Poemas para leer en la cama
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En el complejo universo humano, donde alma y cuerpo constituyen cimas, conceptos, entidades, e incluso filosofías casi siempre opuestas, o unidas por razones culturales —muchas veces inimaginables— que las entienden en calidad de enlaces o continuidad, la poesía y el amor forman parte, según se mire, del mismo proceso; digamos que son o pueden ser caras de la moneda hombre-mujer, fragmentos del cosmos persona, eje en movimiento.
Alma y cuerpo, sean lo que fueren, separación o abrazo, padecen urgencia de otredad, quieren ser más allá de sus límites, por lo mismo, buscan al otro, ese que es diferente de ellos, antagonista, para fundirse, escabulléndose, y descansar de si, de lo que son. El Alma busca desvanecerse o reposar en el Cuerpo, la carne en el espíritu.
La diferencia mayor, quizás, entre poesía y amor, consiste en que la primera actúa desde las palabras, escribiendo, mientras el segundo lo hace a través de los sentimientos, amando. Esto garantiza que, de algún modo, abunden las antologías de poesía donde el amor es el centro. Ese binomio no se completa sin el elemento que, más allá de las palabras, los une, y me refiero al erotismo, convirtiendo el vínculo en trío, a lo que Octavio Paz designara como la llama doble.
Si cada cierto tiempo aparecen antologías de poesía amorosa, escasean las que se ocupan del erotismo, mucho más en Iberoamérica. La relación entre deseo sexual y poesía no abunda en compilaciones, e incluso hoy, en pleno siglo XXI pueden resultar extrañas para algunos lectores. Eso sí, ejercen una especie de fascinación por encima del acto literario, pues la curiosidad que suscita la traslación del deseo, o si prefieren de la escena sexual, el coito, a la poesía, cautiva e interesa a todos.
Un desorden de sábanas y almohadas (antología de la poesía erótica Iberoamericana, (siglos XVI-XX), Ediciones Matanzas, 2019, es el título con el que, apropiándose de un verso del poeta y médico rural argentino Baldomero Fernández Moreno, (1886-1950) el destacado investigador y ensayista cubano, recientemente fallecido, Carlos Espinoza Domínguez, reunió más de cien páginas que muestran la poesía erótica escrita por españoles, portugueses, latinoamericanos y brasileños, durante 500 años.
Gozo y privaciones, completudes e insuficiencias, negaciones, excesos y manquedades definiéndonos como cultura, esta vez desde el placer erótico y la urgencia de expresarlo, en forma de poema. El deseo sexual, sinónimo de liberación, en este delgado libro, agradable y cómodo a las manos, nos retrata. Iberoamérica, donde lo cubano resplandece en boca de sus poetas antologados: José Martí (“XLIII”), Bonifacio Byrne (“Margarita”), Julián del Casal (“Galatea”), Juana Borrero (“Apolo”), José Manuel Poveda (“Indolencia”), y Rubén Martínez Villena(“Soneto”) —no es ocioso decirlo—queda, como espacio de conocimiento, representado por las carencias que padecemos, y en el erotismo traslucen, revelando su identidad, nuestros orígenes. Somos cubanos, cabe decir, por lo que arropamos o guardamos en el ser, acumulaciones, sedimentos, y además, por aquello que (en el cuerpo y en el alma) nos falta, sombra o reverso de movimientos, sensualidades, gracia; fuerza erótica reconcentrada que en la caricia sexual nos delata, dice o grita, revelándonos. Si los órganos sexuales son una herida abierta, que busca consuelo, aplacar el dolor en otros genitales, diferentes o semejantes, el sexo, la práctica sexual, es caricia global que horizontaliza la verticalidad opresora de las sociedades en que vivimos y pasó a la existencia humana como paradigma, modelo de pulcritud, decencia, educación.
Contra ese vacío que, por sí solo, goza de una incómoda elocuencia, pues habla de las trascendentales ausencias que como cultura, o habitantes de los idiomas español y portugués, nos delimitan, condicionan, detallan, se alza la palabra de 74 poetas, reunidos por Carlos Espinosa, y conforman un paisaje humano, de sensaciones, donde el cuerpo, sus caricias, sed, apetitos, estertores, ansias, describen el amor, lo narran, en disímiles enfoques, situaciones, estados, perspectivas carnales, creando lo que podría llamarse un sistema literario del eros iberoamericano. Son significativos los aportes, desde el punto de vista genérico, porque las mujeres cantan el amor desde la desdicha histórica a la que fueron confinadas, mientras los hombres se vanaglorian, aposentados en el sitio o la posición que siempre ostentaron, negándolas a ellas, objetos sexuales, o presas de sus instintos. Estas diferencias, sin embargo, a través el amor y sus expresiones sexuales, aristas físicas y sentimentales, cristalizan en materia para el conocimiento humano.
Cartografía, rastreo, alegato, la antología, como documento, se erige en testimonio de lo que en erótica hemos sido, somos, y de algún modo seremos quienes heredamos la cultura española, y portuguesa, por defecto y gloria, siendo iberoamericanos. Allí reaparece, no podía escapar, la religión, o las religiones, bridas, muros de contención ante el desafuero del deseo, aquí me refiero al catolicismo, en especial al que los esposos Isabel I de Castilla y Fernando II, de Aragón, los reyes, a finales del siglo XVI y recrudecido por la Contrarreforma —activando a una poderosa institucionalidad eclesiástica que por el antifeminismo, la sujeción enfermiza del cuerpo y las maneras de castigarlo ante la experimentación del placer, ganó, para la Historia, el adjetivo de rancio—impusieron y practicaron, legándonos, herencia que desfigura más nuestro rostro colonizado, lo arcaico de aquel fundamentalismo disfrazado de religiosidad, para que frente a culturas como la griega, francesa, inglesa, o alemana, solo por citar algunas, la española y nosotros, eco, imitación o calco, marque —no solo en los campos del amor, y lo sexual, distancias e incompatibilidades de peso, trascendentales.
¿Qué es ser español?, sus pro y contras; ¿qué porcientos o cantidades de sabiduría e ignorancia, miedos, arrestos, mojigatería, o pacatería contiene tal condición, determinándola?, y como extensión de la misma, ¿qué es ser latinoamericano?, sumando lo más importante, quizás, para entendernos a nosotros: la relación entre deseo sexual y lenguaje, donde la americanización del castellano se acentúa, son preguntas que recorren, de manera subterránea, el libro.
En un arco que empieza con poemas anónimos de los siglos XVI, XVII y culmina en el XX, con el nicaragüense Joaquín Pasos, el lector encontrará significativas voces entregadas a la poetización del coito o deseo sexual. Góngora, Quevedo, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Delmira Agustini, Alfonsina Storni, María Monvel, Bernardino Ruiz, María Calcaño, en compañía de los cubanos citados, y muchos otros.
Nos guste o no, somos seres históricos, sujetos de la Historia y a ella, como si al soportar nuestro peso de hombres y mujeres, fuera el único espacio al que realmente pertenecemos, o podríamos corresponder. El sexo, la sexualidad, es histórica y el erotismo no escapa de lo mismo. Un desorden… acaba convirtiéndose en relato del deseo, fábula del placer que, a través de la poesía, cuenta, en versos, el pasado del que emergemos como sujetos iberoamericanos, nuestra historia. El libro organiza, cronológicamente, el apetito sexual de los cuerpos que hemos sido durante cinco largos siglos.
Si el asunto del compendio es atractivo, e inquietante en idéntica medida, pues nos adentra, mediante la poesía, en el mundo del erotismo y acopia lo que en requisitos amatorios Iberoamérica aporta al conocimiento humano, desde la sexualidad; trocándose en estudio y referente que permitirá entender, a partir de la lógica de preguntar al amor, desde el siglo XVI, lo que somos, y las características de ello, debemos reconocer el significado correspondiente al suceso de que el autor de libros como Cercanía de Lezama, (1986), Lo que opina el otro (2000), El peregrino en comarca ajena (2000), Virgilio Piñera en persona (2003), y La conspiración de la posteridad. Introducción a Machado de Assis (2017), antes de morir, o pasar a la inmortalidad, nos haya dejado esta muestra, inconclusa, por supuesto, que en el futuro debemos completar y es la primera piedra de un edificio sin fin, deteniéndose en el hecho de que sea con el siglo XIX que el erotismo se incorpora definitivamente a la poesía escrita en nuestro continente.
No es, asegura el propio antologador, en su lucida introducción, un libro pensado para especialistas o estudiosos, su destinatario es mucho más amplio, pues busca llegar a un público lector que simplemente sienta la curiosidad de tener, a través de unas pocas páginas, una imagen, por supuesto parcial, de cómo plasmaban el ideario erótico nuestros antepasados.
Carlos, gracias por tus libros, sapiencia, entrega e incansable espíritu investigativo que explora lo cubano, y latinoamericano, redescubriendo a la Isla y sus alrededores, más allá de moldes absolutos e Historias definitivas (donde nos quieren encerrar, disminuyéndonos).
No creo haya manera más útil y hermosa de agradecerle que invitando a leer su libro y para ello les dejo algunos poemas, siempre y cuando usted, lector, sienta la voz de los autores en la suya.
NO ME LAS ENSEÑES MÁS…
No me las enseñes más,
que me matarás.
Estábase la monja
en el monasterio,
sus teticas blancas
de so el velo negro.
¡No me las enseñes más,
que me matarás!
Diego Sánchez de Badajoz (España, ¿1460-1526?)
CONJUNCIÓN
Besos en la oreja; a lo largo de la columna
vertebral;
en los senos,
las tibias axilas
y sobre tu vientre que tiene
un misterioso olor a mar.
Yo llenaré
con mi último beso
el molusco vacío de tu ombligo
y que en el minuto de tu estremecimiento
se haga perla,
hija de mi ardor
y tu olor…
Ángel Miguel Queremel (Venezuela, 1899-1939)
EL FUEGO
Era noche y mirábamos temblorosos la estrella
Más roja del espacio, cuando quedé a merced
De vuestras galanías y me dijisteis: ved,
Mis labios están secos y la fiebre los sella.
Y me dijisteis: dadme vuestra llama, con ella
Trenzando fuego mío quemaremos la sed.
Y yo, las tristes alas esclavas de la red,
Dejé tomar mis llamas, finida la querella.
Corolas de mi huerto sus pétalos secaron,
Campanas agoreras a muerto repicaron;
Herida, recogía sus tules la ilusión.
Y en aquel mismo instante, tras el fuego deshecho
Los ojos escrutando nos miramos el pecho
Y hallamos, en su sitio, quemado el corazón.
Alfonsina Storni (Argentina, 1892-1938)
MUJER DESNUDA
Nevó toda la noche
sobre el jardín
de tu cuerpo;
mas todavía hay rosas
y botones abiertos.
Las dóciles hebras sutiles
de la última rama del árbol
caen como lluvia de oro
sobre la firme blancura de los tallos.
Violetas
que se ocultan
en la hierba de tus pestañas,
apasionadas y profundas.
Hay dos rosas dormidas
con turbador ensueño
en las magnolias impasibles
de tus senos.
Y más oro
en los muslos,
porque pinta el sol la seda
de los musgos.
Y tus pies y tus manos,
menudas y largas raíces,
ahondan la tierra
temblorosa de amor de los jardines.
Enrique González Rojo (México, 1899-1939)
VII
Dos senos de una blancura inquietante; dos ojos lúbricamente embriagados y una mano de sensualidad, se han atravesado en mi camino. Una voz indefinible, como el hipo de un sollozo histérico, me ha dicho: Soy el erotismo:
¡Ven!
Y yo iba; iba siguiendo a esa bacante estrambótica, como sigue la hoja de acero al imán.
Iba empujada por el misterio… Mis labios se helaban, y tenían en la garganta una opresión de hierro.
Retorné, y mis labios estaban mustios, y mis ojos no veían, y mis manos enconadas contra ellas mismas, solo querían destrozarse.
Y en el alma, como una marca de fuego, traía la más horrible decepción.
No estaba ahí; no llevaba esa bacante loca el remedio para mi mal de amor.
Teresa Wilms Montt (Chile, 1893-1921)
UN CUARTITO DE HOTEL…
Un cuartito de hotel lindo y desconocido:
Horizontes azules, focos esmerilados
En donde entramos juntos, absortos y turbados
Por el fiero imposible que habíamos vencido.
Él me besó en la boca. Yo le entregué rendido
El cuerpo frágil, dulce de niño extenüado…
¡Oh, reposo indecible después de lo pasado!
¡Oh, delicia inefable después de lo sufrido!
… Yo no sentí rubor de mi carne rendida.
Me ahogaba la dicha como una mano ruda
Y el cristal de mis ojos se enturbiaba de llanto,
Mientras él, de rodillas, con sus besos furtivos,
Abrasaba el marfil de mis pies sensitivos
Con la fiebre ardorosa de su boca de santo.
María Monvel (Chile, 1899-1936)
CANCIÓN DE CAMA
Este gozo de alcoba, tan de lino, lleno de sábanas,
este palpitar de almohadas bajo las sienes dormidas,
este nuevo llegar hasta el corazón de la cama
y luego saber que el pie, la mano, lo que a uno le queda de
pecho, busca, dice, escribe, grita tu nombre,
y cualquiera siente el momento que se aproxima de dormir acostado.
¿Qué es esto sino la ausencia de tu sueño,
la pérdida de tu respiración a mi lado?
Se ha perdido ya el hueco de tu cuerpo
que era la voz de tu carne desnuda hablándole
íntimamente a la ropa planchada,
diciéndole a qué horas el brazo serviría de almohada
y cómo el tibio vientre palpitaría como otra almohada viva
funda de seda de nervios y de sangre.
Joaquín Pasos (Nicaragua, 1914-1947)
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