Eduardo Sosa, una voz de pueblo

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Este 12 de febrero nos sorprendió la triste noticia de la despedida física del trovador Eduardo Sosa Laurencio. Siempre un adiós está envuelto en esa sensación de melancolía, de saber que, desde ahora su voz trovadoresca, caracterizada por la frescura del agua de montaña, la espontaneidad del trino del ave endémica y la dulzura que evoca cierta inocencia, solo podremos volver a escucharla a través los registros que nos dejara.

Tuve la suerte de conocerlo personalmente hace 11 febreros, cuando llegué un día con el sueño de hacer un proyecto sobre la trova cubana. Fijamos el encuentro en el Patio de la EGREM y la entrevista fluyó de una manera natural, mediada por su personalidad muy afable y accesible. Allí me contó que comenzó desde muy niño en el mundo de la trova. Le llegaron primeramente las canciones y luego fue descubriendo y conociendo a los autores. Prefería la coherencia y la honestidad, por encima de los momentos de gloria.

Se caracterizó por ser un hombre muy sensible, que nunca se desligó en su creación de esa raíz criolla de sus orígenes. Incluso en la literatura prefería a Gabriel García Márquez, por ese mundo rural, con el que Eduardo se sentía realmente identificado. Comentaba que la mayoría de los personajes de Cien años de soledad, él los conocía de Tumba siete, lugar donde nació, cada uno con sus características, claro. Esos personajes, sentimientos e ideas que trataba de plasmar en sus canciones, también las veía reflejadas en la obra de otros trovadores que, como él, tenían sus orígenes lejos de la capital, con cierta afinidad incluso en giros melódicos y el uso de ciertos recursos armónicos.

Hacía énfasis en la importancia de dejar registros fonográficos de manifestaciones que no están de moda y afirmaba que por suerte no lo están, porque las modas sencillamente pasan y estos artistas y creadores autóctonos, representan el verdadero patrimonio cubano.

En la obra de Eduardo Sosa está ese trovador criollo, que puede narrar la vida de nuestra isla desde una mirada pausada. Su canción “Mañanita de montaña” es casi una crónica musicalizada, donde cierras los ojos y puedes escuchar el viento entre los árboles, oler ese café recién salido de un colador, que invade un hogar, donde los brazos de una abuela cubana, espera y recibe cada día a sus seres queridos.

Recordaremos con agrado su voz transparente, dulce, muy bien matizada, donde el susurro y la entrega de cada nota caracteriza su interpretación. Su canto era ese manantial que sencillamente brotaba, siempre agradable, natural y acogedor. Desde A mí me gusta compay, Verso amigo, o su Mañanita de montaña, por citar tres de los temas más conocidos y arraigados en la preferencia de sus seguidores, le damos hoy su despedida terrenal y abrimos las puertas para su permanencia entre las voces trovadorescas legendarias de la canción más autóctona cubana.

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Sandra M. Busto Marín

Licenciada en Música con perfil de flauta. Diplomada en Pedagogía y Psicología del Arte, Pedagogía Musical y Educación por el Arte. Máster en Arte. Todo en el Instituto Superior de Arte de La Habana.

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