La virtud de ser un caballero

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— ¿Qué tal les va con tus nuevos vecinos?

— ¡De maravilla!

— Te lo dije, son buenas personas.

— Así es. Ella es muy amable, y el esposo tiene tanta educación que… vaya, ¡es una dama!

¿Una dama? ¡Me sorprendió! Es difícil interpretar lo que quería decir con eso de… ¡¿es una dama?!

Por el contexto del diálogo escuchado, caí en la cuenta de que el vecino de marras es educado, cortés y respetuoso, ¡pero de ahí a decir que sea una dama…!

Acaso la educación, el respeto y el buen trato, ¿son exclusivos de personas del sexo femenino? La decencia y virtudes afines, ¿corresponden únicamente a las mujeres? ¿Será que para ser hombre es preciso carecer de ellas?

Seamos cuidadosos al expresarnos.

Para el varón que practica la cortesía y los buenos modales existe un calificativo: ¡caballero! ¿Por qué no usarlo? Ojalá que muchos lo recordemos.

Me puse a revisar el Diccionario de la Real Academia, y hallé la palabra “caballero”. Entre varias acepciones hay dos que se corresponden con el calificativo adecuado, a saber: “Hombre que se porta con nobleza y generosidad”. “Persona de alguna consideración o de buen porte”.

Entonces… ¡los buenos modales de un hombre son signos de caballerosidad! ¡No de que sea una dama!

El comportamiento con caballerosidad es una de las grandes virtudes humanas. Se distingue por ser cortés, respetuoso, considerado, honesto, íntegro, valiente, generoso y altruista. ¡Muchas cualidades!, cualquiera podría pensar que son muchas a observar, pero todas, sin excepción, tienen cabida en cualquier persona.

Un aspecto importante de la caballerosidad se manifiesta hacia las mujeres. Entre ellos cederles el asiento en un medio de transporte o lugares públicos, ayudarlas a llevar algún objeto pesado y muchas más.

Es posible exteriorizar la caballerosidad, incluso, hacia otros hombres. En primer lugar al escuchar con respeto, aunque sus puntos de vista difieran de los nuestros. Lo mismo cuando observamos el derecho ajeno y no transgredimos el espacio del otro. Ser puntuales en nuestras obligaciones y compromisos asumidos por voluntad propia, demuestra igualmente caballerosidad. Un caballero no emite expresiones groseras ni da malas respuestas.

Recuerdo una anécdota que leí hace tiempo.

Había un grupo de hombres reunidos y uno de ellos exclamó: – “Ahora que no hay ninguna dama, les haré un cuento bien pasado de tono”. Uno de los presentes lo recriminó y le dijo: – “Amigo, guárdese su cuento. Aquí no hay damas, pero hay caballeros”.

¡Qué mundo tan agradable! ¿Será posible? Tengamos la certeza que sí. La caballerosidad es la sazón de la existencia.

Igual que agrada un plato – por sencillo que sea – aderezado y servido con buen gusto, las relaciones interpersonales se engalanan con los gestos fragantes de la caballerosidad.

Sobre la virtud de ser un caballero, José Martí escribió: “…por caballero entiendo al hombre generoso y honrado(1)

En su dedicatoria “A los niños que lean la Edad de Oro” aseveró: “…el niño nace para caballero…”)

Me despido con esta interrogante: ¿No les parece conveniente formar a los futuros caballeros desde su temprana niñez? Para conseguirlo, empecemos los mayores por darles el ejemplo.

 “Más de las casas nuevas”, Patria, Nueva York, 10 de abril de 1893

 

 

 

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