Un maestro del cine japonés, quien también incursiona en las series

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El realizador japonés Hirokazu Kore–eda, una de las presencias fundamentales de la creación audiovisual de su continente desde hace tres décadas, ha sido merecedor del León de Plata en Venecia 1995 por Maborosi, y de la Palma de Oro en Cannes 2018 merced a Un asunto de familia. En este mismo festival, un lustro antes, recibió el Premio del Jurado, en virtud de su filme De tal padre, tal hijo.

La exhibición, ahora, en las salas cubanas de su largometraje Monstruo –ganador del Asian Film Awards 2024 y el cual reseñamos en anterior ocasión–, es un buen motivo para proponer a nuestros lectores que se acerquen, además, a la teleficción del autor nipón.

Familia, relaciones humanas, afectos, ausencias, memoria sentimental y respeto de la tradición, los seis pilares sobre los cuales se asienta el cine de Kore–eda, también son los ingredientes temáticos de esta parcela creativa suya mucho menos conocida: las series de televisión.

Aunque parte de las monografías del creador en internet la omiten, él debutó en las teleseries mediante De vuelta a mi casa (2012), y no en Makanai, la cocinera de las maikos (2023), cual suele repetirse. Lo que ocurre es que esta última –bajo la sombrilla de Netflix, como su posterior Asura–, lo dio a conocer mundialmente en dicho campo.

Que vaya despojado del cinismo que corroe parte del espíritu de la contemporaneidad quien se aliste a presenciar Makanai, la cocinera de las maikos. No exagero cuando afirmo que no existe, a lo largo de la actual década, otra serie donde la ternura, la bonhomía, el candor, la nobleza y los buenos sentimientos resulten tan predominantes en las relaciones de los personajes y en el tono del relato, como en esta.

La peor “ofensa” que llega a cometerse en los nueve episodios es que alguien toma, equivocadamente, un pudín ajeno del refrigerador. Con toda intención, Kore–eda manda de viaje a la maldad, porque lo que quiere construir aquí es un cuento moral, optimista y amable, sobre los valores más elevados de la amistad y de la convivencia.

Él apuesta por ello con toda vehemencia en su serie, la cual está ambientada en una casa formadora de maikos (“mujer de la danza” en japonés: son las aprendices de geishas de nuestros días, cuya utilidad actual se focaliza en ceremonias autóctonas de los nipones).

A dicho hogar, en la ciudad de Kyoto, arriban, desde el pueblo de Aomori, las amigas adolescentes Kiyo (una gran Nana Mori) y Sumire (Natsuki Deguchi), para adiestrarse en ese arte tradicional. La primera no da la talla; pero encuentra el sentido de su viaje, y de su vida, como cocinera de las maikos. Y, sobre todo, de su coterránea/coetánea.

La forma cómo la serie (basada en un manga de Aiko Koyama) construye y desarrolla la amistad incondicional entre ambas muchachas es la columna sobre la que se sostiene, de principio a fin.

Además de la delicadeza, el humor impregna a un material que presta tanta atención al hecho culinario como lo hacen las series El oso o Como agua para chocolate. Con esta comparte el hecho de apreciar la cocina en tanto servicio de amor, felicidad, celebración, agasajo.

Menos cándida, de tonalidades más oscuras, pero también ribeteada por la nobleza, es Asura (2025). Kore–eda versiona la novela de Kuniko Mukōda, en una trama sobre cuatro hermanas que, en el Tokío de 1979, afrontan la infidelidad del padre. Igual de recomendable.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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