Los fantasmas de la dictadura militar argentina
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El rapto (Daniela Goggi, 2023) comienza con una celebración a bordo de una nave que vuela rumbo a la Argentina, en la cual retornan varios exiliados por la dictadura militar que enlutó a la nación entre 1976 y 1983. Beben, comen, fuman, dialogan y caminan por los pasillos del avión, exultantes por retornar a su país luego de esa página negra.
Entre los pasajeros se encuentra el empresario Julio Levy (Rodrigo de la Serna), su esposa (Julieta Zylberberg) y los dos hijos de la pareja. Al país donde arriba este hombre, en 1983, todavía lo sobrevuela el fantasma de los militares, con su estela de crímenes, desapariciones y secuestros. La democracia que lidera el presidente Raúl Alfonsín aún se encuentra en estado muy frágil, en un camino a tientas hacia la luz.
Por buen tiempo continuarán operando en las sombras los llamados «grupos de tarea» de la dictadura, con apoyo de estamentos situados en los ministerios del nuevo gobierno. Es la sobrevida de alimañas reacias a desaparecer, de viejos criminales como los de la banda que secuestra al hermano de Julio, para pedir el pago de un rescate.
A partir de ahora comienza el calvario personal de un hombre empeñado en recuperar al ser querido, quien, en dicho objetivo, involucra todo: su fe, su tiempo, sus ansias, su dolor, el dinero de la familia, su trabajo, la estabilidad emocional suya y de los suyos…
Estrenada en la televisión cubana, El rapto, mucho más que la historia de un secuestro/extorsión/asesinato, es el relato de la desintegración existencial de un ser humano. Una persona buena que sucumbe ante la desidia en la investigación, el contubernio con los raptores, la quiebra financiera de la empresa familiar, la imposibilidad de reiniciar el negocio que saque a flote a su gente, la presión general sobre sí.
El filme hace gala de ejemplar pericia de seguimiento al derrumbe de Julio, cuya fortaleza inicial se dará de bruces más tarde contra un escenario que lo supera, inextricable e insoluble, el cual lo conduce a un estadio psíquico donde peligra su cordura.Si la película es eso, estaba claro entonces que debía contarse con un actor de grandes dotes, en pos de acercarnos, primero, al personaje estoico, pecho adelante, quien lucha contra molinos; y luego, a su paulatino deterioro.
La realizadora/coguionista Daniela Goggi encontró en Rodrigo de la Serna al intérprete indicado. Quien encarnase en su día a Alberto Granados, José de San Martín y al papa Francisco incorpora aquí a un personaje que él esculpe magistralmente desde las transiciones y los contrastes. Esta es su película y bien lo sabe. Dignifica a su Julio, a quien borda en sus erupciones emotivas; pero sobre todo en las implosiones. Resulta modélica la capacidad del actor para trabajar sobre la urdimbre gesticular y vocal: desde los ademanes, la forma de tomar el cigarrillo y el caminar, hasta el engolamiento de la voz.
Inspirado en el libro El salto de papá, de Martín Sivak, el cuarto título de Daniela Goggi (Días de muchos, vísperas de nada; Abzurdah; El hilo rojo) supone el pináculo de la cineasta argentina, en buena medida gracias a tal personaje y tal actor. A esa ventaja mayor precisa añadirse que El rapto es una película detallista, de aceitados diálogos, bien escrita y mejor narrada, de precisa puesta en pantalla, locuaz fotografía y diligente diseño de producción.
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