El velado encanto de un pintor: Camilo Salaya de Toro (Parte IV, final)

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En el cielo raso del coliseo mayor, Camilo Salaya dibuja la escena de los genios coronando la estatua de Tomás Terry; cerca, dos formas trapezoidales con figuras de niños personificando La Poesía y La  Música. Las alegorías de la industria y el comercio se hallan situadas en los espacios de la pared principal y sobre los arcos delaspuertas deacceso,con elementos de estilo pompeyano y remates de linaje egipcio, se aprecian tres octógonos con los atributos de las artes. En el espacio subsecuente asoman La Gloria y La Fama sosteniendo una lira; sustituidas en 1965 por una enorme máscara, motivos musicales (cascabeles, flautas, platillos, panderetas) y tres T: Teatro Tomás Terry. Las pinturas de la decoración son entelequias de Juan Roldán.

En la obra de Salaya se perciben los flujos del pintor español Juan Valdés Leal, otro decorador nato a quien agradaban las grandes superficies con un trozo de vida exaltada, visiones insospechadas y figuras  poéticas. El artista domina el espacio arquitectónico con atinadas perspectivas y el caos defiguras afectadas por el orden: musas, ángeles, cuerpos desnudos y arropados, de pie, sentados, ingrávidos, volando, asumiendo los más sorprendentes escorzos, aunque yerra en la proporción de los rostros. A este placer por el movimiento y la pompa le secundan los contrastes bruscos y el registro de brillante colorido. El sentido de la belleza y el color en sus textos visuales alcanza a salvar las debilidades del conjunto.

Retrato de una joven y Retrato de Lorenzo Ro.

La humedad y otros factores ambientales laceraron las pinturas del azaroso filipino. Estos deterioros son los que indujeron al citado renuevo de la decoración artística emprendida por Torriente y Roldán entre 1963 y 1965; particularmente las paredes del vestíbulo y la pintura de plafón en el falso techo enmasillado de la platea, con un fondo ornamental a base de angelotes, motivos florales y cintas.

Luego de la velada de la noche del 9 de julio, Salaya, conmovido por los suceso del 17 de mayo de1890 en La Habana, a raíz del incendio ocurrido en la ferretería de los señores Isasi y Comp., que ocasiona numerosas víctimas y la muerte del joven cienfueguero y estudiante de medicina José Coll mientras ayudaba a los heridos, presenta un cuadro en el que figuran útiles y enseres de los bomberos, la marina y del cuerpo del Orden Público, acentuándose en la cúspide una esbelta figura de mujer y dos niñas, simbolizando a La Gloria, todo colmado de flores, distinguiéndose en el pedestal del grupo del centro un medallón negro con la siguiente inscripción en letras de oro: “Cienfuegos a los Mártires y Héroes del 17 de Mayo”.

Tras de sus labores en el coliseo del Terry la popularidad del artista crece. En 1887 comete numerosos encargos; entre ellos el óleo Retrato de una joven, que acaso revela un loable intento de realismo y alcanza a expresar la belleza de la modelo con la pose habitual del mentón sobre la mano derecha y un ramillete de flores sobre las rodillas. Los rigores del pintor académico se traslucen en el modo peculiar de mostrar la delicadeza, el gracejo de la mujer, el detalle del vestuario y el ramo de rosas. Del mismo modo, constata el buen uso del color, esplendente como es su gusto, y su capacidad para esbozar el estado interior de la modelo.

Imágenes de la decoración del Casino Español hecha por Camilo Salaya.

Por esa época también concibe un retrato del joven Lorenzo Roo, bisabuelo del Dr. Rigoberto Flores, y presidente del Círculo de Artesanos de Cienfuegos. El retrato elocuencia, como es habitual, la corrección anatómica y cromática. Otras encomiendas suyas afianzan esta popularidad, como el lienzo intitulado Perro, recio dibujo de un terranova pintado en calidad de medallón, que obsequia a una entidad habanera, o Cabeza de Jabalí, otro coqueteo con el gusto limitado de la época, tan inclinada a la figuración de estos animales salvajes.

Confiado en que su obra gusta al público sureño, Salaya inaugura una academia particular. Son discípulos suyos el inagotable José Cándido Andreu, Inés Roigy Miguel Lamoglia, entre otros. Más, su segundo contrato significativo aún no habrá de producirse hasta el año 1894, en que asume la decoración del Casino Español.

Tras concluirse el nuevo Casino Español en 1894 la Junta Directiva contrata al pintor filipino para decorar su principal salón, en el segundo piso. El artista, haciendo uso de su imaginería, concibe diez piezas perfectamente engranadas con motivos bucólicos, en el que entremezcla lo simbólico del “Terry” con los signos pastoriles del Palacio de la Noceda. Las escenas se hallan colocadas en formatos y dimensiones varias, procurando el espíritu de las tradiciones españolas, incluyendo su emblema principal: el escudo, que se sitúa al extremo-centro-derecho del panel.

En torno a las figuras principales, ubicadas al centro, se localizan motivos florales y efigies de angelitos o cupidos inmersos en la majestad de la naturaleza. Las formas gráciles y el colorido esplendente signaba estas recreaciones que procuran el agrado de los peninsulares, sin ningún tipo de complejidad narrativa o visual. Una escena tiene un encanto particular, no solo porque supera en rigor técnico a sus predecesoras, sino por la frescura de su cuadro narrativo. Se trata del momento de descanso de las cosechadoras, que toman un tiempo para dialogar, compartir el agua luego de una labor extenuante o sencillamente avisar a la convecina que es el espacio para ingerir algún alimento antes de volver al trabajo.

Llama la atención que en el epicentro del relato se halla la mujer; aunque pudiera pensarse que nadie trasluce como ella el pulso y la belleza de la existencia. Salaya demuestra como nunca la sensibilidad que posee para alcanzar una alta temperatura cromática, la precisión de los matices y la armonía del colorido, un tanto subido de tono (como es habitual en el arte neoclasicista) para nuestro gusto. Lamentable que futuras restauraciones (se habla de Lamoglia y Frank Iraola, indistintamente) a inicios del siglo XX y en la década de 1980 hallan nublado la línea del filipino. Cuando comparamos estas pinturas con las anteriores del artista salta a la vista que mantiene, como hemos afirmado, la saturación del color, el contraste cromático y la riqueza lumínica; pero no está presente su habitual pincelada gruesa, en relieve. Probablemente, estas restauraciones no tuvieron en cuenta la textura característica del pintor.

La otra entelequia, ubicada a su vera, supone un giro en el contexto del panel. La escena, que nos recuerda la urdimbre simbólica del falso techo del coliseo mayor, revela una estructura dinámica, en la que una musa pone orden a los inquietos querubines, mientras otra, suerte de sirena en reposo, señala a su izquierda el camino de un avecilla. El movimiento y el color lo dominan todo,acentuando el entorno etéreo que alienta el jolgorio visual.

La ornamentación del Casino Español fue la última gran obra consumada por Salaya de Toro en Cuba; justamente, en los días en que se constata el carácter irreconciliable de las relaciones entre los cubanos y la metrópoli.

Una escena campestre en el falso techo del Casino Español.

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Jorge Luis Urra Maqueira

Crítico de arte. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Un Comentario en “El velado encanto de un pintor: Camilo Salaya de Toro (Parte IV, final)

  • el 24 noviembre, 2022 a las 7:23 pm
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    Jorge Luis, me llamo Llilian Llanes, acabo de leer tus artículos sobre Salaya que me parecen extraordinarios. los quiero citar en el cuarto tomo de mi serie Del arte en Cuba que estoy terminando. Confieso mi ignorancia, no sabía de este artista y te estoy profundamente agradecida por dar a conocer su obra. Mi correo es llilianllanes1@gmail.com
    Si vienes por La Habana búscame para darte los tres tomos Del arte en Cuba que publiqué recientemente.
    Saludos, y mi admiración,
    LLilian

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