Otro hiriente Bertillon
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Por Jorge Luis Marí Ramos∗
Nunca antes los predios del cementerio Tomás Acea estuvieron tan vigilados como en aquellos días que siguieron al alzamiento popular del 5 de septiembre de 1957, en Cienfuegos. Efectivos de la Policía Nacional, la Marina y la Guardia Rural integraron la improvisada guarnición, tal vez para encarcelar, como para que no escapara tanto valor demostrado por aquellos hombres, pero en verdad fue por miedo a que hasta allí llegara el pueblo exigiendo dejaran enterrar dignamente a sus muertos.
Bastaron los gritos apabullantes de la soldadesca para que familiares de los caídos se alejaran del perímetro de la necrópolis, pero también que miembros clandestinos del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) acordaran hacer algo.
Juan Barcia, testigo del hecho, le dijo a su esposa Lutgarda Brito: “nos estamos arriesgando demasiado, mira el registro que nos hicieron en la bodega…”. A lo cual ella respondió tajante: “que se queden con La Panameñita, pero de los cobardes no se ha escrito nada”.
Así, Lutgarda encargó al jardín La Perla varias docenas de rosas blancas, y con los recortes de las mismas telas con las que había cosido la bandera del 26 izada en el Distrito Naval la quinta mañana de septiembre del 57, armó los ramos. En la noche cruzaron la tapia lateral del callejón al tejar de Los Vega, y arrastrándose a gatas depositaron las flores sobre la fosa común, marcada hasta entonces sólo por el hedor de la muerte.
Una vez descubierta la ofrenda, la furia del amanecer no fue peor que la que días antes apretó los gatillos de la infantería y la aviación contra los complotados intentando borrar del calendario aquel jueves salpicado por la lluvia matutina y la vergüenza que les produjo la sublevación de marinos y civiles de filiación fidelista y aquellas horas donde Cienfuegos fue libre.
TODA LA GLORIA EN UNA FOSA
Mas el día 6, las gentes en las calles pudo ver de cerca cuan terrible se dibujaba la mueca de la muerte. Fue una imagen dantesca ver pasar aquel camión de la Marina atestado con los cadáveres de los caídos. Muchos de quienes solo conocían de los hechos por el sonido infernal de la rabiosa infantería que al filo del mediodía del jueves 5 completó la obra iniciada por la aviación, pudieron entonces aquilatar la magnitud de la carnicería.
Según reseñas halladas en el libro de enterramientos correspondiente a 1957, la fosa excavada abarcó cinco lotes de tierra de la sección P, uno de los terrenos más apartados del cementerio. En su archivo se atesoran las licencias, una formalidad que de ser infringida era penada con multas de entre 10 y 100 pesos (al cambio de entonces), como lo recogía el artículo 27 de la Ley del Registro Civil vigente para la época. Del análisis de los 54 permisos que constan en dicho libro, verificamos que la fosa donde se enterró a los complotados abarcó lotes del 49 al 53, y que amén de la prisa, estas licencias se tuvieron que rellenar al menos con los datos que tuvieron a mano, como nombres, edades, domicilio, oficio, hora aproximada de la muerte y lugares de estas, logrando de esta manera precisar quiénes murieron en el Distrito Naval, en los alrededores y la azotea del colegio San Lorenzo, o en la terraza del Ayuntamiento.
En contraposición a ello, en las licencias para enterrar a los revolucionarios asoma el descaro del batistato, al emplear como consecuencia de muerte una nomenclatura internacional de identidad judicial desarrollada en el siglo 19 por el policía francés Alphonse Bertillon y asumida con gusto por Batista, la causa 197 del Bertillon, abarcadora de diversas causales, y que sirvió para ocultar las verdaderas causales de las muertes: torturas, tiros a boca de jarro y aplicación a las víctimas de la llamada ley de fuga.
Llaman además la atención registros de enterramientos en lotes aislados que destacan por coincidir en los orígenes de las muertes “a consecuencia de heridas de arma de fuego en acciones de guerra”, detalles que revelan sin miramientos los nombres y profesiones en las tumbas de aquellos militares oriundos de la ciudad que repelieron la acción, pues se sabe que los soldados nativos de otras localidades fueron sepultados en sus asentamientos.
EL PERPETUO HOMENAJE
Llega con 1959 el triunfo de las ideas de Fidel, y el 4 de enero los rebeldes con flores y la victoria en sus manos, caminaron junto a familiares de los caídos en una marcha espontánea desde la estatua de Prado y Zaldo hasta el cementerio Tomás Acea. Calle a calle se fue sumando el pueblo para rendir tributo a los caídos en septiembre de 1957. El 6 de enero, durante su marcha triunfal hacia la capital del país, el líder del M-26-7 desvía la ruta de la Caravana de la Victoria y llega a la ciudad, donde le explica al pueblo reunido que había que hacerlo aunque solo fuera “…para inclinarse reverentemente ante la tumba de los mártires del 5 de septiembre”.
Entre el 2 y el 4 de febrero de 1960 se exhuman los restos de los caídos en la gloriosa acción, como detallan las notas a tinta en las licencias de enterramiento. Para entonces ya trabajaba un Comité Pro Monumento a las víctimas del 5 de septiembre de 1957, que el 19 de mayo de aquel propio año, por intermedio de la Junta de Patronos de la Fundación Benéfica Cementerio Tomas Acea, y a nombre del Ministerio de Bienestar Social, recibió un lote de terreno de 91 metros cuadrados en la sección L, lote número 8-A, para erigir un obelisco y colocar los restos de los que cayeron ese día luchando por la libertad de Cuba.
Por 17 años, la obra escultórica, autoría de Mateo Torriente Bécquer, reverenció la memoria de los caídos en la acción heroica del pueblo cienfueguero, mas con motivo de las conmemoraciones por el aniversario 20 de la sublevación, se levantó el actual mausoleo donde descansan definitivamente los restos de nuestros combatientes.
Desde aquellas primeras flores del 57 o la primera marcha de los barbudos y familiares en 1959, el pueblo sigue juntándose cada año y peregrina las calles que antaño se mancharon de sangre para inclinarse reverente en tributo a los caídos en la acción heroica del 5 de septiembre.
∗Director de programas en el Telecentro Perlavisión.
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