Osvaldo, el bisoño rebelde de la tropa del Che

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Solo faltaban pocos metros para alcanzar la cima del farallón. La misión resultaba en extremo peligrosa y compleja; pero la orden del comandante Ernesto Che Guevara había sido tajante, además de estar de por medio la palabra empeñada por el imberbe Osvaldo Ciriano Álvarez.

“Ya estoy a punto de lograrlo, no puedo fallar” se dijo a sí mismo para estimular el ánimo y calmar los nervios. Había que neutralizar a los seis francotiradores apostados en la trinchera a lo alto de la loma del Capiro. Ya demasiadas bajas habían causado por la posición estratégica que no permitía el avance de los rebeldes por las carretas central y de Camajuaní.

A esa hora pasaron por la memoria del joven cientos de imágenes, como secuencias de una película de aventuras. Recordó los autoritarios consejos del viejo de no inmiscuirse en acciones clandestinas con el Movimiento 26 de Julio en la zona próxima de la Universidad Central de Las Villas, en Santa Clara.

Allí en su memoria se hizo presente el momento en que llegó a la escuela secundaria básica, cerca de central Zaza, como becado de Fulgencio Batista. En el mismo lugar ya existía un grupo de alumnos varones que conspiraban contra el régimen. La mayoría de ellos se alzó en las lomas del Escambray, entonces el paso de él fue desertar del centro.

A partir de ese momento se ganó el título de desafecto. Entonces le vinieron a la mente las ampollas de las manos provocadas por el cabo del hacha mientras derribaba árboles para colocar en las vías de acceso a la ciudad, de modo de impedir el refuerzo del Ejército proveniente de cuarteles de otros enclaves de la provincia, fundamentalmente de Camajuaní.

Se acordó del momento en que lo asignaron como recluta miliciano en el centro de altos estudios ocupado por la Columna 8 Ciro Redondo y las botellas de gasolina que tuvo que convertir en cocteles molotov para emplear en la toma del convoy militar de vagones ferroviarios.

“Ya sabíamos de la llegada del tren blindado a Santa Clara, de la decisión del Che de descarrilarlo, allí mismo donde hoy está el monumento. Llegamos al lugar justo cuando los soldados de la tiranía pertrechados en la loma del Capiro se habían hecho fuerte. El jefe guerrillero había sopesado la difícil situación y lo escabroso de tomar la privilegiada posición por el abrupto acceso a la elevación por una vía accesoria”, rememora Osvaldo.

“Fue entonces que me brindé para subir por la parte de las canteras de rocas a través de la ‘bejuquera’ adherida a la falda norte y situarme a espalda de los atrincherados. Vi en los ojos del Che una mezcla de duda e incertidumbre, quizá debido mi a juventud; pero al cabo accedió y cambiaron mi vieja escopeta por una pistola calibre 38 con ocho balas, además de un machete y nueve granadas de mano que metieron en una raída mochila de campaña, no sin antes darme instrucciones de su uso”.

Por fin el bisoño rebelde llegó hasta la cúspide. Sabía que tenía a su favor el factor sorpresa y no lo desaprovechó. De inmediato tiró de la espoleta de la primera granada para lanzarla y así, sucesivamente, una tras otras. Las iniciales cayeron distantes de la trinchera, pero pronto corrigió el tirocon una acertada puntería en el blanco.

“El desconcierto de aquellos hombres fue total. Tal vez pensaron que tenían un pelotón de barbudos a sus espaldas. Lo cierto fue que se rindieron dejando atrás el armamento, comida y otros pertrechos de guerra. Poco después subieron varios integrantes de la tropa del comandante Guevara a recoger el botín. Yo me hice de un fusil M 1 Garand con cuatro cananas, pero la mayoría eran los certeros Espringfield con miras telescópicas propios de los francotiradores, y que fueron muy útiles para rendir al tren blindado, el 29 de diciembre y posterior batalla de Santa Clara”, recuerda Osvaldo.

Foto: Armando Sáez

Tras el triunfo de la Revolución el joven villaclareño de solo 16 años continuó en el Ejército Rebelde y fue de los fundadores del Ejército Central (EC), el 4 de abril de 1961, mando cuyo jefe fue por varios años el comandante Juan Almeida Bosque.

Como integrantes del EC cumplió disímiles misiones. Se preparó como operador de radares de la defensa antiaérea en baterías de 100 milímetros. Además, estuvo en la limpia de bandidos en el Escambray. Sin embargo, precisa Ciriano Álvarez, “la etapa más linda de mi paso por el Ejército fue la encomienda, como comisión de servicio, de la constitución de los comités municipales de la Asociación de los Jóvenes Rebeldes (AJR)”.

¿Qué lazos le unen a Cienfuegos?

“Son muchos y muy entrañables. En lo personal mi tío Luis Ciriano García trabajó muchos años, hasta su muerte, en el periódico 5 de Septiembre como reportero pero también en la Redacción. Otros familiares míos residen actualmente en la Perla del Sur. Por muchos años después de licenciarme de las FAR atendí este territorio como especialista de Recursos Hidráulicos”- precisa.

“Pero me ata también de manera particular el tiempo que estuve organizando la dirección de la AJR en el municipio de Abreus. Estando aquí tuve el honor de ser seleccionado delegado al congreso de la organización, y allí mismo, en la clausura del evento, el Comandante en Jefe anunció que a partir de ese momento la organización se llamaría Unión de Jóvenes Comunistas, y también soy fundador de la misma”.

Por un instante Osvaldo queda callado, su mirada se dirige a la rodilla izquierda. Hasta entonces el entrevistador no había reparado en la pronunciada cicatriz muy cerca de la rótula. Parece que a pesar de una herida vieja todavía siente cierta molestia, inquiero con los ojos más que las palabras.

“Es como un trofeo de guerra”- señala. “Eso fue mientras formábamos la AJR en Corralillo, en la entonces provincia de Las Villas. Por mis funciones tenía que ir a un lugar llamado Sierrita. En aquella época un grupo de bandidos contrarrevolucionarios bajo las órdenes de un tal Campito hacían de las suyas por la zona. El regreso al pueblo lo hice sin mi chofer y escolta, solo con mi M-1 de siempre y varias cananas, una indisciplina mía. Antes de llegar a la comunidad de Yave me estaba esperando una emboscada de alzados. Me batí lo que pude desde una cuneta, con el temor de que vinieran milicianos se fueron. Yo me arrastré tres kilómetros y un momento me percaté que estaba herido y nada menos que por un proyectil calibre 30”.

Cuando miras hacia atrás, ¿qué siente de su vida?

“Orgullo inmenso de haber servido a mi Patria y a mi Revolución”- afirma mientras sus pupilas muestran un brillo particular al recorrer las decenas de medallas, condecoraciones, y otros reconocimientos en recompensa a sus méritos.

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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