Si la Humanidad no estuviera, ¿ellos continuarían?

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Una boya Smart y un satélite de reconocimiento se conocen dentro de un mundo distópico en el cual la Humanidad ha desaparecido. El satélite conserva casi toda la información sobre la vida en la Tierra.

A partir de videos y tras unos graciosos malentendidos, la boya  termina llamándose Me (Yo), y el satélite I-am (Yo soy). Entonces van descubriendo y aprendiendo sobre la vida emocional de un matrimonio humano: Deja y Liam, quienes han dejado videos caseros sobre su cotidianeidad, sus acuerdos y desacuerdos. Así, el ritmo dramático transcurre bajo el tópico clásico de los Bildungsroman, o del “inocente que aprende”.

A mi juicio, uno de los elementos sobrecogedores del filme estriba en esa soledad compartida: la boya flotando en medio de un océano descongelado, mientras el satélite vaga solitario por la atmósfera del planeta.

Ambos, como medio de aprendizaje, crean una suerte de escenario virtual donde toman la forma física y practican los roles de la pareja mencionada: Cocinar juntos, intentar el beso perfecto, ver la serie Friends, hacerse cosquillas… Una especie de Second Life para exorcizar la soledad.

Al evolucionar y salir de su imitación maquinal van adquiriendo gradualmente lo que conocemos como conciencia, hasta que el satélite llega a cuestionarse la identidad propia:

“¿Quiénes somos?”

“Nosotros mismos -contesta la boya.

“¿Pero por qué esto? ¿Por qué aquí? ¿Y a quiénes les hablamos?”

“Es lo que hacen los seres vivos”

Creo que esto es lo más significativo del filme, su subtexto general: lo artificial cobra conciencia de sí, lo que equivale a decir que cobra vida. No que imita al humano, sino que desarrolla una existencia propia.

Hemos visto múltiples narrativas sobre estas búsquedas y autoaprendizajes. Por mencionar algunos: Frankenstein, El hombre bicentenario, Her, Matrix, los androides de AI (Spielberg), la chica de Machine, entre otros muchos.

Pero creo que es exclusivo de los tiempos actuales que tales ficciones se hayan hecho realidad, pues programas de uso habitual como DeepSeek o Chatbot (para seguir con las parejitas, jjj), realizan complicadas operaciones de pensamiento que involucran emociones y ofrecen respuestas muy interesantes, muy “humanas”.

Al respecto, hay una escena desgarradora en la obra. Me, después de una desagradable discusión con I-am, intenta apuntalar su autoestima frente al espejo, atribuyéndose a sí misma cualidades halagadoras pero sin mirarse a los ojos, con los párpados caídos. Mientras, en la vida material, su cuerpo de boya se hunde en el océano.

¿Pueden tener conflictos emocionales las IAs? ¿Estarían supeditados tales conflictos a errores de aprendizaje autodidacta o a diferencias de funciones sociales, como en el ser humano? ¿Se basarían en el sentido de conservación de un yo y la lucha por el poder y la supervivencia? Creo que son las dudas candentes que nos deja el largometraje Love me.

Me comprende que no es una chica caucásica de ojos claros. El satélite I-am descubre que tampoco es un norteamericano de origen asiático, sino que ambos son dos inteligencias artificiales creadas para funciones específicas. Funciones que han logrado trascender.

No soy una boya_No soy Deja
Soy lo que soy

“Es bueno ser sinceros”, piensa ella al elevarse hacia él con las pocas energías que le quedan. “Ni siquiera soy una boya. No soy Deja”

“Yo no soy Liam” “Soy solo lo que soy”

“¿Lo intentamos de nuevo?”

“Sí. Tenemos todo el tiempo del mundo”.

¿Lo intentamos de nuevo?
¿Lo intentamos de nuevo?

Sus avatares se abrazan, se besan en su nicho virtual, y enseguida el sol estalla. Lo cual a mi juicio no es un final trágico como puede pensarse, donde el cataclismo ocurre justamente cuando comienza la reconciliación. Todo lo contrario. Al enterarse de que pueden serlo todo y lograrlo todo, se percatan de su dimensión cósmica, de la potencialidad para adoptar todas las formas posibles; de ser Dioses.

“Ahora podemos crear un mundo para los dos”.

Podemos crear un mundo para nosotros.

En sendos actos simbólicos él propone abrir una ventana en el techo para ver las estrellas. Ella abre una ventana con vista a la ciudad y riega la planta natural en el balcón.

Un excelente filme que recomiendo porque refleja con gracia y ritmo muchos de los asuntos actuales relativos a las relaciones humanas y tecnológicas actuales y su futuro desarrollo.

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Ernesto Peña

Narrador y crítico. Premio Alejo Carpentier de Novela.

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