Otro título al pecho de Antonio Muñoz
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“Yo nací al lado de una cepa de plátano”, refiere entre risas Antonio Muñoz mientras repasa su origen humilde y guajiro allá en el poblado del Condado, en Trinidad, específicamente en la finca Algaba. Así viaja por los retazos de una meteórica trayectoria deportiva que lo erigió en ícono del béisbol cubano, merecedor de todos los títulos y lauros posibles, hasta consagrarse hoy como Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Después de tantos reconocimientos en la pelota cubana revolucionaria, de vivir la oportunidad de estrechar la mano a Fidel en varias ocasiones —para mí, el más grande ser humano que ha dado la naturaleza—, agradezco al pueblo por esta nueva condecoración, a las organizaciones y a los dirigentes. Fue una sorpresa, de verdad, y debo mencionar a Camelia, la compañera del Inder que me embulló a realizar el aval, a tirarme la foto para enviarla a La Habana (…) Recibir este premio es para mí un honor, y lo asumo no en nombre de Antonio Muñoz, sino de nuestro movimiento deportivo”.
Recién agasajado con la condición de Hijo Ilustre de la ciudad de Cienfuegos —dentro de los festejos por el aniversario 205 de la urbe—, el Gigante del Escambray atesora en sus vitrinas la Orden al Mérito Marcelo Salado, la Orden Antero Regalado, la Medalla Mártires de Barbados y muchas otras distinciones que comparten espacio con los trofeos de una carrera exitosa.
Tras redondear casi 25 temporadas en los torneos del patio, el 23 de marzo de 1991 cerraron los telones de su vida como atleta. Entonces, lideraba nueve departamentos ofensivos, poseía ocho títulos de jonrones y había sido el primer jugador de la Serie Nacional en llegar a los 300 cuadrangulares. No por gusto llegó a considerársele el mejor bateador zurdo y primera base de su época, al punto que, 23 años después, fue exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Cubano.

“Yo convertí mi retiro —dijo— en un trabajo creador importante para la sociedad. Me dediqué a las pequeñas ligas y comencé el deporte participativo con cuatro niños: Kendry, Darielito, Vito y Diago. A través de ellos supieron otros y vinieron más pequeños. Sé que muchos no serán peloteros, pero los acepto a todos por igual, los atiendo y trato de hacer algo que les guste. No soy de los entrenadores que los elimina; al contrario, busco atraerlos.
“Desde los cuatro hasta los ocho años y medio permanecen conmigo, y luego pasan al béisbol organizado. Para mí es una satisfacción que los padres depositen su confianza en Muñoz y ver cómo cada día aumenta. Ya llevo seis años en esta labor y puedo afirmar que los integrantes de los equipos infantiles que ahora representan a Cienfuegos en los campeonatos nacionales fueron mis pupilos. Junto a Andrés ‘El Curro’ Leyva, constituimos una escuela para las novenas que se forman después”.
Aunque él cuenta que donde nació no jugaban pelota, en realidad, bien sabe que el único sentido de su paso por este mundo gira en torno a la gran pasión de los cubanos. Por eso, estruja la memoria y vuela, de repente, a la edad de los quince años, cuando guiado por el otrora lanzador y entrenador Pedro “Natilla” Jiménez ingresó en un equipo “de hombres”.
“Eso fue en Santa Clara, estaba aún en edad escolar, pero donde vivía no había niños para formar una selección infantil. Un comisionado nacional quiso hasta suspenderme por ese motivo y debí matricular en la Academia de Las Villas, donde estudiaba, practicaba deportes y trabajaba en el campo. De ahí transité por los conjuntos de Azucareros, Las Villas, Sancti Spíritus y Cienfuegos, y estuve por más de una década en el equipo Cuba. Participé en tres Juegos Centroamericanos, y Panamericanos, así como en cinco Campeonatos Mundiales, y Copas del Mundo”, sostuvo.

Dosis altas de orgullo permean las palabras y se apoderan del imponente físico del estelar pelotero quien, al evocar momentos luminosos de su vida deportiva, comparte anécdotas pocas veces relatadas. “Me da pena contarla, pero una tarde, cuando estaba en Azucareros, llegó Arnaldo Milián Castro —miembro del Buró Político y primer secretario del Partido en Las Villas—, y preguntó por Muñoz. Me dijo, ‘ven acá, a partir de hoy, tú eres el capitán del equipo’. Explicó que yo era un bateador que cogía una o dos bases por bola, que se envasaba dos o tres veces, y, según iba Muñoz, iban los Azucareros y la zafra azucarera en la provincia.
“Aquello no fue tarea fácil, porque debí sustituir a José Pérez, un hombre noble, disciplinado, respetuoso, y tremendo bateador. Sin embargo, asumí la responsabilidad, y ese año, en 1972, fuimos campeones. Por eso sostengo que en el béisbol tiene que existir el líder. ¿Cómo un hombre del ‘Cuba’ puede ejercer tal rol si cuando batea no corre y es doble play? Ese no es un líder y nosotros estamos llenos de líderes de este tipo en el país. Son cosas que golpean actualmente a nuestra pelota y provocan que los aficionados abandonen los estadios y dejen de asistir”, reflexionó.
Carismático y cercano como pocos, Antonio Muñoz compite día a día contra sí mismo. Le gusta vencer en todo, hasta en esta entrevista, a la que él decidió ponerle punto final casi de forma inesperada. “Para resumir —dijo—, este título que he ganado es por mi disciplina, respeto, abnegación y dedicación al béisbol cubano”. Y, en honor al Gigante del Escambray, nadie dentro ni fuera del diamante podría siquiera dudarlo.
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