Renunciar a la ira y al malhumor
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Es el título de pieza musical que compuso Juan Formell y popularizaron Los Van Van. Aparte de su ritmo contagioso, llama la atención el mensaje de la letra, un buen consejo para mantener la calidad de vida.
A cada rato tropiezo con personas que parecen vivir en un permanente conflicto consigo mismas. Además de los problemas exógenos que nos acechan desde que venimos al mundo – y debemos buscarles soluciones o acomodarnos a las circunstancias – está ese malhumor que se enquista en algunos y no les deja casi ni respirar.
¿Qué se enquista, digo yo? Mejor decir que nosotros mismos dejamos que se nos enquiste y haga permanente. Y no es de extrañarse que haya quienes se sienten “peor” si no les asisten la queja continuada. Asombroso: ¡hasta disfrutan el placer enfermizo de enfadarse consigo o con los demás!
Si te sientes persona aludida, ¡huye pronto de eso, antes de que sea demasiado tarde!
Ruñir, explotar en cólera o victimizarse hace de quien lo acostumbra hacer, su peor y, muchas veces único enemigo.
Abundan motivaciones para no lanzar la cabeza contra la pared si algo sale contrario a como lo deseamos; si se rompió tal o más cual aparato casero, si el agua no subió al tanque, en fin… si sucede lo que molesta.
Por ningún concepto crean que soy un robot; me suceden contratiempos que, más de una vez, me sacan de quicio. ¡De acuerdo! Pero… de ahí a que cualquier problema rija el curso de mi vida y marque el tono de mis relaciones con otras personas, al extremo de tratarlas indebidamente mal… ¡eso sí que no!
A nadie debemos culpar – salvo excepciones – de que ocurra lo que no deseamos. A veces somos nosotros mismos quienes en algún momento y de manera inconsciente propiciamos lo adverso. Lo sensato es buscar la solución que esté a nuestro alcance a cada problema.
¿Y si no tiene solución? Entonces no es un problema, sino una dificultad, y esas hay que aceptarlas calmadamente. Como expresan dos viejos refranes: “Si te dan limón, haz limonada” y “No llores sobre la leche que se derramó”.
Quien no deja la ira, adelanta su hora. ¿Cuál? La de enfermar o morirse debido a un disgusto.
Aunque la ira y el malhumor son emociones humanas latentes, se tornan peligrosas si se vuelven estados permanentes y actúan como un “veneno silencioso” para la salud y la vida.
Daños como la hipertensión arterial, el debilitamiento del sistema inmunológico, trastornos en la digestión, dolores de cabeza y una mala calidad de sueño son los padecimientos añadidos a ese comportamiento nocivo que llamamos ira o malhumor.
Ansiedad, depresión, incapacidad para concentrarse y baja autoestima figuran entre los estados molestos que se entronizan con ese mal. Todos esos, y cada uno, provocan actitudes que dan al traste con la salud y la calidad de vida, entre ellas los conflictos casi a diario, el aislamiento social, falta de confianza en el mundo o en uno mismo, hasta un deterioro de la vida íntima.
¿No les parece sensato resistirnos a la ira y al malhumor? ¿Para qué añadir daño al rumiarlos?
En las posibles y probables soluciones, acudamos a la inteligencia, la proactividad y la resiliencia. Evitemos que el enfado permanente secuestre nuestras emociones. Así que, ¡Deja la ira, que eso no da na’!
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