Leer a Martí, hoy

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 23 segundos

Enero, mes literario, empieza el día 28, cuando en La Habana de 1853 nace José Julián Martí Pérez. Este 2025 el Apóstol cumple 172 años, y lo digo en presente. Su obra, humanidad y lirismo, imbricados en un perfecto abrazo de prosa y verso, trasciende la escritura. Sus textos se materializan en acciones.  Cada uno de los pasos del “niño” de la calle Paula se pueden leer como poemas sembrados para germinar el suelo de Cuba y su historia. El autor de Nuestra América siempre fue más allá de la página. Si algún escritor cubano ha sabido encarnar la poesía y hacer de ella universo habitable, es José Martí.

Cuba fue soñada por su razón. La tierra que pisamos y donde vivimos alcanzó para el Maestro la categoría de Patria. Se opuso con afán a la opresión española, y vaticinó luego cómo nacía el imperialismo norteamericano. La poesía, sustancia o materia indeleble, preñó la ideología de su fervor patrio, condicionándolo a ser un héroe romántico que, a la altura de Novalis o el Werther de Goethe, en lugar de morir por amor lo hace por Cuba.

La epopeya que personificó entiende la nación como mujer sagrada a la que han mancillado y debe entregar hasta la última gota de sangre para rescatarla de semejante ignominia, purificándola, en esa transferencia afectiva madre y terruño, pasión y credo, país  y humanidad representan (o se hacen) lo mismo. Así trasciende los límites del cuerpo y cuando recibe el fatídico disparo en Dos Ríos no muere, resucita cual Cristo latinoamericano.

Sus libros gravitan sobre nosotros y parecen, desde el siglo XlX, escritos con la velocidad de un rayo; balas de agua quemante o fuego helado, pertenecen a ese futuro paradisiaco del que cada cubano quiere ser ciudadano. Sobresalen Ismaelillo, Versos sencillos, Versos libres, Flores del destierro, El presidio político en Cuba, La edad de oro, sus diarios, se recomienda leerlos completos, o al menos bordear la circunferencia que su obra traza en el espacio literario de Cuba y Latinoamérica. En 25 volúmenes reúnen cartas, apuntes, notas, el teatro y su novela Lucía Jerez, géneros en los que si bien no destacó, traslucen rasgos y huellas de su personalísima literatura. A Martí debemos leerlo de pies a cabeza o de cuerpo entero, en persona, incluso las cuartillas emborronadas o dejadas en blanco, a medias, su línea y grafía, el silencio que ronda a su figura, ese murmullo seco, inextinguible.

Martí es el padre fundador de una doctrina que persigue la liberación de los oprimidos, y su obra escrita, la documentación teórica de esa praxis emancipadora. La Revolución que propone —de carácter ético, busca invertir los signos del poder y mientras lo desenmascara, o derrota, exigirle que reconozca a los de abajo, sus derechos— empieza en la Isla, pasa a Hispanoamérica y al entrar en el mundo nos recuerda, querámoslo o no, y guardando las distancias pertinentes, al marxismo. Con Martí ocurre lo que con Karl Marx, en el campo de la filosofía, y a la izquierda, en cuestiones políticas; con Freud, en Psicología o Einstein, en Física. Son creadores de teorías que cambiaron el curso de la historia, su lógica, convirtiéndose con ellas, obra y gracia de los demás, en eficaces símbolos que arrastran, seducen y arrebatan a las masas, quienes les confieren puestos sagrados, y más allá de lo humano, rango de dioses.

A Martí lo sentimos, desde que nacemos, cerca, es cotidiano. El aire de Cuba o mucho de él es lo que respiramos. El roce de su intimidad, superior, nos aplasta y quedan, entre la persona que es y nosotros, demarcaciones sentimentales, cívicas, morales, compasivas y metafísicas, donde sus páginas, bordadas a mano, parecen hojas de una Biblia política redactada por alguien que murió para que nosotros fuéramos posibles. Nacer aquí o ser cubano, en ese sentido, es haber contraído una deuda impagable con él, solo por pertenecer a la tierra que regó con sangre al caer en combate, renaciendo.

Leerlo hoy, en el siglo XXl es, o significa, atrevernos a cruzar esas fronteras; y allí donde errores, imperfecciones, debilidades o fatigas, angustias, dolor o  sufrimientos pudieron reducir su entereza, o apocarlo sin apenas moverlo de su sueño, observarlo mientras advertimos nuestras imperfecciones y preguntarle, preguntarnos, preguntar.

Visitas: 21

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *