El tren bala de Perú y la limosna abundante
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Cuando el pasado 14 de noviembre se inauguró el mega puerto de Chancay, con la cooperación de China, al Departamento de Estado yanqui y sus grandes medios de difusión monroistas en Suramérica se le crisparon los nervios, la lengua y el bolígrafo. Después de escuchar al presidente Xi Jinping durante su inauguración: “Estamos viendo el nacimiento de un nuevo corredor marítimo entre Asia y América Latina”, la maquinaria de desinformación vio que ya la “amenaza” China nos estaba invadiendo y eso es inadmisible en su doctrina de América solo para los “norteamericanos”, por lo que la desfachatez china no podía quedar sin una respuesta al estilo yanqui, acudiendo al discurso anti chino y a inversiones dudosas.
Mientras, los expertos consideran que la inauguración del puerto en la costa del Pacifico en Perú convertirá a este país en una potencia a nivel comercial, debido a que será el primer centro logístico del pacifico sudamericano. Además, varios países del Cono Sur, lo valoran como el “puerto de Sudamérica”. Para la mediterránea Bolivia, es una nueva puerta para el comercio exterior y Chile lo percibe como una alternativa competitiva a los tradicionales puertos de Arica y Antofagasta. Sin embargo, estas esperanzas, chocan con el delirio de la Doctrina del Destino Manifiesto yanqui, que reconoce su “derecho a expandir su territorio, llevando democracia y sus valores”.
Para alertarnos de ello se encargaron los voceros del imperio bautizándolo como “amenaza a la seguridad nacional de EEUU”, con el acompañamiento de la prensa latinoamericana que vociferan, bajo la batuta imperial, sobre “el peligro de la expansión china en Latinoamérica” o tratan de descalificar la inversión, anunciando que “no todo es celebración en Chancay, pues la inauguración del mega puerto se contrapone a la realidad social de la ciudad” o que “las poblaciones de los países que han recibido ayuda china tienen en general una peor opinión de China”.
A este discurso sinofobo (sentimiento contra China, su gente, la cultura china o la diáspora china en el extranjero) se une el resto de la prensa del Occidente colectivo, gritando a los cuatro vientos desde Europa que, Perú será un objetivo en la “guerra mundial entre China y Estados Unidos” o poniendo un tono esperanzador al mundo unipolar pues, en el próximo período de mandato del recién electo presidente estadounidense “nos salvaremos” de los chinos. Argumentan que “la ausencia de Latinoamérica de la agenda presidencial durante el mandato anterior de Donald Trump pudiera cambiar con el posible nombramiento de Marco Rubio como Secretario de Estado, porque es un especialista en la región”.
Acompañando este discurso, otra respuesta se acaba de materializar a través de la aprobación de una mega inversión, por parte del “buen vecino” norteño que no renuncia a su tentativa de unificar el hemisferio occidental bajo la hegemonía de Washington. La “dadivosa” inversión se ejecutará en el tren bala de Lima a Chosica, también en Perú. Por supuesto que lo hacen, convencidos de que los que habitamos desde el Río Bravo hasta la Patagonia, estamos en su “patio trasero”, el que solo ellos pueden tocar y no debemos sonrojarnos. Para convencernos de ello, se encarga también la misma prensa hegemónica que descalifica la inversión china, a través de titulares con tonos de agradecimiento: Embajada de EE.UU reveló millonario monto que se ahorrará el gobierno peruano gracias a la donación, dice uno; El beneficio millonario que tienen los trenes donados de Estados Unidos a Lima, aclama el otro; conoce el impresionante interior de los vagones donados por Estados Unidos que llegarán a Perú en cuatro meses, glorifica el otro.
Sin embargo, estos mismos medios obvian en su información las denuncias de expertos sobre la nueva línea férrea, “disfraza como donación el pago de 24,5 millones de dólares por la antigua y contaminante flota de vagones y locomotoras fabricados entre 1985 y 2000, los que la propia empresa estadounidense Península Corridor Joint Power Board-Caltrain dio de baja”. O que, para el “magnánimo proyecto yanqui” se requieren cuatro años para desmontar en Sonora y San José en California, las 19 locomotoras y 90 vagones y luego ser trasladados a Perú. Pero, más allá de sus titulares y análisis, ocultan el lado oscuro de los apetitos del gigante de las siete leguas y de lavar su cara enlodada por más de 200 años de intervencionismo en la región, ante el avance de un mundo multipolar que ya llegó a las costas de Nuestra América.
El doble rasero en la desinformación es evidente, anunciando el arrebato de buena voluntad, lo que todos saben representa una limosna desproporcionada, costosa y con interésese; por lo que hasta el santo desconfía.
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