Cienfuegos iluminó a Fidel
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María Covadonga Llano González, la asturiana de Punta Gorda, observaba en silencio, desde el portal de su emblemático establecimiento, a altas horas de la noche —del histórico 30 de noviembre de 2016—, entre sorprendida y muy triste, el paso del iluminado en verdeolivo, sobre un armón acristalado, lleno de transparencia y color.
Capaz de permitirle desde la distancia levantar su mano y cuadrar su gruesa figura, para saludar al soldado eterno con grados de Comandante, al héroe de mil batallas, que un 7 de enero de 1959, degustó sus preparaciones identitarias, convertidas, con el paso del tiempo, en las emblemáticas del famoso restaurante.
Sus vecinos coreaban sin cesar junto a todo un pueblo, el grito firme: “Yo soy Fidel”, ella los contemplaba orgullosa, sabiendo que la obra de su amigo caló en su pueblo, 57 años después de aquel suceso. Él, esta vez, regresó invicto, arropado en azul, blanco y rojo; pero sin los compañeros de aquel entonces. Vino rodeado de pueblo verdeolivo como su uniforme, el sencillo uniforme de las charreteras de Comandante.
El hombre que se hermanó con la historia, a medida que fue creciendo su figura, a través de una vida apasionante y severa, llena de luces con reencuentros, dentro de un siglo XX extraordinario, aquel de las grandes utopías, de las grandes ideologías, de las grandes ambiciones, sobre un siglo en el que se pudo creer y hacer un mundo mejor, sin equivocarnos, por momentos, junto al hombre que no pudo traernos el paraíso, pero sus sueños, sus enormes sueños los hizo terrenales.
María Teresa Llano González —joven nacida en un pequeño pueblo de Asturias, nombrado Arriondas—, decidió sin miramientos y lágrimas, lanzarse a la mar junto a muchos de sus coterráneos, a principios del siglo XX, rumbo a la Perla de las Antillas; nunca sabremos si empujada por la pobreza, o por el deseo de librarse —en el caso de España— de la guerra o la represión, o por el convencimiento de querer dar comienzo a una nueva vida llena de expectativas, enriquecimiento y ascenso social.
Cienfuegos la acogió como una hija más, pues por aquel entonces era sitio del obligado arribo de inmigrantes de muchas partes del mundo, aportando en poco tiempo, con su esfuerzo y el de muchos otros, que su nueva “casa”, con el pasar de los años, la convirtieran en una próspera ciudad cosmopolita.
Aquella noche del 30 noviembre, regresó Fidel a encontrarse con María Covadonga. Cienfuegos, como en la madrugada del 7 de enero de 1959 también estaba en ebullición. El invicto Comandante volvía a presidir la Caravana pero esta vez para hacerse eterno. Recorría la arteria principal de nuestra ciudad, sin sombras, eran sus ángeles guardianes, inundados de luz por la estrella solitaria, guía fiel durante una noche de muchas luces, transitando juntos a la historia contada, a caballo, por el iluminado, quien nos abrazaba, después de vencer con creces el llamado a ser un destino —un 13 de agosto de 1926— para iniciar desde La Habana hasta Santiago, su fuerte paso, rodeado de lágrimas que dejarán huellas, sobre una espléndida e inmensa piedra rebelde, dura como la Sierra redentora, la misma Sierra que lo hizo gigante con una estrella de Comandante.
*El autor es MSc Históricas y colaborador del periódico 5 de Septiembre.
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