Recuerdos de un héroe agradecido
Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 31 segundos
Para el jueves 27 de septiembre de 1945 cuando él se asomó a la vida por el barrio parrandero de La Loma, en Caibarién, el santoral al dorso dedicaba la fecha a los santos jimaguas Damián y Cosme; y así mismo los esposos Manuel Guas y Carmen Paret bautizaron al menor de sus cuatro hijos, predestinado a ser un héroe. Con aulas y laboratorios por trinchera.
Por el puerto de la llamada Villa Blanca salían hacia el mercado estadounidense los sacos de azúcar producidos en aquella zona del norte de la provincia de Las Villas, pero como la dársena es de muy poco calado debían transportar el dulce cargamento en lanchas hasta el cercano Cayo Francés, donde esperaban las bodegas de los barcos gringos.
De ahí provenía el sustento que el lanchero Manuel llevaba a la mesa familiar. Pero el empleo duraba los tres meses que demoraba la zafra azucarera. “El resto del tiempo compraba fiado en las bodegas, mientras realizaba labores ocasionales como la chapea de un patio. Económicamente vivíamos muy apretados. La mayor parte del año vivíamos prestados”, rememora en voz muy baja el casi octogenario pedagogo.
Aquellas condiciones socioeconómicas marcarían en el futuro la acción y el pensamiento de un niño, que además se sentía sobreprotegido por sus padres. “Todo lo que soy como persona se lo debo a la Revolución. Mientras pueda servir y tenga capacidades, estoy comprometido con ella. Soy de los agradecidos de la canción”.
En lugar de enviarlo a una de las tres escuelas públicas ubicadas en la zona céntrica de la también llamada Villa de los Cangrejos, Manuel y Carmen decidieron que el benjamín aprendiera las primeras letras, y números, con una especie de tutora, cuyo nombre le han borrado de la memoria las neblinas del tiempo. “No sea abusador”, jaranea cuando inquiero por el detalle.
Luego de pasar tres o cuatro años en aquella modalidad educativa debería validar los saberes iniciales adquiridos en una escuela. “Me la está poniendo en China”, dice cuando le solicito el nombre del plantel. Pero, como si un rafagazo de luz viniera en su auxilio, lo recuerda y exclama: ¡Ya, Ricardo de la Torre!, creo que existe todavía”.
Allí rindió una especie de examen de admisión que determinó matriculara en el cuarto grado. Para ser el mejor alumno de su clase. “Fíjese si la preparación anterior fue buena que en ese mismo curso me gané el Beso de la Patria. Lo tengo guardado si quiere se lo enseño.
En quinto estuvo enfermo y no rindió igual, pero en sexto volvió a ser acreedor del premio por excelencia al que podía aspirar un niño cubano de la época. “Yo era un alumno no muy inteligente, pero sí aplicado, sistemático, con hábito de lectura”.
“Mi niñez fue un poco atípica porque mis madres tenían una concepción diferente de la vida. Salía poco, no me juntaba casi con los muchachos. La mayor parte del tiempo eras para estudiar, leer, hacer las tareas de la escuela”, retrata esa parte de su longeva existencia. En el verano de 1958 vence la enseñanza primaria, a la vez que un destino incierto se abría ante sus ojos.
En Caibarién se impartía enseñanza secundaria y preuniversitaria, pero en planteles privados. Inalcanzables para los bolsillos de la familia.
Ya para el curso 1959-60 en un local adaptado abre la primera Secundaria Básica de carácter público. “Mis padres dijeron vamos a ajustarnos el cinturón para que Damián vaya a esa escuela. Y allí hice el séptimo grado y ya cursaba el octavo cuando se hace la convocatoria para la Campaña de Alfabetización”.
En medio de un ambiente de efervescencia, el adolescente larguirucho que lamentaba no haber sido parte de la insurrección triunfante decidió que había llegado su momento de ser útil.
De su escuela se incorporaron bastantes muchachos a la tropa de la cartilla, el manual y el farol chino. “Gente pobre, de clase obrera, que desde el principio simpatizó con la Revolución”, precisa.
Tras pasar el campamento preparatorio en la casona del magnate Dupont, en Varadero, lo ubicaron un batey del central Nela, para entonces Aracelio Iglesias, en el norteño municipio de Mayajigua. Para ser más exacto, tendió la hamaca en un barracón, en una parte del cual vivía la familia a sacar de la oscuridad del iletrado. La que componían el haitiano “Pití”, su esposa y una niña.
El hombre, machetero en tiempo de zafra, plantaba frutos menores un pequeño conuco y tenía una vaquita. La llegada de Damián coincidió con la cosecha del maíz. “Estuve comiendo harina con leche y leche con harina todo el tiempo”, rememora entre risas.
El 22 de diciembre de 1961 estuvo en la Plaza de la Revolución en el acto de declaración de Cuba como territorio libre de analfabetismo. Escuchando a Fidel bajo la llovizna pertinente esa tarde comprendió que él había sido un átomo de la hazaña reciente. “Me di cuenta que habíamos protagonizado un acto de heroicidad, en el cual hasta arriesgamos la vida”.
Beneficiario de una de las 100 mil becas prometidas por el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en enero del 62 llegó al exclusivo reparto Flores, en Miramar, a terminar la secundaria.
La apertura en 1964 de la carrera profesoral en las tres universidades de la época, Oriente, Central de las Villas y La Habana, le da acceso a la “Marta Abreu”, donde de en 1967 forma parte de los 21 profesores egresados. En su caso de la especialidad de Física y Matemática.
Hubo un episodio de esa etapa que recordará mientras respire. Hacían las prácticas docentes en una escuela de Mayarí Arriba. A las ocho semanas salieron de pase. Durante el trayecto a casa Damián fue a montarse en una máquina de alquiler, pero ya estaba ocupada por sus compañeros. Le indicaron que esperara la próxima que salió una hora después. Al llegar a un crucero ferroviario en la llanura camagüeyana vio a cinco de sus condiscípulos tendidos en el piso y cubiertos por sábanas blancas. El carro que él no pudo tomar había chocado con un tren. Todavía retiene las imágenes del velatorio en la Universidad Central.
Mucho tuvo que ver con su desempeño posterior como Educador con mayúscula, el magisterio del doctor Juan Antonio Fajé San Juan, su profesor de Didáctica de la Física. “un señor ya maduro, poseedor de una cultura general integral, que había visitado una pila de países. Era una eminencia aquel hombre”.
El diploma de graduado fue el pistoletazo de arrancada para una carrera en la docencia, que a días de redondear la octava década, continúa en un aula de Facultad Obrero Campesina para reclusos en la prisión de Ariza.
Por el camino andado está su estreno laboral en la secundaria básica Obdulio Morales, de Zulueta, bajo la batuta de Luciano Chagoyen Sanabria, el director, “un hombre con mucho dominio de su trabajo, y a quien la gente respetaba como si fuera un dios”.
Luego vendrían las siguientes estaciones como asesor de Física en su municipio natal, la antigua provincia de Las Villas, y el municipio de Cruces, desde donde atendía a los Palmira y Lajas.
A la tierra del Benny llegó en 1978 al casarse con la metodóloga de Inglés cienfueguera Miriam Castellano Fabá, cuya pérdida en 2017 lo trajo a vivir con su hija Liset en la calle Arguelles próxima a la de Arango.
La noche del 28 de abril de 2023, cuando el presidente de la República le prendió en la guayabera azul la medalla del Título Honorifico de Héroe del Trabajo, vivió uno de “los momentos más bonitos” de su existencia. “Te pasan por la mente los esfuerzos, los sacrificios, pero sobre todo el reconocimiento social del cual uno es acreedor”.
¿Hasta cuándo en el aula?
Y ante la foto de Yacela, la única nieta, estudiante de tercer año de ingeniería industrial, no duda una milésima de segundo en responder: “Hasta que la cabeza y la mente me lo permitan”.
¿Cómo quisiera que lo recuerden? Y el militante del Partido desde 1969 tampoco demora la respuesta.
“Como aquella persona que dedicó su vida a formar mejores ciudadanos”.
Visitas: 21
Una PERSONALIDAD, y lo vemos desandar la ciudad y muchos ni notamos a cuántos ha enseñado, con didactismo, pedagogía y HUMILDAD, gracias Francisco José, por la enttevista; y al CINCO, por la publicación, debemos reverenciar a este PROFESOR