La sedición del poliamor en Sábados de Gloria
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Acaba de concluir Sábados de Gloria, la más reciente telenovela cubana, dejando un sabor gozoso, toda vez que aportó algunas tramas y personajes poco habituales en las narrativas del género. Claramente, el protagonismo recayó en mujeres rozando la tercera edad, hubo una inserción más equitativa en las expresiones de género (en especial la intensidad de los miembros de la comunidad LGTBQ), exploraciones en temas sensibles, como la pedofilia; también cierto cuidado en el diseño de fotografía, la musicalización, dirección de actores y puesta visual (no tanto en el concepto escenográfico y de arte)… Empero, no es ésta una reflexión sobre los tinos y desaciertos de la mesurada historia dirigida por Tamara Castellanos y Ernesto Fiallo, sino sobre una de las subtramas que despertara no pocas polémicas en las redes sociales: la relación amorosa entre Paloma, Eduardo y Javier. Pareciera una deliberación a destiempo, pero no debíamos cerrar el tema sin calibrar el progreso (en tanto relato y desde una perspectiva dramatúrgica) de este relato, obviamente distante de los patrones heterocéntricos.
El motivo de los malestares en algunos televidentes (que son los responsables de que los pequeños de casa no estén frente al televisor, consumiendo temas fuera de su comprensión) resulta ser un suceso de alcoba donde aparecen los tres jóvenes. ¿A qué se debe tanta inquietud ante una escena donde siquiera asoma un desnudo cabal ni actos lascivos? Christian Alves (Caua Reymond) y Lara Moreira (Andréia Horta) hacen el amor (con vistas sutiles de traseros incluidas) en la telenovela Vidas ajenas. Sin embargo, nadie publicó alguna desazón.
Sábados de Gloria ha levantado ronchas, no escasos calificativos de ciertos públicos, debido a la representación de una microhistoria que involucra a tres personajes que se aman al unísono. Claramente, no se trata del rechazo a situaciones carnales (siquiera existe un estado de erotismo. La situación se construye dentro de una realidad potencial, en la que el imaginario representa mentalmente lo que pudiera ser fehaciente), sino a la singularidad de que dos chicos y una mujer se aman y desean.
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Los temores se asientan en el modo en que se evade la tradición en las relaciones de pareja (Presumo que uso un término inadecuado, pues se trata de un trío, no un vínculo dual). Lo que opugna el televidente es que se trata de un relato donde existe la posibilidad de que Eduardo y Javier se manifiesten como bisexuales (lo más cercano a un homosexual): tal como se sugiere en los capítulos finales, donde es más intensa la relación entre los dos hombres. A todas luces, fluye un sentimiento homofóbico que “tolera” un conecto físico entre dos varones y una mujer, pero no las aproximaciones entre dos sexos masculinos. La combinación produce escozor.
Inobjetablemente, existe cierta reacción hipócrita entre muchos que son capaces de “tolerar” una historia “física” con personajes gays en telenovelas de otras naciones y no en las cubanas. La permisibilidad apenas sucede cuando el gay tiene ribetes humorísticos, es linajudo, y no supone un peligro para la heterosexualidad. Se aprecia que desde Salir de noche (2002) (en la que se eliminaron escenas de los personajes homosexuales) hasta la fecha han existido progresos en el imaginario de nuestros guionistas y de la propia ejecutoría de los administrativos de la televisión; empero, aún se tienta el sabor a machismo y discriminación, falta de equidad. Se percibe un cuidado en el protagonismo de los roles heterosexuales, cierto temor a que un relato fuera de estos rigores de orientación sexual pueda predominar, de que los pacatos se expresen en reclamaciones. Y eso que, para fortuna, la dirección recayó en una mujer.

Por esta ocasión, el relato televisivo acoge a una subtrama donde se inserta el poliamor como alternativa en las relaciones íntimas. Como puede consultarse, el poliamor es una ruptura con los credos machistas de nuestra sociedad, que sigue defendiendo ciertos prejuicios asidos por la iglesia y sus acólitos desde tiempos inmemoriales.
El poliamor es un neologismo que supone aceptar una relación íntima sexual y amorosa duradera de modo simultáneo con varias personas (con la misma capacidad de conseguir la felicidad que una pareja convencional. Es un mito considerar que el mejor lazo amoroso y físico es el que sucede entre dos. La vida es sabia cuando te ofrece opciones), en la que media el consentimiento y la noción clara de todos los amores involucrados. Es por esa razón que el guionista, Jorge Luis Sánchez, pone a Paloma, Eduardo y Javier a brindar por la sinceridad, honestidad y transparencia… los pilares de una relación franca e inmarcesible, de una verdadera cohabitación poliamorosa.
Locuazmente, la existencia del trío y sus mundos privativos (legalmente, el derecho de las partes a encontrar su bienestar; lo que infiere que no es un modo de correlación ilícita, como tampoco los tipos de familia), tienen lugar dentro de la realidad y no deben ser escamoteadas. Este presupuesto se enfatiza a lo largo del audiovisual, especialmente consumando tres personajes que laboran decentemente, se respetan, son nobles… Esta voluntad de concebir una imagen positiva de roles con accionares no generalizados, lejos de la positura monogámica, en pos de una empatía con los públicos, probablemente desproveyó de matices a las partes de lo que algunos califican ménage á trois (Hogar de tres). No se puede ser perfecto.
Los tres amantes resultan rasos y en verdad no gozan de puntos de giro e intensidad dramática, salvo en un momento fugaz, cuando Eduardo (eficazmente asumido por George Abreu Cepeda) comparte a Paloma (Ary Fonseca) su molestia porque todo gira en torno a Javier, el pintor (discretamente interpretado Alberto Corona). El decurso de esta historia (dormita ahí su error dramatúrgico) igual es plano, no permite a los personajes desarrollarse y tomar vida propia. Predomina la situación dramática por encima del vuelo conflictivizante. De facto, el cambio de Eduardo es violento e injustificado. Se han escamoteado posibles unidades de conflicto y lo curioso es que al final, también sorpresivamente, se inclina amorosamente más por Javier que por Paloma (que siquiera se inserta en la escena clave de la playa). La subtrama resulta trivializada por la falta de profundidad y desarrollo de estos transgresores que defienden su derecho a existir. Contrario, sucede en el diseño de la relación lésbica, mucho más creíble y amena.

De manera que, debemos precisar las diferencias entre el poliamor y la poligamia. Esta última se refiere a una manera codificada de matrimonio o unión múltiple, mientras que la primera involucra una relación por pactos entre los miembros, más que una pauta cultural. El poliamor es parte de comunidades alternativas de las sociedades modernas, como el muy citado movimiento hippie de la década de 1960 en los EUA, y presupone la equivalencia jerárquica de los géneros: femenino, masculino y otros. Paloma, Eduardo y Javier tienen asideros en esa alternativa que se aleja de los modelos usuales.
Regresando a la interrogante inicial: ¿Cuál es el temor de los públicos?. ¿Qué se quiebre la impostura falocéntrica de la sociedad, esa tradición llena de prejuicios en el modo de configurar la pareja sobre la base de lo masculino y femenino, de una sobrevalorada heterosexualidad?. Sigo pensando que existe mucho de hipocresía y tozudez. Hasta hace unos años los escritores más conservadores expresaban que la antigua máquina de escribir era la figura empoderada del literato, opugnando la tecnología, la nueva configuración del computador. Hoy en día pocos recuerdan la eficacia de aquel viejo dispositivo mecánico operado por un mecanógrafo o escritor. Con este ejemplo me gustaría ilustrar que los seres humanos cuando envejecen (más allá de las edades) empiezan a negarse al cambio.
Es el prejuicio lo que nos impide una actitud de tolerancia cultural (término que igual no es pertinente, aunque sí muy usado. La tolerancia es apenas una cualidad de “quien puede aceptar”, no necesariamente por convicción e empatía) y admitir que la vida privada del Otro no es de nuestra competencia, porque son libertades o derechos privativos. Me permito creer que los cubanos aún no estamos preparados para aceptar la diferencia y la emprenden contra la otredad como si la existencia del “diferente” fuese un dispositivo para dejar de ser quienes somos o aspiramos a ser.
En Sábados de Gloria no aparecen siquiera semidesnudos (tampoco le hacía falta, salvo en algunas escenas del descubrimiento de Eduardo) o pinceladas de lujuria o erotismo. La relación amatoria entre Paloma, Eduardo y Javier (que no requirió de segundas tomas en el proceso de filmación) es económica, situacional, se desentiende de alguna coreografía física. Solo en la segunda escena de cama se muestra la espalda de Paloma, tan gélida como las salpicaduras del Niágara. Lo demás es puro ejercicio extraverbal: sonrisas, miradas, gestos cómplices, señales… nada más. En modo alguno, se abusa de lo explícito, apenas se coquetea con lo obvio.
Si hay algo que objetar a esta aplaudida telenovela y la subtrama de marras, como hemos antedicho, es la irregular energía del guion y su relato, la premura con que se cotejan los conflictos (sobre todo en los últimos capítulos) y la falta de tratamiento de algunos personajes (especialmente los secundarios).
Luego de haber esperado el cierre, para medir tales deslices, no podemos menos que lamentar las extenuaciones de una de las microhistorias más polémicas de Sábado… No por los sobresaltos que pudiera ocasionar en tanto narración, sino por la intolerancia social hacia una elección de vida que aún no acepta la mayoría: la relación poliamorosa.

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