La cartografía íntima del texto fílmico nacional contemporáneo

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No obstante haber incursionado, en fechas más o menos próximas, en géneros como el terror (Juan de los muertos); la ciencia–ficción (Omega 3) o el drama histórico (Cuba LibreInocencia, El Mayor), las predominantes en el cine cubano no son tales vertientes. Estas demandan una solvencia económica que no poseemos, pese a demostrarse que pueden filmarse, e incluso transcender como obra artística, al sumar en valentía e imaginación cuanto falta en recursos.

La limitación implica que no contemos, en tanto industria cinematográfica, con un vasto diapasón genérico, es obvio; pero la misma circunstancia ha propendido a que nuestra pantalla privilegie relatos en los cuales guarda preeminencia la dimensión humana de personajes e historias. Algo nada nuevo, pero advertido, con suma nitidez, a través de la creación nacional más reciente.

En títulos como El mundo de NelsitoLa novicia jardinera, AM–PMLa mujer salvajeUna noche con los Rolling Stones, Aislados o La espera, conocemos por dentro a las criaturas protagónicas, cuyos sentimientos, cuitas, afanes, ilusiones, alegrías, frustraciones, grandezas y pequeñeces –en fin, la rica complejidad de la especie–, impregnan imágenes cargadas de humanidad, cercanía y verdad.

No resulta virtud menor la anterior, al constatarse las falencias de un panorama fílmico internacional donde sobreabundan argumentos adocenados, sobre las cuales revolotean personajes–cáscaras que a veces hasta parecen no formar parte de las mismas películas. Un escenario en el cual también sobresalen las vacuidades, los fuegos de artificio o las diversas formas de un cine enajenante, desprovisto de un punto de ambición: no sea esta la de amasar dólares en la taquilla.

Al buen estudio de personajes de varios de los filmes criollos citados, súmase su afortunada defensa actoral. Son historias que progresan, en parte, gracias a sus intérpretes (imposible no hacer aquí una mención especial a la competencia histriónica de Lola Amores, nuestra Vicky Krieps nacional), y a las reflexiones de sus creadores en torno a conflictos humanos muy reconocibles en la Cuba de hoy.

Con independencia de sus respectivas calidades finales, hablamos, en tanto corpus, de obras fílmicas capaces de germinar cálidos fragmentos de humanidad, en las cuales descubrimos, y autodescubrirnos, los rasgos más vívidos de nuestra condición.

Tales tramas, pobladas de zonas de luz y de sombras, con clima, nervio y carnadura dramática, sitúan su núcleo emocional en situaciones cotidianas habitadas por reales seres humanos –en toda la extensión y las connotaciones del término–, quienes exponen sus dramas íntimos en una tesitura muy realista, muy natural, sin forzar las emociones o gestionar la empatía a ultranza por conducto de subrayados melodramáticos o golpes bajos de guión.

Un cine semejante, aunque en determinados casos no llegue a ser redondo y todavía precise mucho más rigor en ciertas áreas (también más presupuesto, la verdad sea dicha), merece la pena exhibirse, verse, respaldarse y promocionarse. Hay implicado en su existencia mucho talento creativo, sueños, deseos de hacer (en toda la Isla, la película La espera fue realizada en Guantánamo), como para eludirlo o menoscabarlo.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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