José Martí, el latinoamericanista imprescindible

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 39 segundos

En la memoria colectiva de América Latina, José Martí es mucho más que el Héroe Nacional de Cuba: es el primer pensador que articuló una identidad continental capaz de resistir los embates del tiempo y las trampas del poder. Su figura trasciende los marcos académicos y se convierte en un faro que alerta sobre los peligros de la fragmentación y la sumisión. Anualmente, cada 28 de enero, cuando se conmemora su natalicio, no solo recordamos a un poeta y un revolucionario; reafirmamos un proyecto político que aún no ha terminado: la construcción de una América libre, unida y profundamente democrática.

Martí irrumpió en el escenario latinoamericano en un momento en que las repúblicas recién independizadas oscilaban entre el caudillismo y la tentación neocolonial. Mientras las élites criollas soñaban con emular a Europa o se subordinaban a los designios de Estados Unidos, él propuso otra vía: la unidad continental basada en la justicia social y el orgullo de lo mestizo.

En Nuestra América, texto que debería ser lectura obligatoria en cada escuela del continente, advirtió que “el problema de la independencia no era cambiar de dueño, sino dejar de tenerlo”. Esa frase resume una revolución conceptual: la libertad no se mide por la bandera que ondea en el palacio, sino por la capacidad de un pueblo para decidir su destino sin tutelas externas.

La importancia de Martí radica también en haber sido el primer latinoamericanista consciente de que la soberanía nacional dependía de la solidaridad regional. Fundó el Partido Revolucionario Cubano en 1892 no como un mero instrumento para expulsar a España, sino como una plataforma continental contra el avance imperial. Invitó a países hermanos a sumarse a la causa cubana porque entendía que la caída de La Habana ante el imperialismo desencadenaría un efecto dominó en el Caribe. Su visión geopolítica anticipó, con décadas de ventaja, los planes de la doctrina Monroe y la ocupación de Puerto Rico en 1898. Hoy, cuando el Grupo de Puebla o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) buscan mecanismos de integración, retoman la intuición martiana de que “la patria es toda la América”.

En el terreno cultural, Martí desmontó el racismo científico que justificaba la dominación. Reivindicó la mezcla indígena, africana y europea como fuente de riqueza y resistencia. En La Edad de Oro, dirigida a los niños, escribió que “los hombres del sur somos más libres porque llevamos en la sangre la rebeldía de tres continentes”. Ese gesto pedagógico fue revolucionario: enseñaba a las nuevas generaciones que no debían avergonzarse de sus raíces ni aspirar a ser “occidentales” a cualquier precio. La descolonización del imaginario que hoy promueven movimientos como el zapatismo o el afrodescendientismo encuentra en Martí un antecedente insoslayable.

La dimensión ética del pensamiento martiano lo convierte en un referente imprescindible para las izquierdas contemporáneas. Mientras algunos sectores justifican alianzas con potencias extranjeras en nombre de la “realpolitik”, Martí recordaba que “la política es la conducta pública de la moral”. Rechazó la idea de que los pueblos pequeños deben resignarse a ser piezas de ajedrez de las grandes potencias. Su firmeza antianexionista no era un romanticismo: era una estrategia para impedir que Cuba se convirtiera en “llave del Golfo” de Estados Unidos, como él mismo escribió.

La influencia de Martí se extiende al feminismo y al ecologismo. Fue uno de los primeros varones públicos en denunciar la trata de mujeres y en reivindicar la educación de las niñas como base de la emancipación. En su crónica “La mujer española en Cuba” denunció la doble opresión de raza y género que sufrían las negras esclavizadas. Además, su poética de la naturaleza —donde el paisaje caribeño es protagonista— anticipa la conciencia ecológica: veía en la tierra no un recurso a explotar, sino un cuerpo al que pertenecemos. Los movimientos indígenas que defienden el buen vivir o las comunidades que resisten la megaminería encuentran en Martí un aliado inesperado.

En el ámbito educativo, la pedagogía martiana sigue siendo un modelo. El “maestro” —como lo llamaban sus compañeros— creía que enseñar era despertar la conciencia crítica. Sus aulas eran espacios donde se discutía la independencia mientras se aprendían matemáticas. Hoy, los programas de alfabetización cubanos retoman esa síntesis entre conocimiento y compromiso. La frase “ser culto es el único modo de ser libre”, que aparece en sus escritos, ha sido adoptada por movimientos populares que ven en la educación la herramienta para romper cadenas invisibles.

La muerte de Martí en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, fue un golpe brutal, pero también un acto fundacional. Al caer en combate sin haber alcanzado los 43 años, se convirtió en el símbolo de la entrega total. Desapareció físicamente, pero su palabra sobrevivió y se multiplicó. En cada huelga obrera, cada protesta estudiantil, cada movimiento indígena que alza la voz, resuena su grito de “Patria o Muerte”. La desaparición física se transformó en presencia política: ya no es un hombre, es una conciencia colectiva.

En tiempos de crisis global, ser martianos ofrece un horizonte posible. Ante el auge de las derechas xenófobas y la tentación de los muros, las ideas de Martí siguen latentes y reafirman que la identidad latinoamericana no se construye contra el otro, sino con la diversidad. Su frase “el hombre no tiene patria: la hace” es una invitación a crear comunidades inclusivas, donde el migrante no sea una amenaza sino un hermano. La solidaridad que Cuba ha mostrado con el envío de sus especialistas a otros países es una actualización de ese principio.

Cerrar este comentario sin mencionar la juventud sería injusto. En cada plaza donde se levantan banderas antineoliberales, hay rostros jóvenes que han leído a Martí en voz alta. No lo hacen por nostalgia: lo hacen porque sus palabras explican por qué sus vidas son precarias, por qué sus sueños están hipotecados. El poeta argentino Juan Gelman decía que “los muertos no están muertos si los nombramos”. Nombrar a Martí hoy es nombrar la esperanza de que otro mundo es posible, siempre que recordemos que la libertad no se hereda: se conquista cada día, con la misma pasión que llevó al maestro a enfrentar las balas en Dos Ríos.

Lea artículos relacionados:

Visitas: 0

Barbara M. Cortellan Conesa

Máster en Ciencias de la Comunicación. Ingeniera Química por la Universidad de Camagüey. Periodista-Editora del diario 5 de Septiembre. Miembro de la Unión de Periodistas de Cuba.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *