Recomendable miniserie negra polaca

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A veces con una limitadísima promoción a los títulos, a veces perdidos estos dentro de un laberinto de horarios imposibles, es cierto, pero la Televisión Cubana realiza ingente esfuerzo por mantener al espectador cubano cercano a las distintas expresiones de la ficción serial internacional.

Dentro de esa labor del ente nacional, de años ya, cabe ponderarse su acercamiento a materiales de muchas nacionalidades. Incluidos de Europa del Este, cuyas producciones, luego de la desaparición de la URSS, se esfumaron por buen tiempo de nuestra pequeña pantalla.

A propósito, fue transmitida una recomendable miniserie negra polaca titulada Forst (Netflix, 2024), dirigida por Leszek Dawid y según un grupo de novelas policiacas de Remigiusz Mróz. No es la primera de dicho origen vista en Cuba (el espectador nacional conoce otras como Bosque adentro o El deshielo), pero esta marca un listón cualitativo más alto.

Entre los aciertos de Forst figura la rentabilización del espacio natural, no cual mero vector de ambientación o mucho menos como trasfondo de postal a encargo del Ministerio de Turismo de Polonia. Algo que no apunto en balde, pues también se hace y bastante; si bien en otro tipo de trabajos de menor factura o respeto por sí mismos.

No, el equipo de Forst (fundamentalmente su guionista, su realizador y su director de fotografía) ha tomado debida nota de las enseñanzas de las series nórdicas, inglesas, irlandesas o alguna que otra neozelandesa, al convertir al entorno en sujeto dramático y contribuyente de peso a la atmósfera ominosa del material.

Este ubica su relato en los Montes Tatras, cordillera fronteriza entre Polonia, Eslovaquia y el sector más alto de los Cárpatos, cuya exuberancia, gélidas temperaturas e impresionantes elevaciones la fotografía de Piotr Uznanski interrelaciona brillantemente a la trama.

Aquí el detective Víctor Forst (defendido con mucho carácter interpretativo por el actor Borys Szyc, de lo mejor de la obra) comenzará a investigar el asesinato de un hombre crucificado en la cima del Pico Giewont, perteneciente a esa cadena montañosa.

Este será el arranque de una serie que, pese a transitar siempre sobre terreno argumental muy conocido, se resiste a la convencionalidad. El guion embrida o distiende, a conveniencia, la compleja trama criminal, y alimenta permanentemente la intriga. Para ello se afinca a un pilar como el personaje de Víctor Forst, cuyo cargamento de cinismo, complejidad y demonios internos por exorcizar enriquece la pieza.

Los primeros cinco episodios se zampan de un tirón. Sus poco más de 40 minutos pasan de forma ágil, debido al ritmo y la distribución de mesetas y clímax dramáticos. Ahora bien, cuanto construye con fortuna a lo largo de esos capítulos, Forst lo desbarata en el epílogo.

En el sexto y último episodio, una serie que –en virtud de su nervio y oficio–, parecía habérsele escapado a HBO, BBC u otra cadena superior a Netflix, no resulta consecuente consigo. Sucumbe entonces a un cierre timador, poco inteligente.

Lógico, se explica en las intenciones comerciales, en el claro (e imprudente) deseo de continuidad en una segunda temporada. Pero así no se vale.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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