Fotorreportaje: Con la esperanza en el anzuelo
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El emblemático Muelle Real, que durante muchos años sirvió como embarcadero para la floreciente economía cienfueguera, y que también fue el punto de partida hacia destinos como Castillo de Jagua, Pasacaballos, Rancho Club, Cayo Carenas y La Milpa, hoy se ha convertido en un lugar de sano esparcimiento para las personas amantes de la tranquilidad. Ahí recibes en el rostro la brisa del mar y disfrutas de los más bellos atardeceres en la Perla del Sur.
Quienes lo visitan tampoco pueden pasar por alto a los pescadores, ubicados al final de la estructura, y ya parte indisoluble del paisaje. Muchas son las razones que llevan a estos hombres a entregarse a tal actividad: unos lo hacen para ganarse la vida; otros para reforzar la alimentación en el hogar; y hay quienes solo buscan liberar el estrés.
Las historias que cuentan tienen un inconfundible toque de realismo mágico. Si te sientas a su lado, te hablarán de la ocasión en que se les escapó un pez nunca antes visto cuando casi lo tenían dominado, todo por culpa de un cordel que no resistió. O de esa vez en la que uno sacó un farol encendido de debajo del agua. Y cómo olvidar aquella noche sin luna en la cual un tiburón ballena de proporciones bíblicas casi les hunde la modesta embarcación.

Componen el grupo personajes como “Habana, el de los sábalos”; Luis Alberto, el más joven y quien nunca puede a capturar a la jiguagua gigante que tanto desea; René “Picúa”, que solo viene a coger pataos como cebo para las barracudas; y “Machito” y Lázaro, quienes no le “tiran” a los peces grandes y sin embargo son los de mejor fortuna. Junto a ellos también está el octogenario Leonel, que viene en bicicleta desde la Avenida 5 de Septiembre a pasar un rato lanzando su cordel al agua, con la esperanza siempre puesta en el anzuelo.
Al caer la tarde, el Muelle Real se tiñe de tonos dorados y anaranjados. Es en este momento cuando sale a relucir la verdadera esencia de tan singular familia. No son solo pescadores; son guardianes de historias, de tradiciones y de una forma de vida que se resiste a desaparecer.
- Leonel, un anciano de 82 años que llega en busca de alimento para sus gatos.
- René “Picúa”, el de los pataos.
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Qué bueno saber de esas personas que aman esa afición y que Dorado está ilustrando esos momentos. Muy buena la idea de los fotorreportajes. Saludos!!
Enhorabuena por la existencia de estas personas maravillosas. Sabios de tradiciones que se le han escapado al tiempo.