gran admiración y a quien llamó Maestro.

En 1926, al joven “Quijote” lo expulsaron de la Universidad de La Habana y luego lo encarcelaron. Su protesta ante la injusticia constituyó una famosa huelga de hambre de 16 días que acaparó titulares en la prensa de la época. El dictador Gerardo Machado se vio obligado a liberarlo, pero fue condenado al exilio: un tránsito de la cárcel de Honduras a la de Guatemala, hasta llegar a México. En ese país germinó su obra revolucionaria, afinó su visión política y lo halló la muerte.

“Aquel 10 de enero de 1929 señala el eclipse biológico de una de las vidas más fecundas, atorbellinadas y generosas que registra, con caracteres de hierro, la lucha revolucionaria contra el imperialismo y la reacción nacional. Al paralizarse para siempre en aquel cuerpo joven y atlético la circulación de la sangre y dejar de funcionar aquel cerebro clarísimo, se inició para Mella una nueva vida a través de su recuerdo y de su ejemplo.

“Como todos los revolucionarios caídos en su puesto de combate, Mella devino símbolo. Por eso, sigue siendo útil después de muerto, como él mismo pidiera. Por eso, su nombre es hoy para nosotros bandera que agitamos en las calles contra la burguesía y el imperialismo y llevamos clavada en el pecho. No hay, en rigor, premio más alto para el revolucionario desaparecido, que este de seguir sirviendo a la causa desde la tumba”, escribiría cuatro años después Raúl Roa.

Ni las persecuciones, ni el fantasma del anticomunismo pudieron silenciar el ejemplo de Mella. En las aulas universitarias y en los talleres, en las calles y en las fábricas, en el sindicato, en las épocas más duras y de mayor terror, siempre se recordó a este joven gallardo, impetuoso, lleno de optimismo y sensibilidad humana. Aquellas balas no apagaron esa voz que todavía hoy resuena. Su figura es símbolo ante quienes como él, y en diversas partes del mundo, cultivan los ideales de justicia social y de lucha por un mundo mejor.

 

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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