Un “abuelo” de internet en Cienfuegos (II)

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Hubo una vez hace 147 años un “cable inglés” que irrumpió al interior de la bahía de Jagua para permanecer por un siglo entre los cienfuegueros. El 26 de abril de 1875 se concretaba, al fin, el anhelado enlace del cable telegráfico submarino con la joven urbe, que la compañía británica Cuba Submarine Telegraph Ltd había tendido desde 1870 entre La Habana, Batabanó y Santiago de Cuba. Las pugnas legales entre el gobierno colonial y la empresa británica habían retrasado este importante suceso: los ibéricos no querían otorgar demasiadas libertades y los anglosajones buscaban, a toda costa, expandir su base de operaciones.

Ciertamente, las proporciones de la empresa británica eran modestas y solo podría aumentar beneficios, incorporando rápidamente al tráfico los puntos que, como Cienfuegos, serían capaces de generar un volumen considerable de mensajes en virtud de su intenso ajetreo económico y comercial. Una vez establecidos en la villa sureña, comenzaron a levantar la infraestructura necesaria para el correcto funcionamiento de la estación telegráfica.

Para el inicio de las operaciones en Cienfuegos, la Cuba Submarine había logrado que las autoridades coloniales accedieran a duplicar los cables que amarraban en el litoral perlasureño. En esta autorización poco usual, influyó un grave percance técnico: una rotura había provocado la interrupción de las comunicaciones cablegráficas por el sur de la Isla durante más de un semestre en 1874, provocando, desde luego, sensibles perjuicios a la compañía británica y a las empresas vecinas. La coyuntura referida benefició el funcionamiento de la nueva estación telegráfica cienfueguera que surgía en 1875 disponiendo de dos cables en el tramo Cienfuegos-Santiago de Cuba. Ello le otorgaría la posibilidad de maximizar beneficios por el incremento del tráfico, al tiempo que, en caso de rotura de una de las líneas, podrían continuar la comunicación y compensar potenciales pérdidas.

De la estación aledaña al faro de Villanueva, situado en Punta los Colorados, la instalación telegráfica continuaba por tierra hasta el lugar conocido como Sitio Terry, en la bahía de Jagua. A partir de ahí, permanecía el cable sumergido hasta la estación intermedia ubicada en la ensenada de Las Calabazas; en este punto se empalmaba a la red que por vía aérea llegaba a la estación-oficina del cable, situada inicialmente en la propia Plaza de Armas, muy cercana al ayuntamiento. Hacia la década de 1890, el emplazamiento de la estación-oficina del cable en Cienfuegos se ubicó en la intersección de las calles Santa Clara y Santa Isabel. Allí se mantuvo hasta el fin de sus operaciones en la ciudad.

Recibo de cablegrama de la Cuba Submarine (1913).

La infraestructura emplazada por la Cuba Submarine en Cienfuegos se completó en la década de 1880 con una casa- almacén destinada a acopiar varias millas de cable concebidas como repuesto. El inmueble contaría a partir de 1892 con un muelle y otros dispositivos complementarios para que los barcos cableros pudieran atracar con el propósito de introducir o sacar los cables. Inicialmente, se pensó situar las instalaciones en Punta Cotica, pero luego se decidió su traslado a un punto cercano a la península de la Majagua, por ser más favorable para las labores de mantenimiento. Así las cosas, la casa-almacén y el muelle se asentaron en la barriada de Reina[1] y ahí estuvieron también hasta 1975, cuando la compañía concluyó sus operaciones en Cuba.

Las tarifas establecidas durante los primeros años para la explotación comercial del cable eran muy altas para la época: se trataba de una nueva tecnología con una inversión inicial muy costosa. El precio inicial puesto en vigor durante la década de 1870 exclusivamente para mensajes entre La Habana y Santiago imponía el pago de 2.50 pesos oro por las primeras diez palabras y luego 0.25 por cada palabra adicional. En el caso de Cienfuegos, los litigios ya referidos entre el gobierno colonial y la compañía, añadieron una sobretasa equivalente a dos pesetas españolas por cada 20 palabras, encareciendo aún más los precios establecidos. Las tarifas de los mensajes internacionales resultaban, desde luego, mucho más altas y dependían del lugar a donde se dirigían los cablegramas y la vía que se utilizaba para enviarlos.

El logo de la Cuba Submarine durante el siglo XX. Al centro, el mapa con los cables tendidos por la costa sur de la Isla.

Como debe suponerse, los beneficios por la utilización de los servicios del “cable inglés”, estuvieron por un buen tiempo solo al alcance de la élite económica cienfueguera y de los funcionarios del aparato político-administrativo colonial. En el caso de estos últimos, el envío de sus mensajes era obligatorio para la compañía y gozaban de prioridad frente a los telegramas particulares; pagando, además, solo la mitad del precio de estos. Las altas tarifas del moderno servicio de comunicación tampoco escapaban entonces del “látigo popular”. Un ejemplo claro de ello lo constituye el siguiente chiste que en 1883 satiriza las tarifas impuestas a los cablegramas:

“Sí. — Desde Barcelona le preguntaron por el cable a un amigo mío residente en esta Isla que, si había muerto un pariente que estaba enfermo y mi amigo contestó con un sí redondo, por cuya sílaba le cobraron once pesos oro. Y quieren los enamorados que las damas les den el sí gratis ¡Qué bobos!”[2]

De cualquier manera el negocio de los cablegramas era rentable. La intensa actividad económica y comercial de la plaza centro-sureña se reflejó de inmediato tanto en el tráfico telegráfico como en los ingresos de la compañía, que necesitaba recuperarse de las pérdidas ocurridas durante el primer semestre de 1874. El incremento en los ingresos tuvo, asimismo, un impacto positivo en el margen de utilidades alcanzado por la compañía entre octubre de 1874 y junio de 1877, que luego del semestre fatídico de 1874 llegó a lograr beneficios por encima de las 14 000 libras esterlinas en el período[3].

En el año 1895, apenas reiniciada la Guerra de Independencia, la Cuba Submarine recibe la concesión para tender nuevos cables al sur de la Isla. Resultaba raro que el gobierno español en este aspecto otorgara, en vez de limitar. Las razones son fáciles de comprender: las comunicaciones telegráficas españolas, sobre todo al oriente del país, eran frecuentemente cortadas por las tropas mambisas como parte de sus operaciones militares, de modo que precisaban asegurarse en tal sentido. Así que la empresa británica ofreció el servicio, y empleando a Cienfuegos como base de operaciones, tendió cables hacia los siguientes puntos: Casilda, Tunas de Zaza, Júcaro, Santa Cruz del Sur y Manzanillo, a cambio de una subvención de 2 mil libras esterlinas anuales durante quince años.

El personal de la Cuba Submarine en Cienfuegos, parece haber sido reducido durante toda la centuria, con los roles técnicos reservados al personal británico. Durante la etapa colonial, al menos, la oficina- estación contaba con un jefe y dos cablegrafistas. El resto de la nómina asociada a la oficina se completaba con personal cubano o español, pues se trataba de funciones que no implicaban una alta calificación: personal para mensajes, limpieza y otras ocupaciones menores, probablemente desempeñado por la misma persona. Algunos de estos hombres se asentaron en Cienfuegos por varios años, insertándose en la dinámica vida citadina. Tal es el caso del joven cablegrafista James Thomas Banning, quien se vinculó a la logia masónica Fernandina de Jagua durante la década de 1890.

El ingeniero de la compañía no radicaba en el territorio, pero constituía una pieza clave dentro del sistema. Su labor como supervisor de las líneas y la responsabilidad en el rápido restablecimiento de estas en caso de interrupción, descansaba en la destreza de los guarda-líneas. A ellos estaba asignada la tarea de ejecutar la sustitución de los cables en caso de rotura, bajo las condiciones que el tiempo impusiera. También fueron estos abnegados hombres, una vez establecida la casa-almacén, los encargados de custodiar y mantener en buenas condiciones el cable de repuesto. La familia Yáñez, que aún habita en Reina, tiene frescas en la memoria las historias de dos, o quizás tres generaciones de sus miembros, que ya durante el siglo XX trabajaron como guarda-líneas del “cable inglés“ en Cienfuegos.

Los hombres del “cable inglés” durante las primeras décadas del siglo XX. A la izquierda, el personal técnico junto al vicecónsul británico. A la derecha, los abnegados guarda-líneas de la familia Yáñez.

Es indudable que durante sus 100 años de “vida cienfueguera” el cable telegráfico submarino ofreció un significativo aporte para el progreso citadino y regional. Constituyó un auténtico heraldo de la modernidad, sobre todo en sus primeros 50 años, aunque no todo fuera miel sobre hojuelas en su tránsito por el centro-sur de la Isla. Pero de las “luces“ y “sombras” del “cable inglés”, nos ocuparemos en una próxima ocasión, si ustedes lo permiten.


[1] Concretamente en el otrora Paseo de Concha (Luego Paseo de Maceo) entre las calles Peinado y Acea.

[2] Periódico El Crepúsculo (Sta. Isabel de las Lajas) Cienfuegos,15 de julio de 1883 p.3

[3] The Journal of Telegraph. (New York ):Sept 1st, 1877.p25

* Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos Carlos Rafael Rodríguez. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC). Los datos aparecidos en este artículo son resultado de las investigaciones realizadas por el autor junto al Licenciado Jorge Luis Padrón Acosta, también profesor de la casa de altos estudios cienfueguera. 

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Vero Edilio Rodríguez Orrego

Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos ¨Carlos Rafael Rodríguez¨. Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC) y de la Sociedad Cubana de Historia de la Ciencia y la Tecnología.

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