Ponernos en el lugar de los otros

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Un mediodía visité la librería donde acostumbraban vender libros usados. Estaba aún cerrada y dos personas esperaban. Una de ellas, un hombre joven; la otra, una mujer de edad madura.

Ambos miraban a un mismo punto de la vidriera. Cuando abrieron, el joven –primero en llegar–, rápidamente solicitó un título. El dependiente, mientras hacía la nota de cobro, preguntó a la señora cuál libro quería, a lo que sonriente y con cierta dosis de tristeza, respondió que volvería en otro momento.

Al darse cuenta del tono triste con que habló, el joven le preguntó si es que ella quería el mismo título que él se disponía a adquirir. Ella asintió con una sonrisa, al tiempo que le pedía no preocuparse.

Lo admirable sucedió cuando el joven pidió al dependiente que se lo cediera a ella. La mujer, con una mezcla de emoción y apenada se resistía a aceptarlo, pero él insistía. Luego de darle las gracias y pagar, salió con el libro sin poder ocultar la alegría.

En cuanto al joven, lo noté turbado a la vez que satisfecho. Acto seguido, se marchó.

Pasaron varios días y regresé a la librería. Fue ocasión para comentarle al dependiente aquel hecho. Me comentó que la mujer frecuentaba el local, porque tenía un hijo en una silla de ruedas que era un lector de marca mayor.

Acto seguido le pregunté por el joven, y me mostró otro ejemplar de aquel libro. –Mire, me dijo–, esta es una edición ampliada de aquel mismo libro. Lo tengo reservado para cuando él regrese.

Me alegró saber que también obtendría el libro buscado, aunque lo más valioso para mí fue caer en la cuenta de que hay quienes son capaces de renunciar a algo –grande o pequeño, significativo o no–, por el simple hecho de ayudar a otras.

No siempre el final se da como en esa historia. En ocasiones no se recupera lo dado. La vida real difiere de los cuentos de hadas. Más que las compensaciones materiales, lo importante radica en lo afectivo y emocional, en la satisfacción de hacer un bien sin esperar nada a cambio.

Reconfortan esos ejemplos que devuelven la confianza y motivan a practicar conductas altruistas.

Qué distante de ocasiones –¡pocas por suerte! –, en que alguien compra lo que no le hace falta, solo por haberle oído decir a quien va detrás que lo necesita; incluso a sabiendas de que dejará al otro sin poder adquirirlo.

Cierto que son pocos quienes solo piensan y actúan por “lo de ellos primero”. Importa considerar las necesidades de los demás y estar prestos a ayudarlos.

Si al ejercer, ¡incluso un derecho!, conscientes o no, dañamos a otra persona, aunque el acto no deje de ser legal, perdemos la ocasión de ser generosos. Esa misma generosidad que, quizá en algún momento, quisiéramos que practicaran hacia nosotros.

Se requiere empatía, buena voluntad y disposición para ser fuente de alegría ajena –aunque no los conozcamos–, de la misma manera que procuramos la satisfacción propia.

No se trata de estoicismo ni masoquismo. Consiste en ponernos en el lugar de los demás y saber que todo bien es de alguna manera recompensado. En primer lugar, con la satisfacción de haberlo hecho.

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2 Comentarios en “Ponernos en el lugar de los otros

  • el 22 noviembre, 2024 a las 7:18 am
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    Bella esta publicación. Si fuéramos capaces de ponernos en el lugar de otro al menos un instante, fuéramos mejores personas y ejemplo para futuras generaciones.

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    • el 22 noviembre, 2024 a las 9:49 am
      Permalink

      Así es, querida lectora. Lo importante es que empecemos por cada uno de nosotros. Al menos una persona con empatía va cambiando al mundo. Gracias por su valioso punto de vista.

      Respuesta

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