Náufragos aéreos de la Nochebuena de 1947

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Si no pudo comerse los turrones de Navidad, al menos pudo hacer el cuento. Que muchos en circunstancias parecidas no lo hacen. Y todavía al joven hacendado oriental Manuel de la Cruz Obregón le quedaba la posibilidad de tomarse las 12 uvas a la medianoche del 31 de diciembre de 1947, el año que pudo ser el último.

Como la historia del percance que puso su vida en la cuerda floja estuvo relacionada con Cienfuegos, se las cuento.

Con la intención de pasar la Nochebuena en la casa familiar de El Vedado, el 23 de diciembre el protagonista de esta historia salió del central Ofelia, propiedad de su padre, el doctor Carlos Manuel de la Cruz, en las cercanías de Manzanillo.

Y lo hizo a bordo de una avioneta monomotor de color azul registrada en la matrícula nacional como CU-N-175, pilotada por Emiliano Soriano, en la cual viajaba también el empleado Julio Cisneros.

En su edición del viernes 26 el vespertino El Comercio daba cuenta de la intensa búsqueda del aeroplano que trasladaba a la capital al joven De la Cruz Obregón y sus acompañantes. Dos naves de la Panam y cuatro del Ejército participaban de la pesquisa.

Pero el sábado cubrió toda la primera plana con el cintillo que anunciaba la buena nueva: APARECIÓ EL AVIÓN PERDIDO. En el cuerpo de la noticia abundaba que en la madrugada los náufragos aéreos habían sido traídos a Cienfuegos por tres pescadores y en la mañana partieron por tierra a La Habana.

Ha sido una aventura emocionante que nos llena de alegría, a pesar de las penalidades que sufrimos, contó el optimista joven Manolo a un reporter del diario de los Aragonés.

El 23 habían despegado del central Ofelia con el ánimo de cenar al día siguiente con sus padres, su esposa y el pequeño hijo, pero antes de poner proa a la capital el aparato voló a Santiago de Cuba a dejar dos obreros del ingenio que iban a juicio en la Audiencia de Oriente. Tras aprovisionarse con 120 galones de gasolina el aeroplano salió rumbo a su destino a las cuatro de la tarde.

Como sucede siempre en casos de accidente hubo alguna que otra versión sobre la desaparición del monomotor. El campesino Apolunio Acosta juró haber visto descender un avión azul en las proximidades de Jarahueca, cerca de Songo.

En la residencia del doctor cienfueguero Alberto Betancourt, mientras esperaba para partir hacia La Habana el rescatado Manolo de la Cruz ofreció su testimonio.

Al centro de la provincia de Camaguey enfrentaron una fuerte tormenta que desvió la nave hacia el mar. El piloto luchó durante un cuarto de hora por volver a tierra sin lograrlo. El avión cayó en un cajón de aire y decoló hasta una altura de mil pies. En tales circunstancias la tormenta terminó por romper el sistema eléctrico y la brújula.

Anochecía cuando lograron alejarse de la tormenta, pero sin recuperar el contacto con la línea de costa. Y en el depósito solo quedaban 16 galones de combustible.

Temíamos lo peor, creíamos que de esta nada nos salvaba. Cuando divisamos los destellos de un faro a eso de las siete de la noche y entonces renacieron nuestras esperanzas, contaría De la Cruz.

Volaron en círculos en torno al islote que resultó ser Cayo Guano del Este, unas 50 millas del puerto de Cienfuegos, para de esa forma avisar que necesitaban aterrizar, aunque al final debieron conformarse con amarizar a un kilómetro de la ínsula. Por suerte sin daños para los tripulantes, quienes debieron aguardar cuatro horas sobre el avión a la espera del bote salvador, pues la fuerte marejada imposibilitaba la maniobra.

Mientras la embarcación se aproximaba hubo que cortar el cinturón de seguridad del joven Cisneros, pues la nave amenazaba hundirse sin darle tiempo a desengancharse del aditamento protector.

Pedro Vigo, Francisco Devesa y José Ramón Garrido fueron los tripulantes del bote Esperanza, que parecía haber sido bautizado por el destino. Julio estaba desfallecido y a punto de ahogarse. Los improvisados rescatistas debieron destruir el fuselaje de la nave siniestrada para llegar a la cabina y salvar una maleta con importante documentación.

El propio Esperanza los condujo a Cienfuegos. Llegaron al Distrito Naval del Sur (Cayo Loco) a las cuatro de la madrugada del viernes 26. El coronel Supervielle y el teniente Dimas Martínez dieron cuenta del hallazgo al Estado Mayor de la Marina.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

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