Cienfuegos 1905: La Habana Chiquita

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El proceso que iba a desencadenar la primera guerrita civil cubana, la de agosto de 1906, ya estaba en marcha desde el año anterior, cuando entraron en pugna la posición reeleccionista del presidente Tomás Estrada Palma y el grupo liderado por el general José Miguel Gómez, aspirante a la sucesión.

Los “estradistas” nucleaban sus fuerzas en las filas del Partido Moderado —luego Conservador— y los “miguelistas” lograron la fusión del Republicano y el Nacional Cubano, razón por la cual eran identificados como fusionistas. Aquella mezcla después iba a ser reconocida como Partido Liberal.

Fricciones entre ambos bandos abonaban a diario los cintillos de prensa en la capital de la República, y en segunda instancia se reproducían en Cienfuegos, considerada por muchos gacetilleros del momento como “La Habana Chiquita”.

Al rojo vivo, aunque la frase acuse el cansancio del sobreuso, estaba la situación en esta ciudad sureña en pleno mes de septiembre de 1905, y más cuando para el día 23 el calendario político señalaba las elecciones de las mesas electorales encargadas de los comicios presidenciales que iban a tener lugar el 1 de diciembre.

Disturbios en Cruces y en la propia Perla del Sur anunciaban un calentamiento, por entonces sin implicaciones ecológicas, de la atmósfera comarcal. A falta de radio aún, el rumor callejero hablaba de un intento de asesinato al representante oposicionista Agustín Cruz, y hasta la cabeza presidenciable del general José Miguel corría peligro sobre sus hombros entorchados.

José Miguel Gómez.

A nivel local dos figuras polarizaban el conflicto conservador-liberal que iba a terminar por servir en bandeja de plata las razones a los gringos para su segunda intervención militar en la Isla, la del trienio 1906-1909. El senador José Antonio Frías, abogado y controvertidísimo personaje que a más de un siglo de distancia clama por la atención de la historiografía cienfueguera, ejercía el liderazgo indiscutible de la facción gubernamental. En la trinchera liberal brillaba, apenas a sus 30 años, un coronel de la guerra de Martí: Enrique Villuendas de la Torre.

Habanero de cuna, pero guerrero en territorio villareño, aquel hijo de un general del Cuerpo de Sanidad Militar del ejército español decidió hacer política en el mismo terreno de sus campañas bélicas. Su hoja de servicios registró el grado de coronel a los 21 años y la jefatura del Regimiento Castillo, subordinado al general José Miguel, en cuyo entorno permaneció llegado el momento de la paz. La Asamblea Constituyente de 1901 lo tuvo como el más joven de sus ponentes, y luego ganó un curul en la primera Cámara de Representantes. Orador de fibra, agradable presencia física y simpatía a raudales, completaban el aura del guerrero reconvertido en tribuno.

Por encargo de Gómez, su mentor político y padre espiritual, estableció en Cienfuegos la base de operaciones destinada a la contienda electoral del invierno de 1905. Para ser más exactos, alquiló la habitación número uno en la segunda planta del hotel La Suiza, en el número 103 de la calle San Carlos, a escasa media cuadra del que a partir de ese sería identificado como parque Martí. La hospedería, muy lejos del standing cosmopolita del hotel Unión, era propiedad del pardo Nicolás Sánchez, sin instrucción. Desde aquel puesto de mando realizaba constantes expediciones proselitistas a los pueblos de la llanura cienfueguera, que alcanzaban también a Trinidad. Unas veces acompañaba al jefe nacional del liberalismo, otras al segundo hombre del partido, Alfredo “El Chino” Zayas, y las más él era la figura descollante.

A la puerta de aquella habitación Enrique Villuendas recibió un disparo mortal alrededor de las once de la mañana del 22 de septiembre de 1905. En la propia refriega murió también el comandante Miguel Ángel Illance, jefe de la policía de Cienfuegos. El suceso, al que ya aludió esta columna la semana anterior, y de manera tangencial, aceleró la fase de luchas fratricidas previas a la Guerrita de Agosto de 1906, tristemente célebre por el asesinato a sangre fría en el poblado habanero de Arroyo Arenas del anciano Quintín Banderas, general de tres guerras y el único cubano que había luchado por cinco constituciones.

Las versiones sobre las dos muertes de La Suiza resultaron tan parciales como las fuentes periodísticas que las reflejaron en sus páginas: La Lucha, vocero de la oposición miguelista, y La Discusión, una especie de órgano oficial de Palacio Presidencial. Quizás El Mundo logró un acercamiento a la verdad desde una posición más equidistante. Sabido es cuán sinuosa puede ser la línea divisoria entre objetividad-subjetividad. Al menos en cuestiones de fabricar noticias.

Por desgracia no existen, al menos en Cienfuegos, las colecciones correspondientes a los primeros años de los jóvenes diarios locales de entonces, La Correspondencia (fundado en 1898) y El Comercio (1902).

En tales circunstancias armar el relato de la tragedia de La Suiza guarda cierta semejanza con una partida Lasker-Capablanca o Karpov-Kasparov por el campeonato mundial de ajedrez. Si no, con organizar las caras del ya casi olvidado cubo de Rubick.

Con las de Villuendas e Illance, el periodista Manuel Cuéllar Vizcaíno encabezó la relación de una docena de muertes famosas en Cuba que le dio título a un texto publicado a mediados del siglo pasado. La próxima semana esta columna dará cabida a su narración de los hechos.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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