Días perfectos, la resurrección de Wim Wenders

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Al minuto 34 de Días perfectos (Wim Wenders, 2023) un compañero de labor presenta al señor Hirayama como alguien que trabaja muy duro, pero a quien apenas le ha escuchado la voz. En efecto, no será hasta la hora y cuarto de metraje cuando el lacónico hombre articule palabras, al visitarle su sobrina, a la cual él recibe, valga decirlo, mucho más amablemente que la pareja de Cuentos de Tokio (Yazujiro Ozu, 1953) lo hace con los ancianos que arriban a su morada.

No menciono a Ozu en balde, pues en el maestro japonés halla Wenders –estudioso y admirador suyo, como se apreció desde su documental de 1985 titulado Tokyo-Ga–, el aire nutricio que oxigena los espacios de una película tentada a mirarse en el espejo del cine del creador asiático, tanto en sus mecanismos de aproximación a los personajes, como en el tono quedo, contemplativo, parsimonioso del relato. Lo hace –aclaro– a modo de inspiración y diálogo, no de innecesaria transposición de estilo.

El apacible personaje central de Días perfectos limpia la red de baños públicos de Tokio con eficiencia extrema (revisa a lupa el borde interior del váter en busca de suciedades), cumple meticulosa e invariablemente su tarea, y sigue sus rutinas. Estas, además, incluyen regar las plantas, oír viejos hitos del pentagrama anglosajón en el reproductor del auto, sentarse en un banco del parque, tomar fotos analógicas a los árboles del lugar, acudir a la sauna, comer en la misma cafetería e insertar curiosas notas interactivas en los baños.

Hirayama invierte sus días perfectos en saborear sus ritos cotidianos, en respetar a los seres humanos (sale de inmediato de los baños que limpia cuando alguien los necesita; ayuda a una criatura cuya madre ni le mira ni le agradece; no le hace caso a un sujeto ebrio que lo molesta), en disfrutar sus casetes y libros, admirar la grandeza divina de la naturaleza y emprender su trabajo. Algunos no necesitan mucho más que eso para ser felices o encontrar la paz. No solo en el cine.

Las palmas para el gran Koji Yakusho, premio este año al mejor actor en el Festival de Cannes, por su interpretación de Hirayama. También para Wenders. Días perfectos supone el retorno de este emblema del Nuevo Cine Alemán a la calle mayor del cine, de la cual nunca debió salir, perdido como estuvo por largos años en arterias secundarias habitadas por películas sin orden ni concierto (Todo saldrá bien, Inmersión…), paradójicas para el creador de Alicia en las ciudades (1974); El estado de las cosas, León de Oro en Venecia´82; París, Texas, Palma de Oro en Cannes ´84; o Las alas del deseo (1987).

(Reseña publicada originalmente en Granma).

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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