Alejandro Silva Labrada: “No hubo un segundo de calma”

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Una de las anécdotas extraordinarias que nos cuenta Alejandro José Silva Labrada, durante los quince días que estuvo vinculado a la contienda contra la invasión mercenaria por Playa Girón, fueron los miles de crustáceos que pasaron por encima de él y de sus compatriotas, mientras defendían una de las trincheras, ubicada cerca de Caleta Buena, al sur de Matanzas.

“Eran incontables cangrejos que avanzaban por la manigua costera y producían un ruido tal que parecía otro escuadrón. ‘Tírense en el piso y dejen que pasen’, nos ordenaron. Y no podíamos matarlos porque si no la peste al otro día hubiese sido inaguantable”, narra el combatiente de la Revolución Cubana. Aunque, deja bien claro que el tropel de tenazas fue el menor de los obstáculos al que tuvo que enfrentarse el Batallón 326, al cual estaba adscrito.

Algunas de sus peripecias resultan semejantes a las que aparecen en el texto La guerra tuvo seis nombres, del escritor Eduardo Heras León; historias de carne y hueso, que conmocionan no solo por su estilo narrativo auténtico, sino por el alcance y la crudeza. “Partimos hacia Girón por Juraguá, y recuerdo que casi llegando a la zona donde había que bajarse, estábamos tan apretados que las latas de conserva y otros alimentos que llevábamos me herían el cuerpo y tuve que deshacerme de ellos. Hasta que posteriormente llegamos a Caleta Buena, y desde allí hacia el oeste, con otro batallón de Santa Clara, se montó el cerco”, atestigua.

La tropa de Alejandro había sido advertida antes de chocar de bruces con el enemigo, que estaba a un kilómetro de allí. “El que no pueda con los nervios o se sienta inseguro, puede quedarse, y nadie le reprochará nada ni será considerado un cobarde, nos dijo el capitán. Pero todos dimos un paso al frente y fuimos tomando posiciones en la avanzada, separados siete metros entre unos y otros para prever las granas”.

Cuando Silva Labrada se percató de que solo le quedaban dos dedos de agua en la cantimplora, el compañero del frente, que estaba muerto de la sed, se sintió desfallecer. De manera solidaria este aceptó brindarle una tapa para que mojara los labios. “En eso se aparece por el cielo un avión B-26 y me dije, ‘aquí está la muerte’, porque esos bichos tiran por delante y por detrás”, cuenta.

Empezaron a bajar paracaídas, pero no se sabía si enviaban enemigos o avituallamientos. Entre lo que caía del cielo y los aviones que surgían de la nada, el temor y la incertidumbre prevalecía en la tropa. No obstante, eso fue lo que les permitió a muchos estar alertas y seguir vivos para describir la proeza.

“Cuando nos topamos de cerca con los enemigos, ellos estaban tirando con una ametralladora giratoria. Aquello en nuestras narices no solo era una mortal tormenta de proyectiles, sino también que provocaba un remolino de partículas voladoras sobre nuestras cabezas. En aquel trance no quedó mata de uva caleta con una hoja viva (…) No hubo un segundo de calma”, rememora Silva.

El encuentro face to face con un mercenario, luego de ser capturado posterior a la batalla, supuso para Alejandro un momento de especial impresión. “Está bien, ganaron, me dijo él. Pero nosotros tenemos más preparación –siguió diciendo–; a mí me cogieron en los límites de Matanzas; atravesé la Ciénaga de Zapata corriendo. El entrenamiento lo hicimos en las montañas de Guatemala y nos ponían a dar paso doble-corto hasta que nos desmayáramos. Y todo eso lo expresaba un hombre que parecía tener casi 70 años”, aludió Silva a la conversación con el norteamericano.

Al combatiente revolucionario no le quedó más remedio que asentir, pero no permaneció callado. “Pero mira, tienes que tener presente una cosa, yo jamás había cogido un rifle en las manos y el que me dieron, incluso, lo vine a limpiar aquí (…) Sí, tenían preparación militar, pero a ustedes les faltó lo que a nosotros nos sobraba: los cojones para arriesgarlo todo”, dice con exaltación.

Cabe añadir que, el batallón del que Alejandro José formaba parte combatió solamente con fusiles R-2, dos bazucas y otras armas de menor calibre. En cambio, los norteamericanos habían venido con una portentosa aviación, tanques Sherman, M16, granadas, tecnología militar de punta, y con todo, fue imposible para ellos derribar el temple y el arrojo de los valerosos jóvenes cubanos.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

Un Comentario en “Alejandro Silva Labrada: “No hubo un segundo de calma”

  • el 3 mayo, 2024 a las 9:13 am
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    Buena entrevista para el combatiente,tu eres de los que no se dejan vencer tan fácil.JC Dorado

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