Harold Halibut, las aventurazzz de un conserje en el espacio
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Desde muy niño, las producciones en stop motion ocupan un lugar especial dentro de mis gustos cinematográficos. La meticulosa paciencia que se requiere a la hora de animar cada cuadro y darle vida a objetos inanimados siempre me ha resultado fascinante. Tan singular estilo de animación combina fotografía, teatro y escultura para crear mundos provistos de un alma única e irremplazable. Sirvan de ejemplos famosos las cintas de la factoría británica Aardman, o los trabajos con dicho método creativo de Tim Burton, Wes Anderson, Charlie Kaufman y Guillermo del Toro.
Tampoco puedo dejar de mencionar al notable cortometraje cubano Veinte años (Bárbaro Joel Ortiz, 2009) y a esa joya del cine australiano llamada Mary and Max (Adam Elliot, 2009). Esta última, lo mejor hecho jamás mediante la animación en volumen, otro nombre por el cual es conocida la técnica.
Producto de ese interés, el estreno de Harold Halibut captó de inmediato la atención de quien escribe, pues se trataba de un videojuego poseedor de tal estética (digo “estética”, porque no estamos en presencia de stop motion tradicional; aquí digitalizaron los objetos a través de un proceso conocido como fotogrametría, para luego animarlos en el motor gráfico Unity) y con más de diez años de desarrollo a sus espaldas.
Fue tener la ocasión y comenzar a jugarlo lleno de la mejor disposición. Pero llegado el momento de la reseña, y a pesar del virtuosismo presente en el apartado visual, solo puedo calificarlo de enorme decepción. La culpa la tiene un guion que no funciona, al cual Slow Bros., estudio alemán detrás del proyecto, le apostó fuerte en vano.
Y eso que la interesante premisa de ciencia ficción hacía presagiar lo contario. Década del setenta del siglo XX, plena Guerra Fría. El tenso escenario mundial de entonces motiva la creación de la Fedora I, un arca espacial cuyo propósito consiste en garantizar la preservación del homo sapiens ante el inminente apocalipsis nuclear.
Le encomiendan además la misión de encontrar el nuevo hogar donde vivirá la especie. Luego de 200 años de hacer escala en varios planetas carentes de las condiciones necesarias, la nave se estrella y queda atrapada en las profundidades de uno completamente recubierto por agua.
El juego arranca medio siglo después del incidente. El protagonista es Harold Halibut, asistente de laboratorio (cargo en extremo eufemístico, pues en la práctica ejerce de conserje del lugar) de la jefe científica de la colonia, Jeanne Mareaux, quien pese al tiempo que el arca lleva varada aún conserva la esperanza de crear el plan de escape capaz de permitirles abandonar el cautiverio submarino.
Otros puntos de interés presentes en el argumento inicial son la conspiración en contra de la All Water Corp., compañía al frente de la Fedora; y el relacionado con la civilización alienígena dueña del planeta. En todos y cada una de ellos se ve envuelto el apocado Harold.
Si bien en su presentación la historia promete bastante, esa sensación desaparece poco a poco, hasta llegar al extremo de resultar soporífera.
La duración influye completamente en el señalamiento previo. En los videojuegos, narraciones así de contemplativas (además de interminables paseos en busca de la siguiente parte de la aventura, muy de vez cuando aparecerá alguna acción a ejecutar) oscilan entre las tres y cuatro horas. Harold Halibut ronda las diez.
Semejante exceso diluye sus partes brillantes. Porque el juego las tiene. Pienso en la subtrama donde Harold lee cartas escritas hace décadas, las cuales nunca llegaron a sus destinatarios. O en aquella escena donde canta sobre la existencia tan rutinaria que lleva. Hay diálogos y situaciones de una sensibilidad especial. Aunque son aisladas excepciones, incapaces de hacer valer los 600 minutos de metraje. La mayor parte del tiempo presenciamos una historia infantiloide, repleta de personajes unidimensionales, e incapaz de ganarse el interés del jugador. Reitero, el título exhibe una fachada majestuosa; pero el interior da la impresión de estar a punto de derrumbarse. Ese es el gran problema de Harold Halibut.
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