EE.UU., una historia de rapiña territorial cuya única contención es la resistencia y lucha de los pueblos
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En el 2018 se cumplieron 170 años de que México fuese devorado por Estados Unidos. En medio de la guerra de agresión del todavía muy joven imperio a la nación vecina, los latinoamericanos –invadidos y sus ciudades tomadas por el ejército contrario–, se vieron conminados a firmar un vergonzoso tratado a través del cual, literalmente, la potencia del norte se tragó al país del sur.
Es ese mismo país que ahora humillan mediante la política masiva de deportaciones, las tropas en la frontera y hasta el designio de nuevas denominaciones geográficas, ya santificadas por Google, al servicio total de la Casa Blanca, como todas las plataformas de Meta (Facebook e Instagram a la cabeza) y Twitter.
El documento rubricado en 1848 obligó a México a entregar a la nación atacante más de la mitad de su territorio. El orden imperialista asentado en Washington le arrebataría cerca del 55 por ciento de su superficie nacional, o sea, 2 millones 318 mil kilómetros cuadrados: cuanto en la actualidad conforman los estados de Nuevo México, California, Nevada, Arizona y Utah; además de algunas zonas de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma.
A Texas se la habían anexado desde 1845.
Tan extraordinaria área llegó a parecerles poco, pues la intención real de los estadounidenses era adueñarse de México en su totalidad, recuerda Howard Zinn en su imprescindible libro La otra historia de los Estados Unidos, publicado por las editoriales cubanas, disponible además en pdf en internet y que este periodista recomienda encarecidamente a los lectores.
El desangramiento de México, firmado con la pistola en la boca a través del Tratado Guadalupe–Hidalgo, le robó a la nación superficies de vastos recursos naturales y extraordinarias fuentes de riquezas, que permitieron el fortalecimiento económico de los Estados Unidos, un país cuyo poderío actual en ese orden se basa esencialmente en su historia de saqueo de los recursos de otras naciones; no en la cualidad presuntamente superior de su sistema.

Para ejemplificar lo anterior valgan los siguientes elementos históricos: casi la totalidad del petróleo que permitió la conversión de Estados Unidos en una potencia industrial en la pasada centuria estaba localizada en áreas terrestres o marítimas pertenecientes a México.
Solo durante la primera década después de la usurpación, el oro extraído de minas del oeste del territorio robado a México fue superior a todo el sacado en el planeta a lo largo de siglo y medio.
En realidad, la expansión territorial de Estados Unidos, como documentan todos los libros de Historia del mundo, a excepción de los entregados a los estudiantes norteamericanos en sus escuelas (materiales llenos de omisiones y falsedades, solo interesados en patentizar su “excepcionalidad”, el “Destino Manifiesto” y sentar desde la infancia el condicionamiento ideológico para que los ciudadanos de ese país aprueben las guerras de conquista de sus administraciones), se había iniciado antes de la usurpación macabra a México.
El general Andrew Jackson –figura sacrílega para la nación originaria indígena de Estados Unidos, por todo el daño genocida que le causó–, invadió Florida, territorio entonces español, en 1817.
No mediarían ni cuatro años para que el rey Fernando VII se la vendiera al presidente Monroe, en franca violación de lo estipulado en las respectivas constituciones de ambas naciones.
A inicios de siglo, para 1803, ya se habían hecho de la Louisiana Francesa, de más de un millón de kilómetros cuadrados. Así, expandían sus fronteras hasta las Montañas Rocosas y la frontera de Texas.
El ansia expansionista, nunca interrumpida, se incrementa hoy día. El objetivo geoestratégico ahora pasa a tener dominio total del Medio Oriente y estar a las puertas de Rusia, que es –junto a China– el gran rival a derrotar.
América Latina, su “patio trasero”, de acuerdo con los postulados de la Doctrina Monroe, es otra área de influencia por cuya dominación pugnan. La región, dividida entre gobiernos lacayos de Washington, con la marioneta Milei a la cabeza, otros de izquierda y algunos centristas, ha dado muestras de resistencia y dignidad en los primeros días del nuevo mandato de Donald Trump.
La carta del mandatario colombiano Gustavo Petro a este, un documento histórico que todos los latinoamericanos debían atesorar, asegura que “nuestros pueblos son algo temerosos, algo tímidos, son ingenuos y amables, amantes, pero sabrán ganar el canal de Panamá, que ustedes nos quitaron con violencia. Doscientos héroes de toda Latinoamérica yacen en Bocas del Toro, actual Panamá, antes Colombia, que ustedes asesinaron.
“Yo levanto una bandera y como dijera Gaitán, así quede solo, seguirá enarbolada con la dignidad latinoamericana que es la dignidad de América, que su bisabuelo no conoció, y el mío sí, señor presidente inmigrante en los EE.UU”.
Contra nuestro país –cuyo ciclo de liberación interrumpieron en 1898, mantuvieron en calidad de neocolonia durante 60 años y luego han sometido a otras seis décadas de cruento bloqueo–, se intensifica la campaña en diversos frentes. Y sobrevendrán momentos difíciles, muy difíciles, a lo largo de estos cuatro años.
No podrán doblegarnos, como nunca, mediante la asfixia económica y la fragmentación de nuestro pueblo, pero inventarán cinco, decenas, centenares de pretextos para intensificar el cerco. Son los maestros del engaño a través de la historia, y Cuba lo sabe bien desde la auto voladura del acorazado Maine: engaño empleado para armar conflictos y alcanzar por la vía militar lo que no pudieron por otros métodos.
Cuba tiene claridad total de eso. Se prepara para la paz y cada vez más lo hará para la guerra.
Solo la lucha por la supervivencia y la resistencia de los pueblos a la soberbia, el atropello y el intento irracional de dominación de Washington impedirá la anexión total del planeta por la superpotencia. Quien todavía no lo tenga claro ya no lo tendrá jamás.
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Excelente. Una mirada crítica a la idea imperial de ser los amos del mundo. Hoy en el evento por el Equilibrio del Mundo, una muchacha de Palestina demostró que solo enfrentándolos de frente y sin arrodillarse, podemos vencer. No hay otra opción.