Jaime, el intrépido: un pionero de la aviación cubana en Cienfuegos (I)

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Desde la antigüedad, nuestros antepasados ya soñaban con emular a las aves y juzgaban el desafío que ello suponía. La leyenda de Ícaro y Dédalo nos da cuenta de lo uno y de lo otro. Aún hoy, surcar el cielo en un artefacto volador sobrecoge a más de uno. Imagínese el lector cómo sería el asunto a principios del siglo XX, cuando los primeros aeroplanos en el mundo apenas comenzaban a elevarse bajo el precario control de un ser humano entre 1903 y 1906[1]. Desde aquellos años, un adolescente cienfueguero llamado Jaime González Crocier pasaba raudo del sueño a la realidad y no cejó en su empeño, hasta convertirse en uno de los pioneros de la incipiente aviación cubana. Conozcamos más de cerca su corta e intensa vida cuando se cumplen 102 años de su prematura muerte, con solo 28 años.

El camino de la aeronáutica cubana comenzó desde principios de la centuria anterior con las ascensiones en globos aerostáticos de audaces extranjeros –incluida una mujer- y más tarde del nativo José Domingo Blinó, que se elevó en 1831 por el espacio insular. Muchísimo más conocido, sin embargo, resultó un sastre y constructor de toldos portugués que hizo lo mismo en 1857, pero que, trágicamente a diferencia de sus antecesores, nunca volvió a tocar tierra cubana ni otra conocida, que sepamos hasta hoy. “Volar como Matías Pérez” tiene, desde entonces, un significado específico en nuestra cultura popular.

Jaime había nacido en Cienfuegos el 13 de febrero de 1892, justo a tiempo para encontrarse en pleno uso de razón cuando empiezan a elevarse los primeros aeroplanos en el mundo. Todo parece indicar que su pasión por los aparatos voladores fue bien estimulada en su entorno familiar. Su padre Manuel González era Chaffeur y mecánico de automóviles, no menos novedosos que los aviones para entonces. Cuando apenas contaba quince años se cuenta que construyó un aparato volador que se elevaba al cielo, impulsado por un automóvil –podemos suponer quién lo conducía-  al que iba atado por un cable. El artilugio solía elevarse a más de 20 metros de altura y al desatar el cable aterrizaba perfectamente.[2]

Cuando el 7 de mayo de 1910, el francés André Bellot levantó vuelo por primera vez en la isla, volando en un biplano Voisin de 60 caballos de fuerza, el joven Jaime tiene solo 18 años. Se trató, en rigor del primer vuelo verificado de un aeroplano autopropulsado en la isla y al mismo tiempo, del primer accidente de aviación: a los pocos minutos de haber levantado vuelo en el habanero hipódromo de Almendares, el aeroplano pilotado por Bellot, se precipitó a tierra ruidosamente, pero sin graves consecuencias.

La tecnología para fabricar y pilotar aviones apenas comenzaba a desarrollarse y la seguridad aún estaba muy lejos de ser una característica que distinguiera a los aeroplanos de cualquier fabricante. Por las mismas razones, los aviadores fueron calificados de “arriesgados”, “intrépidos”, “audaces”, “arrojados” y otros epítetos similares; mientras eran recibidos y vitoreados como héroes populares a cualquier lugar que llegaran. Jaime González estaba también hecho de esa “madera” y muy pronto lo demostraría.

Claro que para ser justos, no era únicamente la necesidad de adrenalina o el espíritu de aventura lo que movía a los aviadores de la época. Las exhibiciones aéreas –por ejemplo- realizadas en La Habana de 1911 por los equipos Curtiss, de Estados Unidos y Moissant, de Francia, buscaban ganar los jugosos premios que auspiciaba el ayuntamiento de la ciudad. El Diario de la Marina del 27 de enero, lo ratificaba: la aviación no es solamente un deporte, también resulta una profesión lucrativa para los pilotos alrededor del mundo. Más de $ 4 705 000 francos se habían repartido en premios solo en Europa durante el año anterior[3].

La isla no era la excepción y rápidamente el asunto devino en negocio que enriquecía más a los empresarios y autoridades que lo organizaban en tierra que a los propios aviadores que arriesgaban la vida en cada vuelo. La fuente de todo ello se encontraba, desde luego, en la inmensa cantidad de público que atraían los espectáculos aéreos. Cienfuegos no debió esperar mucho para recibir un espectáculo semejante: el 12 de febrero de 1911, el piloto estadounidense del circuito Curtiss, James Ward se presentaba en horas de la tarde en el hipódromo de la ciudad. ¡Grandioso Acontecimiento! ¡Lo nunca visto en Cienfuegos! ¡Aviación! ¡Aviación!: con tales frases, los organizadores convocaban a la ciudadanía desde la prensa local. Al día siguiente, el periódico La Correspondencia reseñaba las “admirables ascensiones” de Míster Ward y el entusiasmo del respetable público[4].

Aunque carecemos de evidencias que lo confirmen, suponemos que el joven Jaime González debió haber estado aquella tarde de febrero tan cerca como le haya sido posible del piloto norteño. Por el momento, el sueño de pilotar un aeroplano se encontraba en suspenso, pero no por mucho tiempo. Entre 1912 y 1913 comenzaron a volar oficialmente los dos primeros pilotos cubanos: Agustín Parlá (1887-1846) y Domingo Rosillo (1878-1958), una de cuyas primeras hazañas consistió en atreverse a ejecutar sendos vuelos entre Key-west y la Habana. Acaso el cienfueguero estaba lejos de imaginar que compondría junto a Parlá y Rosillo la tríada fundadora de la aviación cubana. La oportunidad de oro se ofrecería con la visita del segundo a la Perla del Sur en 1913.

Reseña en la prensa cienfueguera sobre el primer vuelo de aeroplano en la ciudad y el aparato Curtiss que lo ejecutó, piloteado por James Ward (1911).

En efecto, Domingo Rosillo arribó a Cienfuegos en la tarde del 29 de mayo, acompañado de su hermano y de su equipo: representante, ayudantes y mecánicos. El plan era realizar varios vuelos de exhibición sobre la ciudad durante los días 1ero y 2 de junio. La expectación de los cienfuegueros ante la segunda presentación de un aeroplano y su piloto en la localidad era grande: El día 1ero, desde la 4 de la tarde el Paseo de Méndez –actual Paseo del Prado- estaba invadido por todas las clases sociales, circulaban automóviles y coches decorados por bellas y elegantes damas, la bahía era un “hormiguero” de embarcaciones, lo mismo de motor, que de remo o vela. Las azoteas y tejados de la barriada próxima al antiguo hipódromo –lugar del espectáculo- se encontraban asimismo colmadas de curiosos. Las autoridades de la ciudad y numerosas personalidades de relieve local se encontraban presentes, en primera fila[5].

En ambos días, como se esperaba, los vuelos fueron un éxito. Pero el segundo día ocurrió algo muy curioso: el piloto voló con un joven en el asiento trasero de su aeroplano Morane Saulnier. ¡Era Jaime González!, el joven al fin se había salido con la suya. En unión de Rosillo, Jaime saludó dos veces a la numerosa concurrencia durante el vuelo que duró unos ocho minutos. Una vez en tierra, al ser interrogado, el aviador declaró que González “había mostrado gran serenidad” y auguraba que, si estudia, “podrá convertirse en un aviador arrojado”. Aunque Rosillo, se mostraba reacio a llevar pasajeros, la tenacidad del joven y $200 pesos –cifra importante para la época- que ofreció, le persuadieron de hacerlo[6].

El vuelo con Rosillo fue el impulso que necesitaba el joven Jaime para comenzar a cumplir su sueño. La prensa local y la habanera hicieron el resto: “Muestra deseos de irse al extranjero a practicar la aviación. Sus familiares están resueltos a complacerle. Se trata de hacer en Cienfuegos una recolecta en favor de González”. Dicho y hecho: dos días después, el 4 de junio de 1913 el aprendiz de piloto marchó a Francia, donde cursó estudios en la Escuela de Chateufort, que pertenecía al afamado as francés Bleriot.

El proceso de formación de González fue seguido muy de cerca por el periódico cienfueguero La Correspondencia y reproducido en la capital por el Diario de la Marina:

“Por carta particular hemos podido enterarnos de que el intrépido joven Jaime González hace grandes progresos en la escuela de aviación Bleriot, bajo las enseñanzas de M. Barel en Chateaufort, (…) Las clases empiezan a las cuatro de la madrugada, hasta las nueve o las diez, y se reanudan por la tarde a las cuatro. Ya González ha dado algunos vuelos solo, espera terminar el curso dentro de treinta días, obteniendo el título de piloto aéreo. (…) Está muy-contento y satisfecho y admirado de las bellezas de París. Enseña el español a su maestro aviador y éste en cambio le da clases de francés. Felicitamos por sus progresos al joven aviador, y a su cariñoso padre” [7]

Aunque el joven Jaime ya estaba a punto de lograr su objetivo aún faltaba un detalle importante: la compra del aeroplano que pilotearía. El día 26 de noviembre de 1913, enviaba un cable a su padre informándole: “Ya resuelto asunto aeroplano mediante American Trading Co. Avisaré embarque. Jaime”. La negociación habíase efectuado merced a las gestiones de los señores Blanco y García, representantes en Cienfuegos de la American Trading Co que gestionaron de esta compañía la compra del aparato, a pagar en un plazo de tres meses. El ayuntamiento de la ciudad envió mediante la Cámara de Representantes una comunicación interesando al Senado de la Nación para que se aprobara un crédito en esa instancia que permitiera pagar los derechos de aduana del Morane Saulnier G que venía en camino para el joven aviador[8].

Jaime González despegando en su Morane Saunier G./Fuente: Proyecto CubaMuseo.com

Las razones para que tantas “manos poderosas” ayudaran a Jaime a cumplir su sueño, debemos encontrarlas, junto a las simpatías que podía despertar el valeroso joven, en la jugosa posibilidad de sacar dividendos a la destreza del piloto y su aparato. El 11 de diciembre, el vicecónsul cubano en París telegrafiaba que el aparato había sido terminado y estaba listo para ser embarcado.

El sábado 21 de febrero de 2014, el Diario de la Marina anunciaba en primera plana la llegada del aviador Jaime González a la Habana:

Llegó en el “Bavaria” el joven aviador cubano Jaime González, que después de 8 meses de residencia en Francia acaba de obtener su título de piloto en la Escuela de la Federación Aeronáutica Internacional, establecida en París. El título de piloto otorgado a González en la Escuela Aeronáutica Internacional tiene el número 1566. Jaime González trae una máquina Morane, de 80 caballos, que tiene un andar de 150 kilómetros por hora. El tanque para la gasolina ha sido reforzado y podrá contener así el combustible necesario para una marcha continuada de 8 horas.[9]

Sello postal en homenaje a Jaime González.

Junto a la salida del piloto esa misma noche para Cienfuegos, acompañado de su padre, hermano y avión; el Diario también promovía el vuelo Cienfuegos-Habana que Jaime ejecutaría en los días siguientes. Iniciaba el año 1914 y con él la carrera profesional del novel aviador cienfueguero. Su futuro sería breve, pero suficiente para convertirlo en leyenda.  (continuará)


[1] Especialistas y apasionados difieren sobre quién fue el primero en volar un aeroplano. Unos consideran que fueron los hermanos Wright en 1903. Otros, en cambio le dan el crédito al brasileño Alberto Santos Dumont (1906), quien lo hizo únicamente impulsado por un motor aeronáutico, en tanto los primeros emplearon raíles y catapultas para impulsar el vuelo.

[2] Bustamante, Luis J. (1931). Diccionario Biográfico Cienfueguero. Imprenta R. Bustamante.

[3] “Vida deportiva”. (1911, enero 27). Diario de la Marina p.7

[4] “La aviación en Cienfuegos”. (1911, febrero 13). La Correspondencia p.1

[5] “Los vuelos de Rosillo”. (1913, junio 4). Diario de la Marina (edición de la tarde) p.8

[6] Idem, p.8

[7] “El aviador cienfueguero González voló en el campo de Chateufort”. (1913, julio 23). Diario de la Marina (edición de la tarde) p.6

[8] “En el senado”. (1913, diciembre 9). Diario de la Marina p.8

[9] “El aviador Jaime González en la Habana”. (1914, febrero 21). Diario de la Marina p.1

 

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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