Carlos J. Finlay, el sabio perseverante y versátil

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El 14 de agosto de 1881, la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana devenía escenario para la presentación de un resultado científico extraordinario. No hubo, sin embargo, atisbo alguno de admiración o reconocimiento al expositor. Claro que, aún la hipótesis debía continuar verificándose, pero los resultados eran muy alentadores. Quizás el doctor Carlos Juan lo había previsto; al fin y al cabo ese es el camino que a menudo transitan los grandes descubrimientos e invenciones antes del triunfo: el silencio, la indiferencia y hasta el escarnio público. Por más de dos décadas, Finlay soportó estoicamente tales muestras de descrédito: primero, se cuestionó la veracidad de su teoría; luego, se intentó durante décadas escamotear o minimizar el valor de su sobresaliente resultado, hasta que finalmente obtuvo el reconocimiento merecido.

La talla humana, científica e intelectual de Carlos Juan Finlay no se agota, sin embargo, con la contribución colosal que constituyó su teoría acerca del contagio de enfermedades por medio de un vector biológico, tampoco con la aplicación de esta para identificar y combatir a la hembra del mosquito Aedes Aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla. Si bien estos son sus más grandes aportes a la ciencia y cultura universales, no fueron los únicos. La magnitud de su obra es mucho mayor e intentaremos recorrerla de modo sucinto en las líneas que siguen.

Nacido en la ciudad de Camagüey, el 3 de diciembre de 1833, de padre escocés y madre francesa, originaria de Puerto España, el pequeño retoño de la familia Finlay-Barrés pudo contar con las condiciones materiales y afectivas para su desarrollo. Al poco tiempo la familia se estableció en la Habana y luego en Alquízar. Después de cursar sus estudios elementales en Europa, y luego de haber sufrido allí un ataque de corea¹, que le dejó cierta tartamudez al hablar, partió hacia Filadelfia a estudiar medicina, por no habérsele permitido validar sus estudios europeos en la Universidad de la Habana. Graduado con honores en 1855 del prestigioso Jefferson College declinó la tentadora propuesta de uno de sus profesores para trabajar en Nueva York y regresó a Cuba preparado para ejercer la Oftalmología, la misma especialidad de su padre, en la que había estado recibiéndose en Norteamérica.

Cuando se estableció en la Isla, comprobó que la fiebre amarilla y el cólera eran de las principales preocupaciones sanitarias que un médico debía enfrentar, sobre todo porque su etiología o causa aún no se habían esclarecido y ambas generaban una alarmante proporción de fallecidos entre los enfermos. De modo que comenzó a repartir su tiempo entre el estudio de estas y otras enfermedades junto al ejercicio de la medicina general y la oftalmología, a la que debió dedicarse luego en mayor medida a raíz de la muerte de su padre, pues el apellido Finlay acumulaba ya un bien ganado prestigio en la atención a los padecimientos oculares. Nuevos viajes a Nueva York y Filadelfia, le permitieron mantenerse actualizado sobre los avances de esta especialidad.

Anuncio en la prensa habanera que evidencia el ejercicio de la oftalmología por Carlos Juan Finlay (Diario de la Marina, julio de 1875).
Anuncio en la prensa habanera que evidencia el ejercicio de la oftalmología por Carlos Juan Finlay (Diario de la Marina, julio de 1875).

Debe destacarse que los aportes de Finlay en el campo de la oftalmología, aunque mucho menos divulgados y —por ende— conocidos, pudieron haber resultados significativos para el avance de la especialidad en la Isla. Quizás, el más importante de ellos fue que propuso y aplicó un nuevo método para la operación de cataratas, que difería de los que hasta entonces se implementaban en el mundo. La propuesta de Finlay constituyó una novedosa técnica para la cirugía de cataratas en ese momento: integraba procederes de otras anteriores, se adecuaba a las condiciones del clima tropical y evitaba dificultades postoperatorias que eran frecuentes en las técnicas implementadas hasta esa fecha². Tampoco en este ámbito la singularidad de la técnica tuvo el reconocimiento que su contribución ameritaba en ese momento y Finlay continuó aplicándola con éxito mientras se dedicó a esta especialidad.

La cultura enciclopédica del doctor Carlos Juan, incluido el vasto conocimiento de idiomas como el inglés, el francés y el alemán, unido a su generosidad intelectual, posibilitaron otra contribución de singular importancia para el desarrollo de la oftalmología en Cuba. Se trató de la traducción que realizara desde el alemán de una gran sección de la primera parte del tomo V de un importante tratado de los reputados profesores Alfred Graefe y Theodor Saemisch, situado entonces en la frontera del conocimiento de la oftalmología. El resultado fue un texto de 432 páginas sobre la patología y terapéutica del aparato lenticular que Finlay puso en español a disposición de sus colegas en 1876, al año siguiente de haberse publicado la obra original³. Semejante gesto, ponía en contacto expedito a los profesionales cubanos con una obra de inapreciable valor que, dada las limitaciones de la época, a la mayoría le hubiera sido imposible consultar.

A lo largo de su carrera profesional, Finlay se las ingenió para repartir su tiempo y dedicarse también al estudio de otros padecimientos como la lepra, la malaria, el beriberi, la corea, la tuberculosis y el absceso hepático. Fue él incluso quien primero descubrió la existencia en Cuba de enfermedades como el bocio exoftálmico, la filariasis y la triquinosis; su observación sobre el tétanos infantil posibilitó hacer descender la mortalidad por dicha causa. Pero, sin lugar a dudas, entre las enfermedades contagiosas, a las que más tiempo y esfuerzo dedicó fue a las más letales de la etapa: el cólera morbo y la fiebre amarilla.

Durante el tercer brote epidémico de cólera ocurrido en la Isla durante la década de 1860, La aplicación por Finlay del novedoso método epidemiológico, que el inglés John Snow había desarrollado apenas unos años antes, le permitió concluir que el agua contaminada de la zanja real, empleada por los vecinos para sus necesidades básicas era la causante de la enfermedad. Más aún, el cubano logró concluir que la trasmisión ocurría por una “sustancia” específica contenida en las heces fecales y que la infección se produce solo cuando la sustancia alcanzaba las vías digestivas. De modo que el tratamiento inmediato de los enfermos, junto a la vigilancia purificación de las aguas, podrían detener el brote.

Así lo hizo saber el doctor Carlos Juan en un detallado informe enviado a las autoridades coloniales de la Isla en 1868 que se distinguió por su carácter previsor y profiláctico. Empero, sus criterios fueron ignorados y su informe censurado por considerarse una crítica al gobernador general y a las autoridades españolas que no habían podido controlar la epidemia. Finlay presentó sus resultados años más tarde en el seno de la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales de la Habana. Los debates con criterios a favor o en contra se extendieron durante varios meses. Finalmente en 1885, Robert Koch logra aislar e identificar el Vibrio Cholerae, bacteria causante del cólera y el médico español Jaime Ferrán consigue la primera vacuna contra la enfermedad. Así que Finlay logró demostrar la veracidad de sus afirmaciones, acrecentar su prestigio como brillante epidemiólogo y auténtico pionero en el estudio del cólera, aunque su gran aporte aún estaba por alcanzarse.

Desde 1858 el doctor Carlos Juan investigaba la fiebre amarilla cuyo modo de transmisión constituía un enigma sin solución hasta entonces. Su prestigio y la experiencia acumulada en el estudio de la enfermedad posibilitaron que las autoridades coloniales lo designaran como asesor de la primera comisión estadounidense para el estudio de la fiebre amarilla que visitó la Isla en 1879. La relación con la comisión le permitió abordar el asunto desde nuevas perspectivas, pero esta se marchó sin alcanzar el resultado que buscaba. Finlay pudo comprobar, no obstante, que ninguna de las dos vías aceptadas internacionalmente por el gremio médico de la época permitía explicarlo: no se transmitía de persona a persona, ni tampoco a través de las “miasmas” o “efluvios” que producto de la insalubridad del medio ambiente pudieran llegar a infectar a individuos sanos.

Sus agudas observaciones, complementadas con numerosos experimentos y su colaboración con el notable zoólogo y entomólogo cubano Felipe Poey y Aloy le permitieron considerar una tercera vía de transmisión de la enfermedad. La Conferencia Sanitaria Internacional de Washington en febrero de 1881 y, más tarde, la sesión de la Academia de Ciencias habanera el 14 de agosto del propio año, a la que aludimos al inicio, fueron los escenarios donde por primera vez expuso en forma de hipótesis, lo que luego se convirtió en su aporte más grande y original a la historia de la medicina: La teoría general del vector biológico en el contagio de enfermedades y la teoría particular del mosquito para el caso de la fiebre amarilla, lo que le permitió establecer asimismo, los métodos más eficaces para erradicarla.

La indiferencia, las burlas y el menosprecio fueron las reacciones mayoritarias que el doctor Carlos Juan debió enfrentar durante los años siguientes, pero ello no lo amilanó y continuó perseverando en su empeño. Quizás lo más lamentable es la certeza de que si en Washington y en la Habana colegas y autoridades le hubieran otorgado entonces, al menos el beneficio de la duda, quizás el camino para controlar y erradicar la fiebre amarilla se habría acortado en unos 15 años.

En marzo de 1900 la cuarta comisión del ejército estadounidense para el estudio de la fiebre amarilla arribó a la Isla para buscar evidencias que corroboraran la hipótesis de Giussepi Sanarelli quien señalaba al bacilo icteroides como agente causal de la enfermedad. Ante la ausencia de evidencias que demostraran la idea del médico italiano, acudieron a Finlay y a su teoría solo como posibilidad alternativa para encontrar la causa de la mortal enfermedad que estaba cobrando buena cantidad de vidas entre los soldados del ejército de ocupación.

Dos momentos del trabajo conjunto de Finlay con la comisión estadounidense de 1900, inmortalizados por los pintores Esteban Valderrama ("El triunfo de Finlay", izquierda) y Robert Thom ("La conquista de la fiebre amarilla, derecha).
Dos momentos del trabajo conjunto de Finlay con la comisión estadounidense de 1900, inmortalizados por los pintores Esteban Valderrama (“El triunfo de Finlay”, izquierda) y Robert Thom (“La conquista de la fiebre amarilla, derecha).

La comisión norteamericana, encabezaba por el Mayor y doctor Walter Reed acordó hacer las pruebas de campo para corroborar la teoría de Finlay y su hipótesis fue debidamente comprobada de modo independiente. La muerte del valiente doctor Jesse William Lazear, miembro de la comisión y voluntario en los experimentos, resultó uno de los hechos fundamentales que avalaron su confirmación. Aunque la evidencia más contudente fue la primera campaña anti Aedes Aegypti realizada en la Habana durante 1901 bajo la recomendación directa de Finlay que logró disminuir drásticamente de 310 a 18 la cantidad de fallecidos, en relación a 1900.

Los intentos posteriores del doctor Reed por adjudicar el mérito del descubrimiento a la Comisión y a su persona en particular son tristemente conocidos y trataron de mantener en la sombra la gran contribución del cubano. Durante los años siguientes, aun frente a tales intentos, la verdad fue abriéndose camino y Finlay comenzó a recibir, en vida, los homenajes que merecía, incluidas siete nominaciones al Premio Nobel de Medicina, la primera de las cuales ocurrió en 1905 y fue objetada desde los Estados Unidos. En 1908 el gobierno francés le impuso la condecoración de la legión de honor y recibió en los años siguientes múltiples muestras de admiración y reconocimiento tanto en su patria como en el ámbito internacional.

Con el inicio de la República en mayo de 1902 Finlay fue nombrado presidente de la Junta Superior de Sanidad. Desde aquí y acompañado de un grupo de brillantes profesionales de la medicina, lideró el proceso de institucionalización y nacionalización de la sanidad que logró mejorar ostensiblemente las condiciones higiénico-sanitarias de la Isla, al menos hasta 1909 cuando retirose por cuestiones de salud. El nuevo órgano tuvo entre sus logros indiscutibles los de continuar la campaña de saneamiento iniciada con la Ocupación en 1899 y erradicar la fiebre amarilla en la Isla, controlar las brotes de peste bubónica surgidos durante la etapa, disminuir notablemente la mortalidad infantil, sobre todo en las grandes urbes, emprender acciones contra la tuberculosis y elaborar e implementar tanto el Manual de Práctica Sanitaria como las Ordenanzas Sanitarias para el Régimen de los Ayuntamientos de la República.

Cuando el sabio cubano falleció el 20 de agosto de 1915, luego de más de 50 años al servicio de la ciencia y de la salud de sus semejantes, lo hacía con una obra inconmensurable que dejó una huella profunda en sus semejantes. Su legado no solo se compone a partir de la cantidad y calidad de sus contribuciones médico-científicas. La perseverancia, la humildad y la nobleza también explican la grandeza del doctor Carlos Juan.

Dos modos distintos de homenajear a Finlay: (Izquierda) Orden Carlos J. Finlay, instituida por el Estado cubano. (Derecha) Doodle que Google le dedicó al sabio cubano en ocasión del 180 aniversario de su natalicio el 3 de diciembre de 2013.
Dos modos distintos de homenajear a Finlay: (Izquierda) Orden Carlos J. Finlay, instituida por el Estado cubano. (Derecha) Doodle que Google le dedicó al sabio cubano en ocasión del 180 aniversario de su natalicio el 3 de diciembre de 2013.

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[1] La corea es una patología neurológica y engloba diferentes clases de enfermedades, algunas adquiridas y otras hereditarias, que se caracterizan por movimientos involuntarios, irregulares y breves que semejan una danza. Las más conocidas la corea de Huntington y la corea de Sydenham.

[2] Arredondo, E.L. et.al (2012). “Finlay y la oftalmología”. Revista Humanidades Médicas, Vol I, No.1, pp.137-145

[3] López Espinosa, J.A. (2004). “Finlay oftalmólogo y traductor”. Universidad Virtual de Salud de Cuba. Red Telemática de Salud en Cuba (Infomed).

[4] Beldarraín Chaple, E. (2005) “Carlos J. Finlay y Barrés (1833-1915) en la medicina cubana” Boletín Mexicano de Historia y Filosofía de la Medicina, Volumen 8, No.2

[5] Bernal Valdés, L. (2016). Institucionalización de la sanidad en Cuba: La actividad profesional del Dr. Enrique B. Barnet (1899-1916) [Trabajo de Diploma en opción al título de Licenciatura en Historia]. Universidad de Cienfuegos «Carlos Rafael Rodríguez».

*Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos, Carlos Rafael Rodríguez. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología (SCHCT).

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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