Por si editan periódicos en el cielo

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Elio Menéndez, nombre breve, apellido estándar y más de 91 kilogramos de noble espíritu, ya no estaba en este mundo. Y yo que no soy muy de elogios, ni a tiempo ni postreros, que disto de ser fan de las notas necrológicas, sentí la deuda de unas palabras con el muerto ilustre, por si editaban periódicos en el cielo.

El fatalismo geográfico, que no es un cuento chino, me impidió asistir a sus clases de profesor autodidacta, esas lecciones de periodismo empírico que se aprendían en las aulas de las viejas redacciones, cuando aún eran vírgenes de computadoras con teclas que musitan, en lugar del martilleo viril de una typewriter alemana y democrática como era mi primera herramienta reporteril.

Pero a falta de la modalidad presencial Elio fue, sin saberlo, mi maestro virtual. Porque siempre fui muy de empezar la lectura de un periódico por la página de deportes, como el niño glotón que comienza a cucharear por el postre. Y allí me lo encontré un día, perdido ya en el abismo de la memoria. Lo enyunté con Bobby Salamanca, y aunque a estas alturas del play me asiste la capacidad de reconocer las cimas inalcanzables, pensé que me gustaría escribir parecido a aquel dúo, campeador por los terrenos indomeñables de los ochomiles del periodismo insular. Esos que solo coronan las plumas bendecidas por el dios de la palabra.

En persona lo conocí alrededor del home plate del estadio 5 de Septiembre, era enero y 1990, y frío como deben ser los eneros que se respeten. Justo encima del pentágono, tribunal de bolas, strikes y outs definitorios, habían instalado el cuadrilátero, donde Cuba repartía sus títulos anuales en las 11 divisiones del boxeo amateur. Allí, en plena zona foul, en la decena de asientos asignados a los encargados de la cobertura estaba Menéndez, como uno más a pesar de la cátedra ambulante que llevaba en el bolígrafo y la agenda, pero más en el verbo, manantial de historias firmadas por la estilográfica del músculo sobre la hoja en blanco del ring, el diamante y las curvas del asfalto.

Recién me percato de que mi interés en llegar a la proximidad del encerado, más puntual que un alemán unificado, nada tenía que ver con la captura del mejor ángulo desde donde apreciar el ballet pugilístico de Julito González, ídolo de la fanaticada local y flamante campeón del mundo el 2 de octubre anterior en Moscú.

Llegar temprano significaba un asiento cerca del maestro, ubicación que un alumno hambriento del pan del ejemplo nunca desdeñará, aunque le tilden de Abelardito.

Luego coincidimos una o dos veces en la copa de boxeo que organizaba el cotizado árbitro internacional de baloncesto Emilio Maceira en lo que iba a ser y no fue la Central Electronuclear de Juraguá. Una competencia más que cualquier campeón de la crónica como el biógrafo de Kid Chocolate eludiría, pero allí estaba Elio con sus 60 años de entonces y el entusiasmo de un principiante.

En 2005 la cienfueguera Editorial Mecenas cuajó uno de los aciertos de su catálogo cuando llevó al papel el libro de Menéndez Swines a la nostalgia. Y con tan buen aché que en noviembre del mismo año dimos a luz en Cienfuegos al Primer Encuentro Nacional de la Crónica, con Elio como cuarto bate, a cargo de la división superpesada y líder del pelotón de fugados, todo al mismo tiempo.

Ningún mejor broche para cerrar la edición primigenia que rescataba del olvido a Miguel Ángel de la Torre que presentar aquellos piñazos literarios a la añoranza en la esquina más caliente de la ciudad, la del Paseo del Prado con San Carlos, donde el deporte tiene tribuna hirviente todas las mañanas del año.

En ese morral repleto de anécdotas que era el autor del tomito a presentar, aquel día entró una más. Él hubiera querido que su invitado especial fuera Francisco “Cuchi” Cabrera Navarro, un personaje carne de crónica, quien estuvo desde dos horas antes apostado en un banco a la espera del lanzamiento de la nostálgica joyita de Mecenas. Pero en el justo momento en que Elio se viró para primera con la dedicatoria en la punta del bolígrafo el destinatario resplandecía por su ausencia.

Como era de esperar el autor le dejó el ejemplar firmado con la encomienda de que alguien se lo hiciera llegar al huidizo Cabrera, cuya salud de quijote barbiluengo no pudo esquivar días más tardes la última trampa armada por la vida.

Primitivo González, que desde el nombre y su aura de resucitado tiene pinta de personaje literario, no dejó de cumplir con el encargo. Solo que demoró unos días. En la antigua funeraria Pujol abrió el ataúd y sobre el pecho- lápida de Cuchi colocó un mazo de tabacos Quintero y el ejemplar autografiado de “Swines a la nostalgia”.

Un buen tema de conversación para cuando Menéndez y Cabrera se reencontraron por aquellos lares de la eternidad.

Nota: Elio Menéndez, uno de los maestros de la crónica en Cuba, falleció en la tarde del viernes 12 de junio de 2020, a los 90 años de edad. Estas letras fueron entonces un intento de humilde homenaje.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

2 Comentarios en “Por si editan periódicos en el cielo

  • el 24 junio, 2023 a las 8:36 am
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    Muy buena crónica y sobre todo merecida. Siempre que hay un evento deportivo, suelo llegar temprano y ubicarme en buen lugar y por supuesto cerca de los que saben. En mis largas y frecuentes estancias en la capital en la década del 80 y primer lustro de los noventa, perseguí muchos eventos internacionales de béisbol, boxeo y hasta de la liga mundial de voleibol en la Ciudad Deportiva. En una ocasión, no recuerdo el nombre, pero era un internacional de boxeo en la sala Kid Chocolate, asistí temprano como era de costumbre y me ubiqué cerca de un grupo de periodistas y personalidades en las primeras filas. Dentro de ese grupo estaba Elio Menéndez, Modesto Agüero y el inolvidable Emilio Correa, entre otros. Fue muy grato escuchar la conversación entre estos selectos conocedores del deporte de los puños, principalmente se aprende mucho y acumulas un poco de anécdotas importantes. Gracias Pancho una vez más.

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    • el 24 junio, 2023 a las 9:16 am
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      Gracias a ti, lector madrugador. Fuerte abrazo.

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