Fidedigna evocación de la lucha contra bandidos

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 48 segundos

El hombre de Maisinicú (Manuel Pérez, 1973) representa el punto culminante artístico, en la evocación fílmica del tema de los alzados contrarrevolucionarios en el Escambray y la lucha popular en su contra.

La serie La otra guerra (RTV Comercial, 2017–2019) no cuenta con la fuerza dramática, riqueza visual, dirección, conformación caracterológica y nivel actoral (disparejo pese a valiosas interpretaciones individuales, resentido quizá por las dificultades en la marca–observación de pautas hacia todo el espectro de un reparto muy coralino) del referido clásico estrenado hace más de medio siglo.

Así y todo, el material televisivo, portador también de virtudes propias, deviene empeño estimable en el camino de trasladar a los códigos audiovisuales ese capítulo de nuestra historia contemporánea, desde las claves de un no por ortodoxo menos viable modelo representacional.

Es tributo honesto y decoroso –dentro de una teleficción y un cine criollos urgidos de incrementar la presencia del género histórico–, amén de obra artística muy útil de apreciar por los jóvenes espectadores.

Ellos tienen aquí, de forma entretenida, empática, sin panfletos ni didactismos (baza del material es no sobrepasarse en explicaciones ni subrayados, pese a tenerlos) a nuestra historia abierta en canal, como tan grande, bella, triste y aleccionadora ha sido. Tienen a sus héroes, tan humanos y naturales como lo son hoy estos mismos jóvenes.

Constituye el material que retransmite Cubavisión –dirigido en su primera temporada por Alberto Luberta Martínez, a partir del guion escrito entre él, Eduardo Vázquez Pérez y Yaíma Sotolongo de las Cuevas–, una serie de buen empaque formal y solvente factura, cuya temperatura narrativa, por momentos, enardece.

Sobresale, en tal sentido, su registro del bestial asesinato del alfabetizador Conrado Benítez, en el mismo piloto o episodio inicial.

El infortunio postrero del campesino Eleodoro Rodríguez y, sobre todo, del maestro voluntario tras la mutilación genital recibida como testimonio del odio (también del temor) más inatajable, son definidos en La otra guerra a través de la solución argumental y visual indicadas para reproducir el hecho histórico desde un prisma de verosimilitud.

Debe destacarse de la serie cubana su rigor fáctico y contextual, el apego a la absoluta verdad de guiones donde el sentido de la espectacularidad nunca supera a la vocación de mostrar lo fidedigno. La mano en la escritura del historiador Eduardo Vázquez Pérez (Duaba, la odisea del honor) incide de forma determinante en ello, al aportar exactitud a un guion para cuya ejecutoria se involucraron, asimismo, otros expertos e instituciones nacionales, a medro del relato.

Bajo el obvio entendido de que no se trata de un producto cinematográfico de alto coste fabricado por la industria hegemónica, la serie (cuya segunda temporada dirigieron Roly Peña y Miguel Sosa, también con el guion de Vázquez Pérez) no se abstiene, sin embargo, de apuntar hacia la ortografía epopéyica y la sintaxis épica.

Sus combates, bien filmados, son como los de antes: sin el gélido apoyo computacional del género hoy día dentro de la pantalla comercial; con actores de carne y hueso. Tales lances bélicos están provistos en la serie del –ya en la actualidad casi olvidado–, hálito emotivo que solía acompañar a historias tales desde los tiempos de Cecil B. DeMille.

Visitas: 84

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *