Tecnofilia, celulares e incomunicación: Un tema veterano y siempre actual

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 11 segundos

 

El individuo pasa de un consumo a otro en una especie de bulimia sin objetivo (el nuevo teléfono móvil nos ofrece poquísimas prestaciones nuevas respecto al viejo, pero el viejo tiene que ir al desagüe para participar en esta orgía del deseo).

Umberto Eco.

 

Recién hice la visita a un artista cercano, cuyo domicilio queda camino de la Escuela de Arte Benny Moré donde laboro. Me motivaba charlar sobre la última muestra visual inaugurada en la galería del bulevar, Cartas desde Ohio, y compartir algunas opiniones en torno a la exposición futura de Tony Santiago donde el espacio de Nelson Domínguez en Cumanayagua. Mi amigo es un ser sagaz e intenso, con el que cualquier diálogo es penetrante e inspira a un regreso. Empero, en los últimos tiempos, como esta vez, algo nubla nuestra conversación. No porque dejase de atenderme con afecto, si bien fuera de la tradición, sino debido al uso prolongado de su móvil. —Va a perder el índice—cavilé mientras observaba su búsqueda insaciable en las redes. Dije cualquier cosa para probar si me prestaba atención, pero requisaba el correo en espera de un ¨mensaje salvador¨. Claramente, estaba ante una víctima más de la tecnofilia, esa desmedida adicción a los dispositivos comunicacionales, cuyos síntomas se equiparan con las dependencias humanas de los narcóticos.Según alcancé a descubrir, dedica muchas horas al celular (una investigación norteamericana, publicada en TamiAhonen Almanacha develado que consultamos el móvil unas 150 veces al día), descuida los horarios de las comidas, padece de ansiedad y cambios en los estados de ánimo, tiende a la obesidad y se mantiene mucho tiempo señero (aunque tenga a su familia en torno suyo). La realidad constaba que también las personas inteligentes podían ser atormentado por este tipo de consumismo.

Los teléfonos inteligentes no nos hacen más profundos o sabios.

Y no es que desconozcamos los beneficios de este dispositivo, que permite comunicarnos en todo momento y tener incontables accesos a la información, sino que su reciente salida apenas ha dado tiempo para estudiar los posibles efectos nocivos. La neurociencia coincide en afirmar que los teléfonos inteligentes intensifican el estrés, toda vez que fortifican una adicción y uso apremiante. La Universidad Politécnica de Madrid ha asegurado que las personas que usan con bastante frecuencia el celular son más irritables y padecen de tensión emocional, debido al cañoneo de información. Cuando no lo tienen a mano, terminan impacientes. Al mismo tiempo, los tecnofílicos suelen padecer de pérdida de la atención o concentración, a resultas de la presencia de estos artefactos en el quehacer cotidiano. Estas regularidades pueden resultar muy dañinas, tal como hemos probado en el ejercicio de la docencia. Todos los estudiantes poseen un móvil y el 90 por ciento quiere estar al tanto de las redes y con habitualidad interrumpen la clase a consecuencia de las llamadas y los sonidos que anuncian los mensajes. De modo que, se suele producir una contaminación sonora y un menor rendimiento de la atención. Nos coloca ante la disyuntiva: ¿Utilizar o no el celular como documentación o almacén de notas?. Ahorra tiempo al estudiante y hasta le permite hacer consultas en las fuentes digitales, pero puede favorecer la desconexión entre el profesor y sus pupilos. A propósito, es un hecho que los adolescentes y jóvenes consumen tres veces más el tiempo que debían estar frente a la pantallita.

Esperemos que dentro de unos años se dicten leyes que regulen el uso de los celulares en las escuelas, de modo que los profesores no tengan que dedicar tiempo para controlar sus efectos desestabilizadores en el aula; tal como se consumara en Francia desde el 2018.  En la isla no existe una normativa específica, por lo que las decisiones están en manos de los profesores y la dirección de las escuelas. Tal vez deba dársele un mayor protagonismo a los laboratorios de computación, bastante subutilizados y sin conexión a internet con fines educativos.

Los especialistas aluden a posibles soluciones, pero antes de la ¨cura¨ es inminente comprender que somos adictos.

El neurólogo español Antonio Cruz Culebras refiere que cuando un ser humano está desarrollando alguna actividad y recibe un mensaje o llamada se produce el deterioro de la introspección y la desconexión de fondo, pues el cerebro no está concebido para la multitarea. A veces, como ocurre a mi camarada, se tiene la impresión de que todo está controlado o bajo dominio. Le he observado viendo un filme a través de un videoproyector, atento al futbol transmitido por la televisión, jugando a las cartas en la computadora y en espera de una llamada o mensaje. Todo al unísono. Le pregunto por cada uno de los cometidos por separado y me dice: -Pregúntame lo que quieras y te contesto. Puedo atender todo a la vez. Finalmente lo hago y constato que se puede ganar en amplitud, pero no en profundidad. Como no aspiro a compartir mi tiempo con tantos ruidos, le suelo abandonar momentáneamente y me conecto con su madre al natural, gozando del vigor de la comunicación cara a cara.

Para males mayores, y lejos de lo que podría pensarse, los teléfonos inteligentes no nos hacen más profundos o sabios, por el contrario, nos vierten más dispersos y someten nuestra capacidad para asimilar y entender contenidos complejos, desbrozar conceptos e ideas, al tiempo que palidecen los vínculos y las habilidades sociales. A todas luces, producen un deterioro de las funciones cognitivas, la reducción del control de estas y el deterioro de la corteza prefrontal, así como el procesamiento emocional. Algunos expertos aseguran que el fenómeno está asociado a síntomas depresivos y de ansia, hiperactividad, impulsividad y dificultades de conducta.

Es un hecho que los adolescentes y jóvenes consumen tres veces más el tiempo que debían estar frente a la pantallita.

Desde otras ciencias se han enunciado nuevos efectos negativos para la salud, sobre todo a razón de la postura corporal y el nivel mental. Según la Organización Mundial de la Salud, entre los principales azotes figuran:el dolor en el cuello y la cabeza (cierta sensación de exceso y tiesura en la zona, por la postura retenida y la ausencia de actividad física. Es frecuente el síndrome de la contractura del cuello, del túnel del carpo), rigidez y dolencias en las manos y dedos (una suerte de atrofia muscular), insomnio (debido al brillo extra de la pantalla y la ruptura del patrón de sueño, ocasionado esencialmente por la modificación de los ritmos cardíacos), tumores cerebrales, afectaciones crónicas de los ojos (las retinas pueden verse afectadas por la iluminación azul y pueden provocar fatiga visual), etc. Existen otros elementos aleatorios que pueden ocasionar enfermedades o accidentes. Debido a que el móvil se desplaza con su dueño a todos lados, es propenso a llevar numerosas bacterias, por lo que debe ser desinfectado con habitualidad. Se dice que pueden existir 17.032 cuerpos bacterianos en un teléfono celular. Igual, nos puede ocasionar distracciones y hacernos caer o provocar accidentes de tráfico.

Los especialistas aluden a posibles soluciones, pero antes de la¨cura¨ es inminente comprender que somos adictos y la tecnofilia nos está incomunicando y despersonalizando; asimismo, debemos hacer mucho más diverso nuestro accionar y que esta obsesión sea una cruzada de toda la familia.

Los tecnofílicos suelen padecer de pérdida de la atención o concentración.

Visitas: 47

Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *