Seis perdigonazos en la madrugada de Parque Alto

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El homicida llevaba días esperando una noche tan oscura como esta madrugada sazonada por los olores dulzones de la molienda, cuando en el batey del ingenio sólo se escucha el ronroneo cansino de las máquinas. Y los pasos de la futura víctima, que está a menos de seis metros del cazador y a cinco de la escopeta apuntada con la habilidad de quien está acostumbrado a hacer diana en la testuz de un venado.

El de la emboscada apretó el gatillo.

El cráneo de Isidoro Madrazo Torriente explotó como si fuera una güira seca y la masa encefálica chorreó sobre el cuerpo que ya era cadáver cuando cayó a tierra. Luego la autopsia contaría seis perdigones en la cavidad craneal del dueño del ingenio. Pablo Pereira, el administrador de la industria, decretó la suspensión de las labores tan pronto conoció la muerte del patrono.

La muerte del presidente de la Compañía Arrendataria del Central Parque Alto, S.A. sería primera plana en los diarios cienfuegueros del 9 de abril de 1941, miércoles de la Semana Santa para ser más preciso.

El coronel Abelardo Gómez Gómez, jefe militar de la provincia de Las Villas, y el licenciado Arturo López Madrazo, comandante inspector de la Policía Nacional se personaron en el cementerio de Rodas, lugar de la necropsia en las primeras horas de la mañana. El cuerpo de Madrazo que tenía su residencia oficial en la finca Platanical, en las cercanías de Jicotea, poblado del municipio villareño de Santo Domingo, fue sepultado al siguiente día en La Esperanza.

Los primeros detenidos como sospechosos de la encerrona homicida fueron Juan Castillo Ocampo, José Abreu Gómez y Emiliano Espinosa Pérez, todos obreros de la fábrica de azúcar. El último había tenido algún roce reciente con el dueño por cuestiones laborales.

Como investigadores principales del caso que sería radicado con el sumario 524 en la Sala de Gobierno de la Audiencia de Santa Clara, fueron nombrados el teniente del Ejército Constitucional Ramón Garateix, designado por Gómez Gómez, y el subinspector de la Policía Secreta Alfredo Paredes Ledón.

A los detenidos se sumó al segundo día el dueño de la colonia Convento, Pedro Bompío García. Los cuatro fueron sometidos a la prueba de los guantaletes de parafina, evidencias enviadas al Gabinete Nacional de Identificación, en la capital de la República.

Los primeros implicados quedaron en libertad, mientras Bompío era excluido de fianza. En aquella zafra a punto de terminar habían ardido los cañaverales de su colonia y el dueño del ingenio no quiso moler las cañas chamuscadas, hecho que provocó un duro enfrentamiento verbal entre el colono y el industrial.

El esclarecimiento del crimen demoraría hasta últimos de mayo y finalmente cubriría de gloria a los sabuesos Garateix y Paredes. Por lo menos la prensa cienfueguera los arropó con una manta de halagos profesionales.

Pero en las 50 jornadas que mediaron entre el escopetazo madrugador tras los laureles a la entrada del central y la detención de los supuestos culpables hubo suficiente tiempo para tejer y destejer una historia digna de culebrón televisivo, de haber existido por entonces en la Isla la magia de la pequeña pantalla.

El nudo dramático del posible guion giraría en torno a la herencia del difunto, calculada en un principio y de manera extraoficial cercana a los 14 millones de pesos. Llamaba la atención la circunstancia de que el industrial cazado era soltero, no tenía hermanos y sus padres ya habían fallecido.

A sus tías maternas Isabel y Flora Torriente y Madrazo, viudas de Aguiar y Pumariega, respectivamente, y residentes en Cienfuegos, pronto le apareció una competidora: la niña Ángela de las Nieves. Según, Anastasia Abreu, doméstica en la casa del dueño del central, la criatura nacida el 30 de noviembre del año anterior era fruto de sus relaciones carnales con el patrón, quien había elegido los padrinos de la bebita y la iba a reconocer como su hija a fines del propio mes de abril en Santa Clara.

Por si fuera poco, el 15 de mayo se apareció en Cienfuegos la gringa Edith E. Sadiff con intención de reclamar la herencia del hombre al que le habían explotado el cráneo. Traía la recomendación del embajador estadounidense en La Habana, Mr. Messernith, para su cónsul en la ciudad, Mr. Hernan C. Vogenitz.

La pretendiente a la fortuna indecisa alegó la razón de un primer encuentro con el difunto en Nueva York en 1919, y que desde entonces sostuvieron relaciones íntimas. Mostró una foto de grupo tomada en París dos años más tarde en la cual aparecía la pareja. En 22 años de vida común jamás le pidió a Madrazo la legalización de su estatus, pues lo quería a él, no a sus millones y no quiso manchar el romance con pretensiones de índole tan grosera como el dinero. Al menos tal argumento sostuvo ante la prensa local.

Todavía habría más sardina para arrimar a la brasa de la herencia en disputa: el niño Isidoro Moisés de la Torre y Valdés, nacido en el Hospital de Maternidad e Infancia de Santa Clara el 4 de septiembre de 1940. Su madre, María de los mismos apellidos, juraba que también aquel tierno fruto había sido engendrado por la simiente del industrial emboscado con la complicidad de la madrugada y una hilera de laureles.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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