Sexo duro entre la bestia y la rubia

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El finado realizador catalán Bigas Luna, quizá el cineasta más irregular, polémico y contradictorio de la península ibérica durante décadas, fue un creador lleno de sorpresas, quien lo mismo pudo perpetrar el softcore setentero que coronar obras interesantísimas a la manera de Bilbao; Jamón, jamón; La teta y la luna; y La camarera del Titanic, o bien flagelar al espectador con churros seudoeróticos corte Huevos de oro o Las edades de Lulú, o nada más provocar indiferencia con cosas de tan poco fijador como Volaverunt y la lastimosamente insípida Son de mar, la cual por cierto partiese de un formidable texto literario de Manuel Vicent llevado a guion por Rafael Azcona: binomio autoral de luxe que el caprichoso Bigas desaprovechara.

 Bámbola (1996), que hoy recordamos en esta columna, no forma parte de la franja perdurable de su filmografía, aunque resume y rezuma todas las filias del creador, expresadas en su famosa Trilogía Ibérica de los ´90 y luego prácticamente reasimiladas en la inmensa parte de su trabajo: la preponderancia de la sexualidad en el enfoque temático y en la conducta de los personajes; la para sí indestructible díada sexo-comida; la en él insuperable certeza de que las grandes pasiones terminan con la muerte – a la pura pinta trágica-, o con el tiempo; y las negruras, subyacencias, morbosidades, brutalidades y complejidades de toda suerte que suele ver agazapadas tras el proceder “normal” de cualquier hijo de vecino.

En Bámbola, Bigas lleva a límites del paroxismo la observación de tan complejos instintos humanos, siempre según su visión -mucho más cínica, esperpéntica y tremendista, que freudiana- del triunfo de la bestia en la naturaleza de mujeres y hombres. Así, justamente, “la bestia enamorada”, nombra al recluso interpretado por el cubano Jorge Perugorría, quien pierde completamente la cabeza cuando ve a una rubia que ni imaginara Sade en el mejor de sus delirios (la italiana Valeria Marini), durante la visita de ella a otro reo.

La bestia ordena a sus matones sodomizar al compañero de celdas que la muchacha frecuenta, con el fin de que se olvide de la bámbola (muñeca); y chantajea a esta para que venga al pabellón de la cárcel a hacerle el amor, bajo la promesa de dejar en paz luego al pobre hombre. En su alevoso doble juego triunfa en las dos manos, para apartar al pobre tipo y descargar toda la furia sexual que le causa la hembra en el cuarto de los locos de la prisión, donde los gritos de ella no podrán escucharse: ni los de dolor ni los de placer.

Porque a la rubia -se lo contará bien pronto ella a su hermano homosexual-, lo que le hace el chantajista sexual comienza a gustarle. Tan placenteramente le coge el hábito a la brusquedad extrema del patán que cuando le dan la condicional lo recibe en su restaurante-morada y, allí, entre los mismos ajos y cebollas de mucho del cine de Bigas, y mariscos y anguilas (imperdible el jueguito lúbrico bestia-nena con una de ellas), el hombre satisfará cada uno de los instintos mutuos habidos y por haber, con la pasión más negra.

Pero la bestia, como un volcán sin vergüenza, exige, de manera increíble, más territorio para su lava, de modo que ni la complaciente rubia puede con esto, incluido está la expulsión del restaurante-casa y el intento de asesinato a su hermano por parte del visitante. Mas, como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que haga otro tanto, el gay desalojado se libra de tantas vejaciones, al acabar a tiro de la vieja escopeta de la madre muerta con el erotófago rufián, justo en el momento cuando perseguía a su sensual consanguínea para practicarle otro punitivo coitus a tergus, que -como parece indicar una escena- es el único flanco que la despampanante hembra de pelos bajo las axilas alberga algunas reticencias al entregar.

La rubia, no obstante comprender y en cierto modo aliviarse con la muerte de la bestia, llora a su macho.

Una frase célebre del viejo Bigas era: “El sexo constituye todo”. Siempre le creí que se lo creía, al ver completa su ejecutoria fílmica, leer buena parte de sus escritos o entrevistas, y visionar su Bámbola. También dijo que el erotismo es un hecho intelectual y que representa la sofisticación del sexo, lo cual, según su parecer, es lo que intenta traducir en el celuloide. Pero en verdad no siempre ocurre así dentro de sus obras: para un buen rendimiento en pantalla de ideas como las plasmadas en Bámbola al realizador le venía mucho mejor el semiporno -mediante el cual se iniciara en los ´70- que el supuesto drama psicológico barajado. Aquí no hay refinación intelectual ninguna, solo tan misóginas como machistas percepciones primarias del escarceo de los cuerpos.

En realidad, no hay mucho que analizar en este arrebato feromónico: cada angulación, tiro y planteo de la cámara con respecto al personaje encarnado por la modelo italiana Valeria Marini, como su presencia toda dentro de la trama, ha sido concebido con arreglo a la normativa clásica del cine semi porno. Bigas sabe bien que tiene entre manos una amazona de fuste en la cabalgata erótica y le saca el quilo visual para enardecer el interés (potencialmente masculino) de un espectador más interesado en imaginar la próxima majadería sexual que va a soportar sin pleito alguno la rubia, que en el itinerario dramático de un relato abusivamente morboso, el cual se hunde por obra del exceso en el propio tremedal de su configuración.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Sexo duro entre la bestia y la rubia

  • el 1 julio, 2025 a las 5:03 pm
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    El crítico hace talco la película, pero me deja con muchas ganas de ver a la rubia, intentare buscarla

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